El territorio de mi imaginación
por Nélida Piñon
23 junio, 2005 02:00Nélida Piñon. Foto: Carlos Miralles
El premio Príncipe de Asturias de las Letras ha reconocido este año el talento y la personalidad de Nélida Piñon, "autora de una incitante obra narrativa, artísticamente sustentada en la realidad y la memoria, y también en la fantasía y los sueños". Ahora, ella misma, en primera persona, nos invita a aventurarnos en "El territorio de su imaginación", que limita con su infancia, Brasil, la memoria y su última novela, Voces del desierto. Además de este ensayo inédito en castellano, con el que la brasileña se descubre ante los autores americanos a través de la revista "World Literature Today", El Cultural anticipa unos fragmentos de Voces del desierto, que verá la luz en octubre en Alfaguara.
Con ocho años me proclamé escritora. No sé, sin embargo, en qué instante, y de qué abrigo, salió más tarde esta otra escritora que soy hoy, que aspira a abarcar los seres y los enigmas. Y que, reconociendo el trato difícil con las cosas, se empeña en ir más allá de lo visible y de lo posible. ¿De dónde habrá venido ella para resistirse a las formas convencionales que no aceptan retoques? Pienso que esta escritora exigente y en estado de perpetua vigilia fue consolidándose con la reflexión, con la experiencia, con las mañanas y las seducciones del propio oficio.
Tuve la suerte de leer cuanto quería. Nunca sufrí censura alguna. Tuve acceso a toda clase de escritores que fueron mis verdaderos maestros. Los leía con ansia, aprendiendo cómo forjaban textos que me inducían a creer en sus invenciones. Entendí en seguida que para armar una estructura narrativa el talento no basta. Es necesario añadirle el trato diario con la palabra, con la emoción (que la epopeya secreta del texto filtra), definir el tiempo que es a la vez sutil y pesado, entrelazar espacios y acción, aprender a pensar mientras se crea sin perder de vista la carnalidad misteriosa de los personajes. Jamás olvidar que la ilusión de cualquier párrafo tiene como finalidad convencer al lector de que es cómplice de nuestra odisea narrativa.
Insisto en que aprendí con todos. Con autores y seres de fuera del ámbito literario, ya que recorrí intensamente formas de vida y de literatura. Fui y soy lectora atenta de historia, de teología, de filosofía. La narrativa, sin embargo, me abrió caminos y consolidó mi conciencia moral y estética. Leo y releo a Homero, Shakespeare, Proust. El ruso Dostoievski me mostró la oscuridad que mantiene al hombre prisionero de apetitos bestiales. En Brasil, Machado de Assis permanece invicto. En el mundo de la península Ibérica, de las raíces latinas, reverencio a Cervantes. Podría añadir tantos nombres. Homenajeo, sin embargo, a Monteiro Lobato y Karl May. A aquellos autores que, de tanto mentir y difundir peripecias, abrieron la puerta de la aventura por donde yo circulaba absorbiendo los postulados de la libertad. Cualquier avance del que pueda ser responsable tiene su origen una devoción intensa por mi oficio. La insistencia en seguir adelante, en jamás dar mis textos por perfectos. Siempre en busca de mi grial: simplemente una página relativamente limpia, próxima a mi aspiración literaria.
Desde hace milenios oscilamos entre la civilización y la barbarie. A lo largo de este tiempo de sombras y reverberaciones hemos sido, con todo, capaces de construir maravillas y sortilegios. De tanto moverme entre estos edificios estéticos me niego a hacer ciertas filiaciones de gusto. Cada lengua encuentra la perfección en la pluma de un creador. Albricias, por tanto.
Al frente de la Asociación Brasileña de la Lengua traté de avanzar con el bastón recibido de mis grandes antecesores. Hice lo que ellos hicieron, mantener la dignidad de la Casa en el año de su centenario. Esta institución ilumina Brasil y aprendí mucho en aquel período. Puedo decir que el trabajo me produjo alivio, me sirvió para aprender. Sobre todo el sentimiento de haber devuelto a Brasil, a mi lengua, todo lo que recibí de las entidades míticas que aún hoy fecundan mi alma. Estoy orgullosa de la cultura brasileña que presento en las universidades extranjeras, en los congresos internacionales. Es difícil desempeñar este papel, siendo como somos tan minoritarios, tan desconocidos. Tengo la continua sensación de que hemos sido olvidados a lo largo de la historia. Así y todo, no renuncio a entablar el combate indispensable.
