Image: Érase una vez

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Letras

Érase una vez

Margaret Atwood

15 marzo, 2007 01:00

Margaret Atwood. Foto: Alastair Grant / AP

Traducción de Víctor Pozanco y Toni Hill. Lumen, 2007. 148 páginas, 15’90 euros.

El Booker Prize concedido a El asesino ciego en el año 2000 representó el reconocimiento a una autora, Margaret Atwood (Ottawa, Cánada, 1939), que desde hace años viene ofreciéndonos una serie de obras -entre las que destacaríamos Alias Grace (1996)- dignas de figurar en las más prestigiosas antologías de narrativa en inglés. En la breve nota biográfica incluida en la solapa de este recién publicado volumen de relatos, érase una vez, se menciona cómo "su nombre ha aparecido a menudo en la lista de candidatos al premio Nobel", y lo cierto es que si de nominar a un autor canadiense se trata (el último laureado nacido en Canadá fue Saul Bellow, premiado hace más de treinta años, en 1976), indudablemente el nombre de Atwood resulta indiscutible.

érase una vez es una colección de seis relatos enmarcados entre dos "piezas" literarias: la que presta su título al volumen, la divertida "érase una vez", y la trasgresora "A favor de las mujeres tontas". He utilizado el término "piezas" al resultar complicado utilizar los tradicionales epígrafes convencionales como relato, ensayo, etc. (el término sketch sería el más apropiado). El común denominador en ambos es el satírico humor, la mofa derivada del sinsentido en que puede llegar a convertirse el afán por resultar "políticamente correcto": incluso contar un cuento para niños puede convertirse en un auténtico cúmulo de despropósitos (¿recuerdan aquellos Cuentos para niños contados de forma políticamente correcta?).

Los seis relatos son composiciones mucho más serias y elaboradas; también aquí volveremos a encontrar un nuevo común denominador: la complejidad inherente a las relaciones de pareja. El panorama que nos muestra Atwood resulta ciertamente desalentador, pues uno llega a preguntarse si existe una solución de continuidad para las modernas relaciones sentimentales. El hastío y la rutina, no sólo en la vida diaria, sino también en las relaciones sexuales - "Toca sexo, anoche se lo saltó" (pág. 74), piensa la protagonista de "La tumba del famoso poeta"- parece convertirse en una rémora ante la que nadie sabe o puede escapar. Pero de forma tan sutil como inquietante se plantea una novedosa cuestión, más preocupante si cabe que la realidad puntual: ¿por qué se continúa con una relación que ya no tiene futuro? ése es el interrogante que subyace implícitamente en todas las historias, y de forma explícita en "El resplandeciente quetzal". Edward y Sarah decidieron casarse cuando ella se quedó embarazada. Por desgracia, el niño que esperaban se malogró y ahora ambos continúan con su acomodada y anodina vida. Sarah fantasea imaginando cómo sería su vida, cómo disfrutaría las mismas acciones que realiza en un momento determinado, como este viaje por México, si fuese la viuda de Edward. No entiende por qué "Si se casaron por el niño y no había niño, y seguía sin haberlo ¿por qué no se separaban?" (pág. 119). Sí que hubo separación, en cambio, en el matrimonio del relato "Betty", cuando Fred decidió abandonar a su esposa Betty. Para la joven narradora se trataba de un matrimonio perfecto y durante años no logró olvidar los infantiles recuerdos hasta que finalmente comprende que "Los Fred de este mundo se delatan por lo que hacen y por lo que eligen. Son las Betty las que resultan misteriosas" (pág. 40). Tal vez se eche en falta, tanto en ésta como en el resto de historias, el punto de vista masculino, aunque no resulte tan "misterioso".

Y de recuerdos vive la narradora protagonista de "Joyería capilar", el relato que me resulta más interesante. Una nota a pie de página explicando qué es "Filene’s Basement" (una tienda de ropa cara a precios de saldo en Boston) hubiera sido aconsejable, pues el relato gira en torno a la idea de pretender lo que no se tiene, o dicho de otra forma, obsesionarse, idealizar el amor perdido hasta llegar a cuestionarse tras muchos años "¿cómo sé que no somos ambos una invención mía?" (pág. 77). Pero ni la creación artística surte un efecto catártico. Tal vez eso sea lo más impactante.