Letras

Todo lleva su tiempo

por Blanca Riestra

26 julio, 2007 02:00

Finalista del Premio F. Quiñones. Alianza. Madrid, 2007. 288 páginas, 17’90 euros

Ya se ha dicho mil veces que el argumento de una novela tiene en sí mismo importancia relativa. El secreto está no en qué se cuenta sino en cómo se cuenta y en la adecuación entre lo uno y lo otro. Estas observaciones obvias me vienen a la cabeza a propósito de Todo lleva su tiempo: la obra ofrece una base anecdótica interesante y sugerente pero su tratamiento hace agua por un lado básico.

Blanca Riestra detalla los jalones de una historia de descenso a los infiernos bastante clásica en su ideación global. El niño Vilano, descontento en su medio rural, huye a la ciudad y aquí ejerce varios humildes trabajos. Hace una visita iniciática a París y, de regreso a Madrid, se integra en la mendicidad. En ese periplo descubre su condición de escritor. Llevado por incontrolables instintos, baja a las últimas capas de la marginación social, fomenta una inestabilidad psicológica que culmina en graves trastornos mentales, sufre la dramática tensión entre amor y muerte y comete un crimen ritual. El propio Vilano refiere su viaje al mal o a la lucidez a un juez las vísperas de su condena a reclusión de por vida.

El recorrido de este arquetipo de asesino/poeta procedente del malditismo sigue un trazado simbólico y se desarrolla con recursos visionarios y líricos. La cita de una obra de Breton, Nadja, y la evocación del Mad Max cinematográfico son claves de la estética expresionista de la autora, dentro de la cual caben tanto estilizaciones poemáticas como feísmo tremendista. Estos polos dan a la novela una atractiva variedad tonal y ambos responden a un planteamiento general que consiste en la imaginativa distorsión de una base realista. Este enfoque produce algún buen momento, así los pasajes con ribetes satíricos y humorísticos sobre la pobretería madrileña dirigida por un ordenancista Gran Hampón.

La base anecdótica es un aliciente de Todo lleva su tiempo, y Riestra lo refuerza al presentarla dentro de una narración de suspense. También la atmósfera espectral que envuelve los sucesos produce el efecto positivo de suscitar la curiosidad del lector. Hay un algo enigmático en el fondo de la historia de Vilano que invita a conocer la verdad última y el alcance de su comportamiento, a un paso del sinsentido existencialista y a otro de la rebeldía contra el conformismo colectivo.

Todo esto es positivo, y habla de una escritora no común, pero lo devalúa por el error de elegir un registro estilístico malo. El problema reside en la entrega a una palabrería gratuita e insufrible. Riestra debe de pensar que escribir bien es engolar la voz y de ello se derivan resultados negativos. Algunas frases son puros absurdos. Hay afirmaciones huecas, o al menos yo no entiendo qué quiere decir con "la sangre no es más que uno de los disfraces de la vida". Tampoco comprendo por qué cuando uno es niño "se vuelve volátil". Otras son pretenciosas (el personaje "estuvo inmerso durante un tiempo en el empirismo") o desmesuradas (el miedo se ancla en el cuerpo "como un anzuelo que me abriese de parte en parte"). También se encuentran puros errores (a los muertos no "se les rehusaron los santos óleos", se los negaron; la mano toca la areola, no la aureola). Y alguna incongruencia: ¿cómo alguien con un "español chapurreado" habla de "fotogramas (que) se sucedían espasmódicos"?

Verbalismo y énfasis lastran la prosa de Riestra. Tendría que meditar la recomendación cervantina ("Llaneza, muchacho, y no te encumbres") para sacarle el mejor partido a su fuerte inventiva.