Veo en la literatura brasileña turbulencia, inquietud, un período secreto. No es exactamente una hibernación sino tal vez la pausa que precede a grandes revelaciones. Aplaudo el gran número de jóvenes que se enfrentan con valentía al quehacer literario. Estoy a la expectativa, con el corazón emocionado. Brasil, hoy, es rutinario. Se esfuerza, pero parece no moverse, dar el salto que lo llevaría a la mínima trascendencia, a la justicia social. Estoy desalentada, pero asumo el liderazgo de todos, de cada uno de nosotros. Pero ¿cómo combatir un Estado que se armó para perdernos la consideración?
Soy Tauro ascendente en Sagitario. Conjugación de tierra y fuego. ¿Me explica eso? Por lo que respecta a los sueños, los míos son discretos. Puede que quisiera aprender a vivir, a morir. A mantener la dignidad, a seguir considerando la compasión y la misericordia sentimientos altaneros, indispensables para el ejercicio de nuestra humanidad. ¿Habré hablado demasiado?
Después de haber explorado la génesis brasileña en la novela La República de los Sueños, durante los años siguientes me empeñé en convertir la propia narrativa en personaje de una novela. Quería sumergirme en un universo que explicase la vocación humana de rescatar valores de los que dependemos para legitimar nuestra historia personal y también esa otra historia que nos rodea. Al mirar el mapa, eché el ancla en Oriente Medio. Esa región que rompió el paradigma de la invisibilidad y engendró el monoteísmo. Un dios invisible y abstracto. Un nuevo concepto de fe.
De esta forma, al ir avanzando sobre estas cuestiones, crucé el desierto, ese paraje cruzado por caravanas, mentiras, historias, intrigas, demonios, especias, seda. Que constituían, sin duda, rutas propicias a toda clase de narrativa. Como consecuencia de esta decisión, situé a la emblemática Scherezade en el corazón mismo de Bagdad, la ciudad mítica y eterna. Así, Scherezade y compañía protagonizan la escena literaria, siempre acechados por la tiranía del Califa: la imaginación se alboroza y pretende triunfar. Escribí la novela a lo largo de cinco años, mientras leía, estudiaba, me adentraba en el mundo islámico. Un saber que necesité, al final, disolver en pro de la integridad ficcional.
En la novela La República de los Sueños intenté abordar la historia brasileña de los últimos doscientos años. En el libro Voces del desierto recorro el territorio de la imaginación, exploro este refinado patrimonio humano a través del arte de narrar. Y mientras rastreo los misterios de este arte milenario doy curso al carácter civilizatorio en que está imbuida cualquier narrativa nacida de la fabulación en estado puro, exaltado, radical, como es el caso de Scherezade, mi protagonista.
La novela está situada en el siglo X, en Badgad, bajo la dinastía de los abásidas. En este enclave urbano, cercado de murallas sobrecogedoras, se concentran miserias, maravillas, devaneos, pasiones exacerbadas, todo el saber de la época. Con este repertorio pertubador Scherezade, sujeta a la ambigöedad femenina y a la tiranía, se enfrenta al Califa y le impone una realidad de la que el soberano se enamora, a pesar de que no ama a las mujeres.
Vinculados a Oriente Medio, al universo del desierto, a la vida nómada que ignora las fronteras políticas, Scherezade y sus cómplices portan consigo en cada desplazamiento un conjunto de historias, de mentiras, de convicciones que forman parte del frontispicio árabe y de la humanidad toda. Estos personajes se sumergen bajo el peso de la noción de que es necesario narrar y oír historias para hacer viable la existencia humana, habitualmente conflictiva y sórdida.
Scherezade es uno de los mitos del saber narrativo. Aun así sus historias, suficientemente conocidas, no se oyen a lo largo del libro. A través de otros recursos narrativos se siente el eco de los latidos de su corazón, sus temblores ante la muerte. De espíritu indómito, se enfrenta a la tiranía del Califa con la misma pasión que dedica a las causas populares. En cierta manera la hija del Visir, casada con el Califa, es una guerrera de la imaginación, una militante de la palabra que reverbera a través de fascinantes relatos.
La puesta en relación entre el personaje libertario y audaz y el Califa abásida agiliza un drama que discute el cuerpo, la sexualidad, la capacidad de entretener, las sentencias de muerte, la rivalidad latente entre las mujeres, encerradas en los aposentos del soberano. A lo largo del relato se retira el velo al complejo discurrir de la cultura árabe entrelazada con parámetros teo-lógicos, a partir de la existencia del libro de las revelaciones, que es el Corán. Como resultado de la firme adhesión al profeta Mahoma se consolida el Islám y surge un poder temporal bajo la forma del califato. En este caso, el califato de Bagdad, que es el que Scherezade nos describe lujosamente. Una región que, en cuanto circunscrita al poder teológico y político, no descuida la monumentalidad del arte que se alza a lo largo del imperio. Adopta un disfraz tras otro (ahora hombre, ahora mujer), la suya es una imaginación difusa: Scherezade defiende el feudo de los miserables, de los mendicantes, de los derviches, donde el acto sexual, entre otras actividades humanas, forma parte de una aventura transformada en seguida en fabulación.
