Image: La pirámide

Image: La pirámide

Letras

La pirámide

Henning Mankell

19 mayo, 2005 02:00

Henning Mankell. Foto: Santi Cogolludo

Trad. Carmen Montes Cano. Tusquets. Barcelona, 2005. 400 páginas, 20 euros

El inspector Wallander comienza a trascender su condición de personaje literario. Henning Mankell (Estocolmo, 1948) ha retrocedido en el tiempo para satisfacer la curiosidad de los lectores que anhelaban conocer su pasado. Los cinco relatos que componen esta obra nos sitúan en los inicios de su carrera.

A finales de los sesenta, Wallander patrulla por las calles persiguiendo a pequeños traficantes y reprimiendo a los manifestantes que protestan contra la guerra de Vietnam. Sueña con convertirse en agente de homicidios, pero aún no ha conseguido desprenderse del uniforme. El aparente suicidio de un misterioso vecino le ofrece la posibilidad de demostrar su ingenio, pero su deseo de abrirse camino le coloca al borde de la muerte. Su primer caso le enseñará que los misterios más inextricables surgen de motivaciones pueriles. Detrás de un crimen, se agitan pasiones exentas de grandeza, pequeñas miserias que evidencian la precariedad de los códigos morales.

Mankell posee una innegable maestría para suscitar perplejidad y curiosidad, pero el mérito literario de sus novelas no descansa en la intriga, sino en sus personajes y, especialmente, en la entrañable humanidad de Wallander. Es imposible no encariñarse con ese inspector separado y con problemas de sobrepeso. En "La cuchillada" Wallander aún no se ha casado, pero su relación con su futura mujer ya está trufada de problemas. Mona no se adapta a su estilo de vida y no cesa de interrogarse sobre el porvenir que les espera. El padre de Wallander no comprende la vocación de su hijo y nunca desperdicia la oportunidad de martirizarle con injustas recriminaciones. En "La pirámide", Wallander tendrá que interrumpir una investigación y desplazarse a El Cairo para rescatarle de una sentencia de dos años de cárcel. Acusado de intentar escalar la pirámide de Keops, el padre apenas mostrará gratitud. No es más afortunado con Linda, su única hija, que sólo le visita de tarde en tarde.

Mankell revela una enorme habilidad para los diálogos. La prosa es fluida, sin afectación ni lirismos innecesarios y las tramas conservan la tensión hasta el final. Hay que reprimir la impaciencia para no saltarse páginas y anticiparse al desenlace. Descubrimos en estas páginas que Wallander transitó por la escuela sin entusiasmo, interesándose tan sólo por la historia y la geografía. No empezó a engordar hasta separarse y se conservó relativamente joven hasta los cuarenta. La relación con su padre siempre estuvo marcada por el chantaje emocional y su experiencia como policía le enseñó muy pronto que el hermetismo es inherente a la condición humana. La transparencia siempre es una quimera. Hasta los más cercanos, nos ocultan cosas esenciales. El pesimismo de Wallander está asociado a la impotencia que nos producen los otros. Ni siquiera el amor puede vencer esa opacidad que también afecta al conocimiento de uno mismo. Estamos tan lejos de los demás como de nosotros mismos.

La violencia irracional de algunos casos evidencia el fracaso del modelo sueco. La prosperidad económica, que empieza a declinar en los ochenta, apenas puede ocultar la frustración de una sociedad que propicia el ensimismamiento y la exclusión. Mankell es un novelista clásico, que desdeña la innovación. Las tramas son lineales y no se advierte evolución de una obra a otra, pero esas insuficiencias se desdibujan ante la caracterización de Wallander, un personaje que rebosa vida y que nunca nos defrauda. Su carácter melancólico y su resistencia a dejarse derrotar por la adversidad reflejan la tensión de habitar una época donde el desarraigo y la confusión no han logrado malograr la necesidad de preservar la ilusión y la dignidad. El espíritu no necesita alardes. A veces se manifiesta en la sencillez de un policía que acepta la infelicidad, sin renunciar a la excelencia en el ejercicio de su trabajo.