Letras

Mi vida, mi libertad

Ayaan Hirsi Ali

25 enero, 2007 01:00

Ayaan Hirsi Ali. Foto: R.D.D.

Traducción de Jordi Beltrán. Círculo de Lectores, 2006. 508 páginas, 18’50 euros

En el capítulo inicial de su biografía , Ayaan Hirsi Ali nos hechiza con la letanía de los nombres de sus antepasados. Memorizar y recitar al unísono la historia del propio linaje, es una de las obligaciones familiares de los niños de Somalia. Ayaan Hirsi Ali, hija de Hirsi, hijo de Magan, hijo de Isse, hijo de Guleid, hijo de Ali, hijo de Mohamed, de Umar, así, hasta llegar al ancestro más poderoso, Osman Mahamud, que da nombre al subclan familiar de la parlamentaria y escritora nacida en Mogadiscio, refugiada en Kenia, Etiopía y Arabia Saudí durante su juventud, y hoy de nacionalidad holandesa.

A través de recuerdos infantiles, diálogos, narraciones de su estirpe nómada instalada finalmente en Mogadiscio, la populosa urbe de polvo y hormigón, la autora nos hace comprender las complejas conexiones (y también los odios feroces) entre los miembros de los clanes: "Siempre que un somalí se encuentra con un desconocido, ambos se preguntan mutuamente: ¿Quién eres? Se remontan a sus antecedentes familiares por separado, hasta que encuentran un ancestro común", evoca la escritora. Al leer este relato ahora mismo, cuando de nuevo Somalia se encuentra en pleno desgarramiento por las luchas de clanes y las encarnizadas diferencias entre los grupos étnicos y religiosos, Mi vida, mi libertad, adquiere una significación de largo alcance. La mirada retrospectiva de Ayaan Hirsi sobre las primeras escenas de su infancia en Mogadiscio, educada en el islamismo ortodoxo, con su padre, el líder político Abeh Hirsi encarcelado por luchar contra el régimen prosoviético y sanguinario del tirano Siad Barre, nos inicia en un recorrido político y humano que llevará a la familia a un largo exilio con etapas en Arabia Saudí, Etiopía y por último Kenia, donde gran parte del clan Hirsi acabará por establecerse.

En paralelo a la historia política de Somalia, y a la escalada del Islam en Africa y Europa en los últimos años, Hirsi logra hacer la narración íntima de un desgarramiento familiar. He aquí una búsqueda constante de respuestas y una epopeya personal, sin perder de vista una matizada visión político-social. Y como es de suponer, la situación de las mujeres en el marco del islamismo más radical se denuncia profusamente. Ayaan Hirsi, que sufrió el maltrato continuo de una madre abandonada por el padre, es también la autora de Yo acuso, donde se evidencia sin tapujos la violencia contra las mujeres bajo la coartada de ciertas interpretaciones del Corán. Hirsi fue amenazada de muerte por el terror islámico por haber realizado el filme Submission Part I, junto al realizador Theo van Gogh, asesinado por un fundamentalista musulmán.

La joven mujer que con su propio esfuerzo adquirió la nacionalidad holandesa, accedió a un título universitario, fue intérprete oficial para los inmigrantes somalíes, colaboró con el Partido Socialdemócrata en la defensa de las musulmanas y, más tarde, consiguió ser elegida diputada por el Partido Liberal, acabó viéndose envuelta en un episodio burocrático que saltó a los medios de comunicación, por el que preten- dían arrebatarle la nacionalidad holandesa. Las pequeñas mentiras en los formularios de una jovencísima inmigrante que necesitaba a cualquier precio la condición de refugiada para escapar de las presiones de su clan y de un matrimonio forzado, provocaron un escándalo mediático con la posibilidad de un retroceso doloroso a la condición de apátrida. Resuelto el caso a su favor, Ayaan Hirsi Ali nos lo cuenta desde la objetividad y el análisis de una vivencia traumática que no le impidió seguir manteniendo su noción inamovible de dignidad personal para luchar por su estatus de mujer libre.

A través de la visión analítica, pero nunca resentida, sobre la violencia materna, la coacción de los clanes y el sometimiento de otras mujeres a las leyes rígidas que impone el Islam, Ayaan Hirsi cuestiona toda una serie de pactos secretos que hacen que la solidaridad de los países democráticos con los inmigrantes se detenga en las conductas privadas, aunque estas atenten contra los derechos universales: "Y mientras los holandeses donaban con generosidad dinero a organizaciones de ayuda internacional, también hacían caso omiso del sufrimiento silencioso de las mujeres y niños musulmanes en su patio trasero".