Cercada por un contingente femenino, ella y los demás personajes son víctimas de la actuación intransigente de la imaginación, que jamás es inocente. Bajo su égida, Scherezade lapida, atiza, modela, moderniza, altera el corazón humano. Se atreve a arrojarnos al corazón del lenguaje, que nos dice quiénes somos en nuestra condición de seres singulares y enigmáticos. A partir de tales efectos, se produce en cada uno una metamorfosis que es, en fin, el estado compatible con el atrevimiento humano, con la audacia de vivir. Aquellas voces del desierto buscan una ruta pavimentada de sueños y de metáforas revolucionarias. Padecen la posibilidad de llegar un día a conocer la metamorfosis que inicialmente alcanza al califa, al visir y al propio reino. Pues tanto el cuerpo como la imaginación, una vez en curso, sufren una alteración. De hecho, Scherezade sabe que el misterio de lo que ella narra, y que se prolonga hasta el amanecer, es la implacable venganza de su saber contra la crueldad del califa. Es con ese espíritu como ella se enfrenta al resentido califa que, a partir de la traición de su esposa, va cayendo en las redes de una Scherezade dispuesta a abrirle las puertas de un universo inaugural y perturbador.
Hice intensas lecturas hasta confeccionar la novela Voces del desierto. Llegué a creer que tenía Bagdad en la cabeza y que viajaba con las caravanas, que visitaba las ciudades del califato de donde provenían mis personajes, calculaba la distancia a recorrer entre los puntos del imperio. Me movía con naturalidad por esta memoria visualizada y sentimental. El saber que acumulé a partir del Profeta y de las profundas relevaciones que Dios le hizo, y que desembocaron en el Corán, traté de triturarlo, de metabolizarlo, con la intención de olvidar cuanto sabía de antes. Había que disolver los nudos de conocimiento para no generar impases narrativos, para dar fluidez a las historias, para que Scherezade avanzase noche adentro infiltrándonos con su talento, con su perspicacia, con sus dudas. Sin privar al lector de la psique de Scherezade, de conocer lo que ella pensaba mientras que, a duras penas, iba desarrollando una estrategia capaz de de salvarla cada amanecer, y sin que afectase a su poder narrativo. Convivimos con escenas de descarnada sexualidad en las que el deseo del cuerpo, que no tiene moral, no la aleja de su destino, de las noches de horror que voluntariamente se ha obligado a vivir
La literatura y la vida se entrelazan. El oficio de escritora es mi centro. Filtro la realidad a través de las palabras, espúreas y resplandecientes. El simple acto de pensar me lleva a salvaguardar la creación. Hay una frase en el capítulo 31de Voces del desierto que me define: "Scherezade se sabe instrumento de su raza. Dios le concedió la cosecha de las palabras, que son su trigo". Es lo que he hecho a lo largo de mi obra.
Voces del Paraíso
Scherezade no teme la muerte. No cree que el poder del mundo, representado por el Califa, a quien su padre sirve, pueda decretar por medio de su muerte el exterminio de su imaginación.
Intenta convencer a su padre de que es la única capaz de interrumpir la secuencia de muertes de las doncellas del reino. No soporta ver el triunfo del mal dibujado en el rostro del Califa. Quiere enfrentarse a la desdicha que alcanza los hogares de Bagdad y alrededores, ofreciéndose ella misma al soberano en sedicioso holocausto.
Su padre reacciona al escuchar su propuesta. Le suplica que desista, sin conseguir que cambie su decisión. Insiste de nuevo, golpeando la pureza de la lengua árabe pide prestadas las imprecaciones, las palabras espúreas, bastardas, escatológicas, que los beduinos usan indistintamente en la ira y en el jolgorio. Sin avergonzarse, echa mano de todos los recursos de que dispone para convencerla. Al fin y al cabo la hija le debe, además de la vida, el lujo, la nobleza, la educación refinada. Ha puesto a su disposición maestros en medicina, filosofía, historia, arte y religión, que han despertado la atención de Scherezade por aspectos sagrados y profanos de lo cotidiano por los que jamás habría mostrado interés de no ser por el padre [...]