El mundo de Claudine
Colette
1 diciembre, 2005 01:00Colette, por Gusi Bejer
Es posible que ahora, a un siglo de su aparición, el personaje de Claudine, concebido por Colette (aunque durante un tiempo el mediocre escritor Willy se adjudicó su paternidad), siga resultando escandaloso para los espíritus inquisitoriales defensores de lo "políticamente correcto".
Lumen ha tenido la excelente idea de publicar la serie, en un estuche con Claudine en la escuela, Claudine en París, Claudine casada, Claudine se va y El refugio de Claudine, todas ellas de indiscutible valor documental, y las dos primeras, sin ninguna duda, dos obras ya incuestionables de la literatura de principios del siglo XX. Es en 1900, en el París de la Exposición Universal, de la primera línea de metro, de los cambios estéticos en las artes, del germen revolucionario, cuando se publica Claudine en la escuela, el diario veladamente erótico de una colegiala provinciana de 16 años. El gran hallazgo de la novela fue la construcción de esa narradora-personaje que pronto se convirtió en el símbolo de la mujer joven y libre, anunciadora de importantes mutaciones en las costumbres y valores. El propio Willy diría de Claudine que poseía "una ingenuidad de tahitiana antes de la llegada de los misioneros", y también que era hija de la Naturaleza "por su perversidad ingenua".
Pero Colette, o mejor Sidonie-Gabrielle Colette, de 27 años, casada con el crítico musical Henry Gauthier-Villars, alias Willy, no apareció entonces como autora de su primer libro de Claudine, ni tampoco de los tres siguientes. El éxito se lo adjudicó el susodicho Willy, mundano y astuto en lo publicitario, con un taller de "negros" que creaban para él comedias, almanaques cómicos, poesía satírica y novelas populares licenciosas. La saga de las Claudines se abre en 1900 como un diario vibrante de jugueteos sexuales adolescentes en la escuela de un pueblo perdido en los bosques de la Borgoña -con Anaïs la bribona; la señorita Sergent y su amada la pequeña Aimée; con Luce, "que suspira por recibir golpes y caricias"- y, luego, se transforma, en la quinta y última entrega, El refugio de Claudine, en la crónica de un fin de fiesta que deja a la protagonista con un sabor amargo, viuda y a la deriva. Esta última novela de la serie, publicada en 1906 y firmada en solitario por Colette, incluía la muerte de Renaud, el marido de Claudine, y evidenciaba el derrumbe del matrimonio Colette-Willy y su separación definitiva.
Aunque la desvergonzada escritura de Claudine en la escuela no se enmarcaba en absoluto en la ortodoxia literaria de su época, la crítica francesa supo ver en el sobreexcitado nihilismo de la narradora una vocación de estilo y una fuerza transgresora que inauguraba la aceleración del siglo XX. La escritora y crítica Rachilde escribió en "Le Mercure de France": "No es una novela, ni una tesis, ni un diario, ni un manuscrito, ni ninguna otra cosa conveniente o prevista; se trata de una persona viva y en pie, terrible". El conservador Charles Maurras reconoció encontrarse ante una obra maestra, si bien con una fantasía un poco "demasiado viva", y resaltó la originalidad y la madurez "de la lengua y del estilo". El éxito de la obra, que alcanzó los 40.000 ejemplares en pocos meses, no empujó a Colette a romper su "pacto de silencio". Ella aceptaba ser "la negra" de su marido, quien pronto llevaría la novela al teatro. Para el papel de Claudine, Willy embarcó a Polaire, una dudosa actriz de café-concierto, con la que mantenía relaciones. Entonces Willy concibió, mientras paseaba por París con Colette y Polaire, ambas vestidas de hombre y con los cabellos cortos, una estrategia publicitaria consistente en despertar una avalancha de rumores escandalosos. Y la mayoría eran ciertos.
Para Judith Thurman, las primeras novelas de Colette vienen a trastornar las viejas categorías de la identidad sexual de la época. La ambigöedad sexual de Claudine y sus satélites respondía a un territorio personal en el que la exploración de los deseos prohibidos formaba parte de una vida en la que el ideal de pureza era un estado edénico de libertad salvaje(ver Le pur et l"impur, de Colette). El trío amoroso que en 1901 protagonizaron Colette, Willy y la norteamericana Georgie Raoul-Duval, acabó saliendo a la luz en Claudine casada. Este ménage a trois, cuya refinada impudicia y atrevimiento descolocó a los lectores de entonces (y a los de ahora), llevó al crítico Jean Lorrain a considerar el libro como "Les liaisons dangereuses del siglo XX, escritas por un moderno Laclos". Ese moderno Laclos no era otro que Colette, resignada a mantenerse a la sombra de sus Claudines en flor. A partir de 1909 y coincidiendo con la separación de la pareja, la escritora iniciará una serie de procesos judiciales hasta conseguir el derecho moral sobre las Claudines. Las trazas de una larga batalla legal se harán evidentes en las diferentes firmas que han llevado las reediciones de la serie desde 1900 a 1955.
Los manuscritos originales (aunque el primero ha desaparecido) demuestran que Willy colaboró sólo en algunas correcciones de los textos, y sin duda, conocedor de los gustos libertinos de los lectores, animó a Colette a practicar un exhibicionismo tolerable, tanto en la literatura como en la vida. La escritora asegura en el prólogo de una edición de Claudine en la escuela, de 1948, que Willy insistía en subir el tono de algunas escenas: "¿No podrías calentar un poquito estas chiquilladas?"
Pese a sus extravagancias, ya liberada de Willy, Colette escribió una nutrida obra; La vagabunda, Chéri, y Mes apprentissages son libros notables, y llegó a ser la primera mujer miembro de la Académie Goncourt.
El tiempo ha querido que bajo la apariencia de una ligera crónica de costumbres libertinas y más allá de la frescura y osadía de las confesiones de la narradora, la primera Claudine y sus epígonos, resulten finalmente la personificación de una época, un mundo burgués entre dos siglos en el que coexistían el cinismo y las buenas formas, las pasiones prohibidas y la hipocresía social, el desenfreno urbano y el soterrado libertinaje provinciano, imágenes superpuestas de una sociedad francesa en plena transformación.
últimos años
Después de la II guerra mundial, que Colette pasa en París tras un breve éxodo, la escritora se convierte en una gloria nacional, admirada por lectores y crítica. Académica en Bélgica, los más grandes escritores de mediados de siglo la celebran -André Gide, Paul Valéry, Jean Cocteau, Francois Mauriac, Paul Claudel- y también los más jóvenes -Louis Aragon, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir-. Esta última la evocará en Formidable Déesse-Mère (Formidable Diosa Madre). Mientras, su obra se traduce con éxito en el mundo entero y se multiplican las adaptaciones cinematográficas. La República francesa le rinde homenaje, es condecorada y cientos de admiradores anónimos la acompañarán, en agosto de 1954, en su funeral nacional.