Santo diablo
Ernesto Pérez Zúñiga
13 enero, 2005 01:00Ernesto Pérez Zúñiga. Foto: Kailas
En diciembre pasado, al preguntarle a Felipe Alcaraz si, de perder las elecciones en Izquierda Unida, dejaría la política, respondió con humorística sorpresa: "¿Acaso se ha derrumbado el capitalismo?". Pregunta y respuesta podrían trasladarse sin mucha violencia al campo de las letras.Sólo unos pocos escritores creen que el arte sirva para reconocer el tremendo fondo de injusticia oculto en la sociedad del bienestar. Buena parte de los autores actuales trabajan como si fuera cierto ese llamado fin de la historia, y sólo alguno aislado pone el dedo en una llaga olvidada: que los ricos siguen estrujando sin piedad a los pobres. Hoy no es de buen tono hçablar de lucha de clases, pero haberla, hayla. Así que merece verse con buenos ojos Santo Diablo, de Ernesto Pérez Zúñiga, novela que pertenece sin medias tintas a lo que en tiempo no lejano tenía un prestigio ahora perdido, la literatura comprometida.
Esto sería, sin embargo, sólo una característica, y lo que debe celebrarse es el mérito de conseguir una novela social y hasta política con un buen utillaje literario, libre de simplificaciones tópicas. Santo Diablo tiene un pequeño anclaje en la actualidad (un personaje mira al pasado desde el año 2003), pero se remonta hasta una inconcreta fecha anterior a la guerra civil. En realidad, ni la guerra del 36 ni la dictadura de Primo de Rivera, aludida en algunos comportamientos, ni siquiera la República, sí mencionada, se presentan como hechos históricos precisos porque Pérez Zúñiga construye una parábola, aunque no se disimule aquello de lo que habla.
En la novela hay dos grupos enfrentados porque tiene un carácter coral y vale por el retrato colectivo de formas de vida en un ámbito rural. Uno de los grupos encarna las fuerzas de un orden feudal, y en él destaca el "Amo", don Luis, terrateniente amigo de procedimientos fascistas. En el otro aparecen unos jornaleros iluminados por el ideario anarquista, prestos a la revolución, y entre ellos sobresale el personaje de más interés, Manuel Juanmaría, un líder lúcido, valiente y templado. Todo ello ocurre en un escenario simbólico, una ciudad llamada Volturno, y una gran finca agrícola, Las Quemadas. Santo Diablo va contando el desarrollo de ese pulso revolucionario con una organización formal compleja pero sin excesos y desemboca, tras un enfrentamiento civil arma- do, en el triunfo de los poderosos y el castigo de los rebeldes. Ese recorrido está trufado de amenos episodios de carácter político, social o religioso, y de situaciones de violencia e injusticia. Al fin, se establece un Nuevo Orden, y el líder sindical paga con su vida. Un escrito de este Diablo Santo, inminente su ejecución, reflexiona sobre el dolor excesivo desencadenado por sus sueños, y reclama la justicia social como "la obligación humana más urgente".
Hace, pues, Pérez Zúñiga la crónica de un fracaso, pero también da el testimonio de una fe y la confesión de una esperanza. De ahí que su obra oscile entre el alegato dramático y la reflexión serena, y con todo ello cumple con el objetivo clásico del relato histórico, servir de enseñanza para la vida. Pero el autor no se aplica a algo muy de moda, la recreación documental y hasta costumbrista del ayer, sino que concibe su novela como una invención en la que da juego a la farsa, la deformación y la fantasía; el testimonio convive con la parodia, lo serio con lo burlesco. Este predominio de lo creativo sobre lo mimético, afortunada superación del realismo chato y del lenguaje empobrecido, se muestra como una manera eficaz de abordar sin viejas rémoras los conflictos sociales.