Zadie Smith. Foto: Alex Cameron

Zadie Smith. Foto: Alex Cameron

Letras

Zadie Smith arremete contra los egos de los escritores masculinos en su primera novela histórica

Karan Mahajan
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Los ejemplares de Dientes blancos, de Zadie Smith (Londres, 1975), relucían por toda la residencia en California. Era el año 2001 y Dientes blancos había sido asignada como lectura inicial para los estudiantes de primer año. Recuerdo que me encantó la narración extensa, grosera, divertida y chapucera, la forma mágica en que Smith lo unía todo en la figura de un ratón modificado genéticamente.

La impostura

Zadie Smith

Traducción de Eugenia Vázquez. Salamandra, 2024. 480 páginas. 24 €

Pero la edad de Smith en aquel momento –26 años– debió de parecerme geriátrica. Solo cuando empecé a publicar siendo veinteañero pude apreciar el prodigio que era Smith, y a lo largo de mi carrera ha seguido siendo un faro asombroso (y desesperante) de lo que un escritor puede lograr a una edad temprana.

Era una estudiante universitaria cuando se embarcó en Dientes blancos y aún no había cumplido los 30 cuando publicó su –en mi opinión– obra maestra, Sobre la belleza, un libro sabio, triste y desternillante sobre las relaciones raciales en Estados Unidos que habría sido calificado merecidamente de gran novela social estadounidense si el panorama literario de aquel entonces hubiera estado más sensibilizado con el tema de la raza. Ahora, a los 49 años, ha escrito su primera novela histórica, La impostura, en la que ofrece una panorámica grandiosa e intensa de Londres y la campiña inglesa, y ubica con éxito las controversias sociales de una época en un puñado de personajes.

La "impostura" del título alude a varios personajes, pero sobre todo a un estafador de la Inglaterra de la década de 1860 que afirma ser sir Roger Tichborne, heredero del título y de una gran fortuna que fue dado por muerto en el mar. El Reclamante, como le llaman, pretende hacerse con la herencia de Tichborne, pero es un impostor: su pasado apunta a que es un carnicero que ha estado viviendo en Australia para escapar de sus deudas.

Pero, curiosamente, en su búsqueda de "justicia", el Reclamante reúne a un enjambre de admiradores dispuesto a llegar hasta la muerte para demostrar que es sir Roger. La única razón por la que se le niega lo que le corresponde, afirman sus seguidores, es que la élite –la alta burguesía, la prensa, los "papistas"– se ha confabulado contra él.

Los ecos del trumpismo descerebrado son claros, y esta es evidentemente la razón por la que Smith se sintió atraída por este juicio, que fue una causa célebre en la Inglaterra de la época y un pozo sin fondo de chifladura populista. La variopinta multitud de partidarios del Reclamante, escribe Smith, estaba formada por "oficinistas y maestros de escuela, disidentes de todas las tendencias, comerciantes y capataces, cocineras e institutrices". El Reclamante era un "hombre del pueblo, amante de la diversión" que "iba adonde le llevaba el viento". ¿Qué mejor forma de escribir sobre Trump y el trumpismo que evitar halagar a Trump con otro retrato de Trump?

Lo que hace de La impostura un libro de Zadie Smith y no una transcripción del juicio es que los personajes centrales no son ni el jurado ni el juzgado, sino una viuda escocesa sesentona llamada Eliza Touchet y un anciano exesclavo jamaicano, Andrew Bogle, testigo del Reclamante.

Touchet es el personaje moralmente más inteligente que Smith ha escrito: una persona quisquillosa, inquieta, alerta y atormentada por la muerte, que resulta divertida sin ser cómica. Ama de llaves y editora de su torpe y grafómano primo novelista (llamado así por un escritor real, William Ainsworth, en quien se inspira el personaje), pasa sus días en el campo protegiendo el frágil ego de Ainsworth y discutiendo sobre el caso Tichborne con la nueva esposa de Ainsworth, Sarah, mucho más joven, analfabeta, y que es todo lo pro-Reclamante que se puede ser.

Estos debates de sobremesa sobre el juicio de Tichborne, aunque divertidos de seguir, carecen de la precisión sobrenatural del diálogo de las novelas más actuales de Smith, por lo que el libro realmente despega cuando Eliza acompaña a Sarah a una recaudación de fondos para Tichborne en Londres y se queda alucinada por el tumultuoso evento, que contrasta con la aleccionadora figura del canoso y pulcramente vestido Andrew Bogle en el escenario.

Puede que Dickens esté muerto, pero Zadie Smith, afortunadamente, sigue viva

Muchos idiotas se ven impulsados a defender al Reclamante, pero nadie es más creíble, cauto o inteligente que Bogle, que conoció al Reclamante en Australia y que mantiene que este es quien dice ser. Como abolicionista y estudiosa de la humanidad, Touchet se siente atraída por Bogle y comienza a entrevistarle con la esperanza de, el cielo no lo permita, escribir su propio libro.

Más que ninguna otra novela escrita por Smith, este es un libro sobre novelistas, y es arremetiendo contra los egos de los escritores masculinos como Smith se divierte más. "¡Que Dios me libre de esa trágica indulgencia, de esa inútil vanidad!", piensa Touchet, años antes de lanzarse ella misma a escribir novelas. Hablando de Dickens con Ainsworth, exclama: "¿Qué importa lo que ese hombre piense de cualquier cosa? Es un novelista".

Bogle, por otro lado, le cuenta a Eliza la desgarradora historia de cómo se crio en una brutal plantación jamaicana y llegó a Inglaterra como criado. "Mi vida ha tenido muchas partes", dice, recordándonos a un narrador de Naipaul. Es en esta sección donde la extraña estructura de la novela, que alterna periodos de tiempo y personajes en capítulos muy cortos, ofrece su mayor recompensa, con décadas que transcurren a toda velocidad en pasajes cortitos que aportan observaciones de primer orden sobre el colonialismo: "Inglaterra no era un lugar real. Inglaterra era una coartada muy rebuscada".

Aunque la estructura del libro es desigual, los desaciertos dejan de importar cuando nos adentramos en el juicio y la novela se transforma en un retrato de personas frustradas, que, como Ainsworth, se convierten en impostores sin saberlo.

Además, en esta novela Smith indaga en la historia de Londres, tratando de entender cómo una persona como ella, de ascendencia europea y jamaicana, llegó a existir aquí. Con su mirada multicultural, también nos ofrece un Londres más mezclado racialmente que el que encontramos en otras novelas sobre la época, un Londres de indios lascares, africanos, chinos, turcos, "criadas para todo negras y cocineras y amas de llaves negras".

Como siempre, es un placer estar en la mente de Zadie Smith, que, a medida que pasa el tiempo, se va haciendo contigua a la propia Londres. Puede que Dickens esté muerto, pero Smith, afortunadamente, sigue viva.

© The New York Times Book Review. Traducción: News Clips