Tras varias novelas fallidas, Bioy Casares alcanzó la madurez con esta narración. Borges prologó la obra, elogiando las virtudes de los relatos clásicos, donde prevalecen el equilibrio y la exactitud frente al desorden de la literatura psicológica y experimental. La posibilidad de adquirir la eternidad mediante una máquina actúa como eje de una trama que integra elementos filosóficos, fantásticos y humorísticos. La prosa de Bioy está a medio camino entre Chesterton y Kafka. El protagonista acepta transformar su fracaso en una felicidad ilusoria, asumiendo la pérdida de su vida a cambio de una impostura perdurable. Para Borges no era hiperbólico adjudicar la perfección al texto.