Image: Tatami

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Letras

Tatami

por Alberto Olmos

24 julio, 2008 02:00

Alberto Olmos

Lengua de Trapo

DESPUéS DE UNA hora y media de vuelo, el pasajero de mi derecha se ha despertado. Quizá ha sido culpa mía. Ocupo el asiento junto al pasillo y, al volver de los aseos, me he dejado caer en mi sitio con excesiva indolencia. Eso ha provocado una vibración en la estructura de la fila 45 (sección A, B y C) que muy probablemente ha sacado a mi vecino de su duermevela.

Lo lamento profundamente porque ahora, cuando ya me he puesto los auriculares y visiono con meridiano placer los primeros compases de una película de Tom Cruise en la pantalla superior, noto la mirada de mi vecino sobre mí.

Yo creo que es un sexto sentido, aunque también puede calificarse como paranoia: el caso es que percibo con bastante puntería cuándo alguien me está mirando los pechos. Llevo puesto un top de color naranja, con un trébol de cuatro hojas estampado en el centro. La prenda está algo vieja, y dada de sí, por lo que el escote que me suministra es mucho más generoso que el estipulado de fábrica. Precisamente me he puesto este top para el viaje de catorce horas porque voy más cómoda. No esperaba encontrarme con un pasajero tan lúbrico.

Tom Cruise acaba de llegar a su casa después de un largo día de grúas. ¡Qué guapo es! Se quita la ropa como si no tuviera botones ni cremalleras. Luego se tira sobre la cama y se dispone a dormir...

(Sé que me está mirando los pechos desde hace veinte minutos. Sé que no aparta la vista ni un instante).

Llegan los marcianos. Extraterrestres, mejor. Los marcianos vienen de Marte y estos ovnis no tienen matrícula de Marte ni de ningún planeta en concreto. Así que extraterrestres. Empiezan a destruir la ciudad. Tom Cruise corre y corre con sus hijos a cuestas. A su lado la gente se convierte en confeti gracias al festival aniquilador de los extraterrestres...

(Estoy harta. Pesado. La película apenas me interesa en estos momentos).

He apartado los ojos de la pantalla. Los dirijo ahora hacia una revista que reposa sobre la bandeja reclinable. Miro la portada sin verla en absoluto. Respiro hondo.

No quiero crear un conflicto con alguien que va a estar a mi lado durante tantas horas. Pero tampoco quiero aguantar su morbosa mirada. La única solución es girarme y darle a entender que estoy pendiente de mi eslora, y que mi escote no es algo que se pueda mirar como un paisaje pirenaico.

He vuelto el cuello y he sonreído. él no me ha devuelto la sonrisa pero sí la mirada. Es un hombre un poco serio. Tiene los ojos diminutos, como un topo. No lleva gafas pero da la impresión de que sí las lleva, invisibles. No se ha quitado la chaqueta y observo su corbata muy tensa. Bajo los ojos un instante y noto que la punta de la corbata se le ha quedado atrapada en el cinturón de seguridad. Ahora temo que crea que su interés sexual es correspondido.

-Hola -me dice.

-Hola -contesto.

A continuación dice algo más, pero no tan simple que pueda leer sus labios sin necesidad de quitarme los auriculares.

-¿Perdón? -he puesto los cascos sobre mi regazo-. ¿Perdón?

-Digo que si es la primera vez que viajas a Japón. ¿Es la primera vez?

-Sí. ¿Se nota?

-No. No sé. Yo no lo noto -el hombre me mira los pechos descaradamente y añade-: Yo es la segunda vez que viajo a Japón.

-Ah -tengo que decirle que deje de mirar mis tetas.

-Supongo que el hecho de que te lleve un viaje de ventaja no significa nada. No significa que pueda adivinar cuántas veces has ido tú. Me gustan tus pechos.

-...

-¿Sabes? Las japonesas los tienen muy pequeños. De algunas podemos decir que carecen de ellos. Son muy delgadas. En todo caso yo soy virgen de japonesas.

-...

-Aunque es cierto que tuve mis escarceos con una, hace tiempo, en mi primer viaje. Es una historia muy triste. Te la cuento.

-...

-Perdona, ¿te incomodo?

De pronto he recuperado mi capacidad lingöística. Eso me alegra porque la necesito para dar clase de lengua española.

-A ver... señor. No sé si se da usted cuenta de...

-Tutéame.

-Bien: tú. Tú. ¿Contento? -miro a mi izquierda para comprobar que el incidente no me acarreará además la lacra de la curiosidad ajena-. No sé si te das cuenta de que mirarle el escote a una mujer, de esa manera, es terriblemente maleducado.

-Me doy cuenta.

-Entonces, por el bien de nuestro viaje juntos, te pido sin mayor escándalo que dejes de hacerlo.

-No puedo.

-No puedes.

-No. Me gusta mirar.

Sonrío. Me subo el escote del top naranja. Es inútil. Enseguida vuelve a abrirse sobre mis pechos. Pienso en levantarme y sacar una rebeca de mi equipaje de mano. Pero me da pereza.

-Estoy enfermo -dice.

-¿Y cómo se llama tu enfermedad, si puede saberse?

-No tiene nombre. Espero que tras mi muerte le den el mío.

-Qué es...

-Zurbarán.

-Como el pintor.

-No, me lo he inventado. En realidad me llamo Luis. Gómez. López. ¿Y tú?

-Olga. García. Márquez.

-¿Como el escritor?

-Pues sí. Como el escritor.

-¿Te lo has inventado?

-No. García y Márquez son mis apellidos. Y no puedo decir que esté encantada. De conocerte.

Me pongo los auriculares. Miro a Tom Cruise salvar el mundo. Sé que estoy fea con los labios fruncidos, pero no puedo evitar la mueca. Luis Gómez López. El enfermo.

-¿Y de qué estás enfermo tú?

Lo cierto es que estoy indignadísima. Hasta he dejado caer los cascos al suelo del pasillo.

-¿Quieres que te lo cuente?
-Si contarlo supone mirarme a los ojos: sí, quiero que me lo cuentes.

-¿Cuántos años tienes?

-Eh... ¿Por qué? Veinticuatro. ¿Por qué?

-Yo también tenía veinticuatro.

-Claro. Todos a tu edad tuvieron la mía en algún momento, por si no te das cuenta.

-Eres lista. Olga.

-Gracias.

-Yo también tenía veinticuatro la primera vez que fui a Japón.

-Ah, sí que es casualidad.

-¿A qué vas a Japón?

-¿A qué fuiste tú a Japón cuando tenías mi edad?

-A hacer turismo no.

-Yo tampoco.

-A ligar no exactamente.

-No exactamente.

-A dar clases de español, sí. A eso fui.

-...

-¿Tú también?

-Increíble pero sí: tenemos eso en común.

-Espero que no más.

-Yo también lo espero -una azafata sonriente me tiende mi auricular y me dice que se me ha caído. Dudo si ponérmelo, pero al final lo cuelgo de un ganchito que hay en el respaldo delantero-. ¿Por qué esperas no tener nada más en común conmigo? ¿Eh? Soy la primera de mi promoción.

-Yo no lo fui. Seguramente. Por cierto, ¿qué es una promoción?

-Tus compañeros de curso son tu promoción.

-¿Te sientes orgullosa de tus compañeros de curso?

-No. No me siento nada orgullosa de mis compañeros de curso, por supuesto.

-¿Entonces qué mérito tiene ser la primera?

-Pues... La... ¡Déjeme en paz!

-Tutéame, por favor.