Image: Culto, ameno, innovador y popular, por Germán Gullón

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Letras

Culto, ameno, innovador y popular, por Germán Gullón

Julio Verne novelista

24 marzo, 2005 01:00

Julio Verne a los 60 años

Julio Verne (Nantes, 8 de febrero, 1828-Amiens, 24 de marzo, 1905) es uno de los grandes escritores franceses del siglo XIX, aunque en las historias literarias ocupa un lugar diferente al de autores como Balzac o Flaubert. Pertenece a la clase de escritores populares, traducido a más de cien idiomas, que disfrutan aún de cifras de ventas abultadas. Sus obras son de entretenimiento, y no puramente literarias, gustan al hombre culto y a quien busca distraerse con una lectura amena. Un ingente grupo de lectores entusiastas le considera el inventor de la moderna ciencia ficción. Una mirada amplia lo inserta, en cambio, en la línea que corre del Robinson Crusoe (1719), de Daniel Defoe, a El señor de los anillos (1954), de J.R. Tolkien. Uno de sus modelos, como para tantos franceses innovadores de entonces, fue Edgar Allan Poe.

La vida y la obra de Verne reflejan con extraordinaria fidelidad las características salientes de su época. Diversos recuentos biográficos rebosan de sucesos apócrifos, en parte porque la historia se redactaba sin documentación, pero adornada con anécdotas suscitadas por la imaginación. La más repetida dice que teniendo once años se embarcó en un navío con destino a la India, movido por el deseo de comprar un collar para su amada prima Caroline, que supuestamente rechazaba sus avances amorosos. La inventora de la anécdota y del rescate del niño efectuado por el padre antes de zarpar el barco, se lo debemos a su primera biógrafa, Margarite Allotte de Föye. Verne fue, a pesar de las anécdotas, un aventurero con la pluma.

Sí está documentado que vivió de estudiante universitario en el centro cultural de su tiempo, París, donde se estaba inventando la profesión de escritor y literato que podía vivir de su pluma sin mecenas. La época resultaba extraordinaria debido tanto a los cambios políticos como a los técnicos. Los trenes empezaban a cruzar el país entero, los vapores establecían líneas regulares a otros continentes, la fotografía permitía reproducir con precisión la realidad, los largos viajes de aventureros y geógrafos describían el mundo con exactitud. Al Verne estudiante le tocó también vivir en la capital de Francia la revolución de 1848, cuando la clase proletaria se levantó contra la burguesía. Todo ello, el despunte de la ciencia, presentado en numerosas revistas, la velocidad, los lugares desconocidos, dieron una energía enorme a la imaginación de este joven llegado a París para estudiar Derecho. Su padre era notario y ya desde la cuna le tenía destinado a sucederle en el puesto. Pero Julio, que con filial lealtad terminó la carrera en 1851, se negó a regresar a la casa paterna, porque quería ser escritor, prefiriendo subsistir con las escasas remesas de casa y los dineros allegados colaborando en la redacción de libretos para operetas.

Las oportunidades de vivir de la pluma resultaban precarias, afortunadamente consiguió introducirse en el mundo de los escritores, entablando amistad, entre otros, con los célebres Dumas, padre e hijo. El rumbo de sus finanzas se mudó gracias al matrimonio con Honorine de Viane, una viuda joven con dos hijas, en 1857. Los consejos de su cuñado le ayudaron a hacerse agente de bolsa, profesión que desempeñará con éxito, y que le permitió iniciar una serie de viajes que alimentaron su imaginario ficticio. Irá a Escocia (1859), a Escandinavia (1861) y, con su hermano Paul, a América del Norte. Cuando conoce al escritor y editor Jules Hetzel en 1862 su fortuna literaria cambió, pues intuye el talento en bruto y le ofrece un contrato, prácticamente de por vida, que obligaría a Verne a trabajar intensamente. Hetzel era un verdadero editor post-romántico, que mandaba ideas al autor para que éste las desarrollase, aspecto en el que advertimos el origen de los libros superventas. El primer éxito no se haría esperar, Cinco semanas en globo (1863). La idea era publicar primero los libros por entregas, luego sacarlos en un tomo sin ilustraciones, y posteriormente en formato grande e ilustrado. Jules Hetzel leía cuanto Verne escribía, lo corregía y, a veces, lo rechazaba, imponiendo su criterio, por ejemplo, que la política debía de quedar fuera de los libros. Entendía perfectamente la fórmula hoy convencional de las lecturas de entretenimiento. El ritmo de trabajo exigido fue muy duro, dos novelas por año, y la salud de Verne, que pasaba largas horas informándose a conciencia, leyendo revistas, y hablando con investigadores y aventureros, se resintió, sufriendo periódicas parálisis faciales. Un suceso todavía oscuro es que un sobrino suyo, hijo de su hermano Paul, Gaston, enfermo mental, le disparó un tiro al pie, dejándole cojo de por vida. El reducir su obra a la ciencia ficción, porque el autor se adelantó a describir instrumentos tecnológicos posteriores, desde el helicóptero y el submarino a los viajes espaciales, me parece inexacto. Le cuadra mejor una división matizada, donde los libros de viaje, el mencionado Cinco semanas en globo, Viaje al centro de la tierra (1864), Veinte mil millas de viaje submarino (1870) o La vuelta al mundo en ochenta días (1873), con su extravangante protagonista, el inglés Phileas Foggs, y su criado, alternan con obras puramente robinsonianas, como La isla misteriosa (1874) o Escuela de Robinsones (1882), o de aventuras, como Los 500 millones de la Begún (1879), historia que precisamente le pasó su editor, o las puramente novelescas, como El doctor Ox (1877) o El rayo verde (1882).

Con el tiempo perdió su confianza en la ciencia, tanto que se calzó en Amiens las pantuflas, y ni siquiera quería viajar a conocer el mejor icono de su tiempo, la Torre Eiffel. Michael Foucault examinó con su habitual agudeza la perenne contraposición entre las figuras del sabio y del héroe en la obra de Verne, indicando la manifiesta predilección del autor por las personas curiosas, enérgicas, aventureras, frente a los hombres cargados de teorías. Su héroe fue el aventurero de un optimismo indomable, y pleno de esperanza en el progreso humano.


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