El proceso psicótico de su hermana Haweya, refugiada como ella en Holanda, le hace interesarse por el estudio de la psicología, y el conocimiento de Freud, y le pone en contacto con lo que ella llama "un sistema moral alternativo": "La psicología aportaba un planteamiento carente de raíces religiosas. Trataba de instintos, de ganas de comer, hacer el amor, evacuar, matar y de cómo se pueden dominar esos instintos aprendiendo a entenderlos".
La escritura de Ayaan Hirsi es tersa, su relato tiene en ocasiones la inmediatez y el encanto de los cuentos transmitidos de generación en generación, pero en ningún momento la autora ha querido poner el énfasis en un torrente biográfico de anécdotas impresionistas y emocionales. Su papel de testigo junto a su padre en las luchas intestinas de Somalia, su impresionante y nada exagerada descripción de los campos de refugiados somalíes en la frontera keniata (quienes hayan visto imágenes de los seres hacinados en esos campos, entenderán la precisión de la narración), y su análisis de cómo un Islam cada vez más fundamentalista aparece como radical alternativa a la política tiránica de algunos países africanos (incluida la evolución de su padre, primero un demócrata somalí moderado, y finalmente cada vez más islamizado), hacen de este libro un interesante documento autobiográfico, con un doble perfil subjetivo y social.

Porque ante todo, Ayaan Hirsi Ali es una escritora política y crítica; su preparación es profunda, vemos su gran esfuerzo para integrarse en el país de acogida hasta llegar a licenciarse en Ciencias Políticas en la prestigiosa universidad de Leiden. Por tanto, conoce a fondo tanto las doctrinas del Islam como las teorías políticas de Occidente. Las sucesivas escenas de su vida nos permiten avanzar varias conclusiones. Por un lado, las diversas concepciones del Islam, la férrea división entre clanes en Somalia; las diferencias locales, entre Somalia y Arabia Saudi, por ejemplo. O bien la mirada despectiva de unos países sobre otros: los somalíes desprecian a los cristianos etiopes y keniatas, y los árabes saudíes llaman esclavos a los que llegan de Somalia. Por otro, la descripción en su más amplio contexto, por haberlo sufrido en su propia carne y en su cruel realidad, de una práctica tan abominable como la ablación de clítoris, y por extensión, vemos la dolorosa sumisión de muchas mujeres africanas, no sólo las de religión musulmana. Por último, Hirsi nos está planteando la complejidad que presentan las sociedades del bienestar multiculturales a la hora de aplicar las leyes. Según Ayaan Hirsi, la mala conciencia de los países democráticos, hace que sus políticos miren para otro lado cuando se trata de injerencia en las costumbres derivadas de religiones transplantadas a sus ciudades, aunque en muchos casos esas prácticas ancestrales sean contradictorias con el ejercicio de los derechos humanos: "Se mutilaban los genitales de niñas pequeñas sobre la mesa de la cocina; lo sabía a través de las chicas somalíes a quienes traduje", relata en su estancia holandesa.

El libro es apasionado y apasionante, y aunque no coincidamos en todos sus planteamientos, Hirsi observa con matices e inteligencia el tumulto ideológico de un mundo globalizado.

"Me gustaría seguir viviendo"

Valiente, visionaria, con afán de notoriedad, justiciera o manipuladora de la realidad, tal como la han acusado algunos de sus detractores. ¿Quién es esta joven mujer de origen somalí, de vida novelesca, que no tiene miedo a las amenazas de muerte y que denuncia en primera persona la pesadilla vital de algunas mujeres musulmanas? Aparentemente sin temor, alza la voz y va apartando en su relato las veladuras de hipocresía y silencio que se entremezclan con los ritos y costumbres ancestrales en ciertas concepciones del islam: "Algunos me preguntan si albergo algún deseo de morir por decir lo que digo. La respuesta es que no: me gustaría seguir viviendo. Sin embargo hay cosas que es necesario decir, y hay épocas en que el silencio es cómplice de la injusticia".

Pero tampoco las sociedades del bienestar, con sus periodistas corruptos, buscando el escándalo, y sus políticos cobardes quedan libres de sus acusaciones: "Después de detener la grabación, el periodista del ‘Zembla’ me acribilló a preguntas sobre mi pasado en un tono hostil. Me desconcertó totalmente y tuve que esforzarme por ser cortés, cuando me dijo que Mahad le había dicho que nunca me habían extirpado el clítoris", relata con indignación. La biografía de Ayaan Hirsi Ali es, también, un intento de encontrar explicaciones en el tono más justo y objetivo. Pero es difícil saber si la memoria nos traiciona cuando se han sufrido tantas humillaciones y se ha visto tanto horror.