Image: Václav Havel. Sea breve, por favor

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Letras

Václav Havel. Sea breve, por favor

por Václav Havel

29 mayo, 2008 02:00

Václav Havel

Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores

Washington, 7 de abril de 2005

He huido. He huido a Estados Unidos. Se trata de una escapada de dos meses, con toda la familia, es decir, con Dáša y nuestros dos boxers, Sugar y su hija Madlenka. He huido con la esperanza de hallar más tiempo y concentración para escribir. Ya hace dos años que no soy presidente y comienza a inquietarme el hecho de no haber escrito nada con coherencia. Me irrita que me pregunten una y otra vez si escribo, y qué escribo, y digo que en mi vida ya he escrito bastante, decididamente más que la mayoría de mis compatriotas, y que escribir no es ninguna obligación exigible. Resido en calidad de invitado de la Biblioteca del Congreso, que me ha ofrecido un cuarto muy silencioso y agradable donde puedo ir cuando quiera para hacer lo que me plazca. No me piden nada a cambio. Es excelente. Es donde me gustaría, entre otras cosas, responder a las preguntas del señor Hvížd'ala.


Me gustaría comenzar con una pregunta relacionada con la segunda mitad de los años ochenta, cuando se convirtió en el disidente más conocido de Europa Central o, tal como describió John Keane, en "una estrella del teatro de la oposición". ¿Se acuerda del momento en que pensó por primera vez que tendría que adentrarse en el terreno de la política y que ya no le bastaría con desempeñar el papel de dramaturgo, ensayista y pensador?

Ante todo, quiero manifestar mis discrepancias acerca del calificativo de "estrella del teatro de la oposición". En primer lugar, hicimos todo lo posible para no dividirnos en "estrellas" y el resto. Cuanta más notoriedad alcanzaba alguno de nosotros, y en cierto modo quedaba a salvo de medidas represoras, más se esforzaba en salir en defensa de los menos conocidos y por lo tanto más vulnerables. Pero el régimen mantenía el principio de "divide y vencerás". A uno le preguntaban: "¿Cómo puede usted, un intelectual respetado por todos, prostituirse con estos don nadie?"; a otro le decían: "No te líes con éstos, son una especie protegida, siempre acaban componiéndoselas como pueden mientras tú asumes todo el trabajo". Es comprensible que, en dicha situación, pusiéramos especial énfasis en el principio de igualdad entre quienes mostraban cierta oposición al régimen. En segundo lugar: usted sabe bien cómo dudo constantemente sobre mí, cómo me reprocho todo lo posible y lo imposible, hasta qué punto no me gusto a mí mismo; un individuo así difícilmente acepta sin protestar el calificativo de que fue una "estrella". Por otra parte, confieso que debo tener cierta capacidad de integración: como alguien que no soporta los conflictos, los enfrentamientos, sobre todo si son más o menos evitables, y a quien además no le gusta que se le den vueltas al mismo asunto sin un resultado visible, siempre me he esforzado en unir a las personas, en colaborar para que lleguen a un acuerdo y buscar la manera de convertir un punto de vista común en una acción evidente. Quizá fueran estas características las que siempre, al final y sin pretenderlo ni buscarlo, me llevaban hasta un primer plano, razón por la cual después pude parecerle a alguien una "estrella".

Y ahora por fin llegamos al meollo de la cuestión: no creo que en mi vida se pueda encontrar ningún cambio claro entre los tiempos en que no me ocupaba de la política y la época en que me dediqué a ella. Hasta cierto punto, de hecho, siempre me consagré a la política o a los asuntos públicos, y siempre, incluso como "mero escritor", fui un fenómeno político. Así funciona en condiciones totalitarias: al fin y al cabo, todo es política; hasta un concierto de rock puede serlo. Las diferencias, por supuesto, estribaban en la naturaleza o en la nitidez del impacto político de mis actividades; fue de una manera en los años sesenta y de otra en los ochenta. Desde esta perspectiva, el único momento verdadero de ruptura en mi vida fue cuando, en noviembre de 1989, decidí aceptar la candidatura a la presidencia. Entonces ya no se trataba sólo del impacto político de lo que hacía, sino también de la función política, con todo lo que eso conlleva. Vacilé hasta el último segundo.


Esta perspectiva, ¿le daba miedo o le atraía?

Más bien me daba miedo. Era algo completamente nuevo. Yo no me había preparado desde la escuela primaria para presidir, como es el caso de los presidentes americanos. Apenas tuve unas horas para decidirme por este cambio fundamental de vida. Al fin venció la llamada de mi entorno a la responsabilidad: me dijeron lo que más adelante repetí muchas veces cuando invitaba a otros a participar en política, a saber, que no podía pasarme toda la vida criticando para después, cuando se tiene la oportunidad de mejorar las cosas, no intervenir. La llamada, además, venía acompañada del convencimiento de que en aquella situación revolucionaria era la única decisión posible y que si, como figura central del proceso, rechazara de repente seguir implicado y ser consecuente con mis propios actos anteriores, pondría patas arriba todos nuestros esfuerzos y escupiría a la cara de todos.


¿Qué pensó su esposa de entonces, Olga, conocida por sus opiniones tajantes?

He de decir que había apoyado incondicionalmente mi actividad previa como disidente. Sin embargo, respecto a la candidatura a la presidencia se quedó tan perpleja como yo, quizás aún más. Aunque al final también me dio su consentimiento.