Letras

El ataque contra la razón

Al Gore

25 octubre, 2007 02:00

Al Gore y Bush (detrás). Foto: Archivo

Trad. Lucas Rodríguez Monge. Debate, 2007. 368 pp., 20’90 e.

La concesión del Nobel de la Paz a Al Gore (1948) contribuirá a que se lea su último libro y es bueno que así sea, porque El ataque contra la razón es bastante más que una denuncia del rumbo tomado por la administración Bush. Se trata de una reflexión sobre los problemas actuales de la democracia y de una propuesta para superarlos, que merece ser leída al margen de que se esté de acuerdo o no con su diagnóstico. Vicepresidente con Clinton y candidato demócrata frente a Bush en las controvertidas elecciones de 2000, Gore es también un empresario interesado en las nuevas tecnologías de la comunicación, que preside un canal de televisión por cable y es miembro del consejo de administración de Apple. Todo lo cual le ha dejado tiempo para escribir dos libros sobre problemas ecológicos que han sido éxitos de ventas, La tierra en juego (1992) y Una verdad incómoda (2006), llevado al cine y premiado por Hollywood.

El tema ecológico aparece también en El ataque contra la razón, pero sólo constituye uno de los elementos en que se apoya el argumento del libro, que atribuye los graves errores cometidos en los últimos años por el gobierno de su país, como la reticencia a admitir la realidad del cambio climático o la irreflexiva invasión de Iraq, al deterioro de las condiciones en que se ejerce el debate democrático. Su fuente de inspiración son las reflexiones de los padres fundadores de los Estados Unidos y en especial de Thomas Jefferson, autor principal de la Declaración de Independencia y presidente de 1801 a 1809. Jefferson afirmó que sólo "una ciudadanía bien informada" podía ser la verdadera depositaria de la voluntad pública, convirtiendo así a la información libre y veraz en el fundamento mismo de la democracia. ése fue el espíritu con el que se fundaron los Estados Unidos de América y por ello la libertad de prensa e imprenta ha sido siempre uno de los pilares de su sistema político. Es más, observa Gore, el nacimiento y consolidación de la democracia moderna, en América como en otros países, fue posible gracias a la democratización de la información que trajo consigo la imprenta, a través de la proliferación de periódicos y panfletos. Ahora bien, el uso de los medios de comunicación por el fascismo y el comunismo, que se sirvieron de ellos para adoctrinar a la gente y eliminar el pensamiento libre, muestran que las tecnologías de la información son un arma de doble filo. Y lo que preocupa a Gore es que, si las elecciones se deciden por carísimos anuncios televisivos, la propia democracia estará en peligro.

"Donde el miedo está presente -escribió hace 1.700 años el pensador cristiano Lactancio- la sabiduría no puede existir". Gore recoge esta cita y se apoya en los últimos avances de la neurología para demostrar hasta qué punto es cierto que el miedo obstaculiza la capacidad de razonar, incluso cuando lo provocan amenazas imaginarias. Acusa a la administración Bush de haber aprovechado el miedo generado por los atentados del 11-S para que los americanos aceptaran, sin apenas debate, una intervención en Iraq desastrosa. Lo hizo mediante una campa-
ña destinada a unir la amenaza de Sadam Husein con la de Al Qaeda, cuando el dictador iraquí, sin duda un tirano sanguinario, nada había tenido que ver con los atentados y no representaba una amenaza directa contra EE.UU., a diferencia de los terroristas de Bin Laden.

La ausencia de debate razonado y el impacto que tienen las costosas campañas televisivas dan además, según Gore, una indebida influencia a los intereses privados que financian tales campañas. Acusa por ejemplo a Bush de haberse plegado a los intereses de las grandes compañías petrolíferas en la cuestión del cambio climático y a la empresa Exxon Mobil de estar financiando una campaña de desinformación sobre el tema. Y todo ello estaría llevando a un gigantesco error, porque el recurso masivo a los combustibles fósiles está elevando la concentración de CO2 en la atmósfera, con el consiguiente efecto invernadero, a la vez que hace depender a la economía americana del petróleo, cuyo precio resulta en buena medida de decisiones tomadas en el Oriente Medio, una de las regiones más conflictivas del mundo, en la que EE.UU. se ve impelido a intervenir, entre otras cosas, por el hecho de que allí están las mayores reservas del preciado combustible. Así es que los problemas medioambientales, económicos y de seguridad nacional están estrechamente imbricados. Y entre tanto, los ciudadanos americanos pierden interés en la política y, según revelan las encuestas, tienen un conocimiento muy reducido de los principios en que se basan sus instituciones. Ello se debe, en parte, a que para la mayoría de ellos la principal fuente de información son los grandes canales televisivos, que ofrecen cada vez menos noticias serias, mientras que casos como los de O.J. Simpson y Michael Jackson concentran una atención desproporcionada. Así es que, a pesar de la expansión del sistema educativo y de los medios de comunicación, esa "ciudadanía bien informada" en la que confiaba Jefferson no existe.

Quizá algunos lectores consideren que el cuadro que pinta Al Gore es demasiado catastrofista. Otros pensarán que los males que denuncia no son específicamente americanos, sino que en todas partes representan el punto débil de la democracia en la era de la televisión. Lo cierto es que el debate que plantea en El ataque contra la razón resulta crucial para nuestro futuro, aunque su alegato habría resultado más efectivo si su libro hubiera estado mejor estructurado, porque los mismos argumentos aparecen una y otra vez a lo largo de sus páginas, sin que algunos de ellos lleguen a ser examinados a fondo. Por otra parte, su oscuro diagnóstico no le lleva al pesimismo, pues considera que una crisis representa siempre una oportunidad. A mediados del siglo XX, ante el desafío del totalitarismo, una generación de americanos supo reaccionar: ganaron la guerra mundial, impulsaron la recuperación de Europa occidental, fundaron las Naciones Unidas y la OTAN. Y frente a la crisis actual hay que revitalizar la democracia, a través de la participación ciudadana y del debate político racional. Para ello, argumenta Gore, contamos con una magnífica herramienta: internet. Si la televisión ha llegado a encarnar la pasividad del espectador y el control del acceso por unas pocas grandes compañías, internet representa la interconexión de los ciudadanos y la posibilidad de que millones de ellos puedan influir en el debate público. Si en la era de los padres fundadores fueron los periódicos y los panfletos los que iniciaron el debate democrático, sus herederos actuales son los blogs, los wikis y los videos caseros de YouTube. Y si en internet hay mucha basura, también la había en los panfletos de hace dos siglos.

Albert Arnold Gore

A las puertas de la Casa Blanca

Dos óscar, el príncipe de asturias y el Nobel de la Paz son los éxitos de la reconversión a activista verde de Albert Arnold Gore, ex vicepresidente de EE.UU al que las papeletas mariposa de Florida dejaron a las puertas de la Casa Blanca. Senador desde 1984, formó parte del exitoso ticket que en 1993 llevó a Bill Clinton a la presidencia. En el 2000 fue candidato demócrata y venció en número de votos. Sin embargo, irregularidades en el arduo recuento de las urnas de Florida le dieron la victoria a George W. Bush. Desde entonces, Gore ha clamado sin tregua contra los peligros del calentamiento global, -con exageración, según algunos- que expuso en el documental Una verdad incómoda.