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Letras

Claus y Lucas

12 abril, 2007 02:00

Agota Kristof
Traducción de A. Herrera y R. Berdagué. El Aleph. Barcelona, 2007. 444 páginas. 23 €

Flaubert nos legó una obra maestra sobre la estupidez (Bouvard y Pécuchet), pero aún esperamos una crónica magistral de la malicia, esa forma de perversidad moral que sólo conoce la plenitud en la infancia, donde el otro deviene objeto de un narcisismo sin límites. La trilogía (El gran cuaderno, La prueba y La tercera mentira) de Agota Kristof (Csikvand, Hungría, 1935) es una excelente fábula sobre la amoralidad de la niñez. Dos gemelos crecen en la Hungría invadida por el ejército alemán y, más tarde, por las fuerzas de la Unión Soviética. Abandonados por su madre, se ocupa de su educación una abuela cruel y analfabeta. Claus y Lucas se enfrentan al mundo desde cero, sin ningún lastre moral, sólo preocupados por comprender los diferentes aspectos de la experiencia: el cuerpo, el espíritu, la naturaleza. Son dos, pero constituyen una sola persona. No toleran la separación, pues en ausencia del otro se perciben incompletos.

El gran cuaderno es la mejor novela de la trilogía, con sus frases minimalistas, sus brevísimos capítulos y su capacidad de infundir credibilidad a lo inverosímil. Situaciones y personajes sólo necesitan unas líneas para cobrar vida. Los aztecas identificaban lo doble con lo monstruoso, con los dioses informes, que se manifiestan de forma horrible y, realmente, Claus y Lucas son anomalías que inspiran terror sagrado. Se ejercitan en la crueldad, estragando su carne y la de los otros; fingen patologías ficticias y desprecian la compasión; utilizan la violencia con la terrible racionalidad del que ha sellado su conciencia; cultivan la ambivalencia, el engaño, el disimulo y observan la muerte como un espectáculo.

El mundo es un teatro o, más exactamente, una mascarada y la muerte sólo es el acto final. No hay Dios ni esperanza. El género humano sólo es un rebaño. Fieles a esa enseñanza, no les importa provocar la muerte del padre ni conservar en un armario el esqueleto de la madre muerta.

La prueba sitúa a los gemelos en el límite de su capacidad para sobrevivir sin el otro. Claus cruza la frontera en la época del Telón de Acero y Lucas permanece en Budapest, responsabilizándose de Mathias, un niño discapacitado. Al igual que los gemelos, Mathias es un monstruo. Fruto de un amor incestuoso, soportará continuas vejaciones en la escuela. Su relación con la vida estará marcada por un justificado resentimiento, que revela la imperfección de un mundo sin Dios. Siguiendo el ejemplo de Claus y Lucas, Mathias se refugia en la escritura, pero son palabras inútiles, condenadas a morir, pues la ausencia de Dios condena a la nada toda creación, abocada antes o después al no-ser.

La tercera mentira es una narración más convencional, pero su pesimismo es tan insoportable como esos gemelos que han crecido sin conocer el sentido del amor, la piedad o el perdón. El hombre es un inválido sin Dios. Ni siquiera es real. Todo lo relatado hasta entonces es falso. Los gemelos son uno, una conciencia desdoblada, que contempla el suicidio como la única salida racional en una realidad en proceso de descomposición. Si al final no hay nada, ¿por qué esperar? ¿Por qué no abandonar cuanto antes la impostura de vivir?

Claus y Lucas es una parábola estremecedora, sin espacio para la esperanza. Agota Kristof demuestra que la verdadera literatura nos enseña lo que no podemos conocer, pero sí comprender. El nihilismo de estas páginas corrobora la profunda escisión del hombre, que busca lo doble, lo idéntico, para entender la diferencia y para expresar su incurable anhelo de infinitud, frustrado una y otra vez por la indigencia de nuestra racionalidad mortal.