La vida en blanco
Juan Pedro Aparicio
21 abril, 2005 02:00Juan Pedro Aparicio. Foto: Javi Cotera
Lo explica Juan Pedro Aparicio (1941) en la nota introductoria de La vida en blanco: en sus comienzos como escritor sólo se dedicó al cuento y aunque luego, durante una temporada, le fue infiel con la novela, nunca ha dejado de cultivarlo.Entre unas cosas y otras, añade con desenfado, una veintena de cuentos "han ido cayendo". Con quince de ellos monta el veterano autor este nuevo libro. La vida en blanco va dedicado a Sabino Ordás, el heterónimo con el cual tres jóvenes amigos (L.M. Díez, J.M. Merino y el propio Aparicio), hoy escritores consagrados, lanzaron en los amenes franquistas su manifiesto a favor de una literatura traída de la vida y no de la sintaxis. La "gozosa participación sentimental del buen lector" que pedía Ordás inspira también los cuentos de este libro en el cual se encuentran todos los rasgos de la narrativa de Aparicio y donde destaca el principal, su afición por contar historias con sólidas raíces en la realidad, incluso con un fuerte localismo de partida (llamativo en la frecuente presencia explícita de su tierra natal), pero aureoladas de un punto de misterio y hasta abiertas a lo maravilloso. Además, a veces las emplaza en un imaginario país, Lot, con el fin de trascenderlas mediante un costumbrismo renovador.
Esta tensión entre lo documental y lo imaginativo, entre lo real y lo alegórico, produce la escritura más inspirada de Aparicio, que se caracteriza también, según se aprecia en el libro, por una gran intensidad, debida a la frecuencia con que interviene el recuerdo. Y si, junto al peso de la memoria, anotamos un fuerte subjetivismo (casi todos los relatos están en primera persona, y en no pocos se identifica al narrador con el propio autor), tenemos la clave de la notable proximidad emocional que trasmiten las ficciones del leonés.
No se limita, sin embargo, Aparicio a un único registro, y otros muy distintos del anterior se encuentran en La vida en blanco. De hecho, destaca su propósito de evitar la monotonía de un conjunto unitario haciendo un libro variado con una diversidad que afecta tanto a los asuntos como a la forma. El intimismo o el análisis psicológico de algunas piezas contrasta con el predominio de la acción externa en otras. Y como contrapeso de las que están en el filo mismo de lo fantástico, hay un par que han tenido existencia como artículo, pioneras, según el propio autor se complace en señalar, de lo que ahora se llama "articuento". Una de éstas es nada menos que la que presta el título al libro y lo abre, con toda la intención que este hecho implica. En ella habla de la quimera de nuestros sueños.
No menor versatilidad se aprecia en la forma. Predomina la medida convencional, alrededor de la decena de páginas, pero el libro se cierra con un microrrelato de corte intelectual de cuatro líneas escasas. En cambio, hay un texto con la andadura y la extensión propias de una novelita breve, la intriga de un premonitorio atentado terrorista en el Bernabéu que protagoniza un conocido personaje novelesco de Aparicio, el inspector Malo, afortunada contrafigura madrileña del típico sabueso de la literatura negra. Con ello también apuntamos que el libro va de lo serio a lo simpático, de lo profundo al entretenimiento.
La vida en blanco ofrece una notable gavilla de cuentos escritos con una eficaz prosa narrativa, planificados con precisión pero desarrollados con el instinto del buen contador de historias, en habitual tensión hacia un final inesperado y que abordan un tanto melancólicamente los pequeños misterios y sorpresas de que se nutre la vida. Tiene además otro interés no menor: permite una aproximación panorámica a la narrativa cargada de intención, pero cálida, y enraizada con fuerza en un valor comunicativo de la ficción, de uno de nuestros valiosos prosistas actuales.