Un episodio en la vida del pintor viajero
¿Qué clase de relato pretendió escribir el argentino César Aira (1949) sirviéndose de un título decimonónico y, tal vez por ello, preciso y acertado? No es una novela histórica, tampoco responde a los preceptos de la biografía o del ensayo sobre el arte, pese a que contiene elementos de todo ello.
El protagonista es el pintor alemán Johan Moritz Rugendas, de quien se nos relatan sus antecedentes familiares en el ámbito de la pintura bélica: tras Waterloo se decantó por el estudio de la Naturaleza y realizó un primer viaje a América con el barón G. H. von Langsdorff, con quien llegó hasta el Brasil, pero al que abandonó por su carácter. Su segundo viaje se realizó entre 1831 y 1847: México, Chile, Perú, Brasil y Argentina. Su catálogo, incompleto, nos revela el autor, consta de “3.353 obras entre óleos, acuarelas y dibujos” que admiró Humboldt: las escasas reproducciones incluidas en el volumen resultan muy atractivas.
César Aira trata tan sólo su estancia en la Argentina, algo más que un episodio: en diciembre de 1837 partió de Chile, acompañado del que se convertiría en amigo inseparable, Roberto Krause, también pintor, aunque mediocre, atravesando los Andes hacia Argentina. Será en la descripción de los paisajes, en la flora y hasta en el aire de la prepampa, tras una invasión de langostas mientras se dirigen desde Mendoza a Buenos Aires, donde Aira se manifiesta como un escritor descriptivo de brillante estilo, gran conocedor de la flora y, más adelante, cuando un rayo derriba al pintor de su caballo y éste le arrastra, advertiremos la intensidad de su narración.
Es un episodio, pero cambiará la vida del artista. Como pintor al natural se anticipa al impresionismo, pero los cuadros reproducidos son de un detallismo romántico y exótico: su objetivo será también captar las luchas con los indios, los malones, y se nos ofrecerán escenas sorprendentes. Para calmar los dolores de sus heridas, que le desfiguraron el rostro, utilizará la morfina.
El desprecio por su seguridad le permitirá trazar escenas tomadas en los campamentos indios, tras su ataque a una hacienda fortificada. Buena parte de la información parece proceder de la correspondencia de Rugendas a su hermana, pues el pintor produjo un abundante epistolario, aunque el lector queda en duda sobre la naturaleza histórica de lo leído. Finaliza el relato bruscamente, cuando “drogado por el dibujo y el opio, en la medianoche salvaje, efectuaba la contigüidad como un automatismo más”. Aira nos revela ese aire romántico de una Argentina salvaje. No resulta fácil pasar de la pintura a la escritura. éste ha sido su desafío.