Lobo-Antunes

Lobo-Antunes

Letras

Mi nombre es Legión

5 junio, 2009 02:00

António Lobo Antunes

Traducción de Mario Merlino. Mondadori. Barcelona, 2009. 356 páginas. 22,90 euros

Autor de libros donde no caben ni la utopía ni la esperanza de un futuro mejor, António Lobo Antunes (Lisboa, 1942) vuelve en esta novela a los suburbios miserables de Lisboa. Allí, sus habitantes viven fuera de la frontera que separa el bien del mal, según las líneas marcadas por el derecho. Las novelas del portugués hacen escasas concesiones al lector, pues el escritor apenas se preocupa de llenar los huecos de la narración, que salta de un personaje a otro, de un tema al siguiente. Si la audiencia no está dispuesta a centrarse en el texto, intentando rellenar los vacíos, lo dejará de lado. Lobo Antunes nunca ofrece una mera lectura, se trata de literatura en estado puro.

Siempre se menciona la profesión de psiquiatra de Lobo Antunes por la utilidad para explicar un peculiar modo de narrar. En efecto, sus textos parecen confesiones de diván. Aquí se trata de una historia contada a varias voces, desde diversas perspectivas, un policía, Gusmão, una prostituta blanca, una mestiza, y un delincuente, quienes toman la palabra por turno. Arranca el texto cuando el policía redacta un informe sobre su última misión. “Los sospechosos en número de 8 y edades comprendidas entre los 12 (doce) y los 19 (diecinueve) años abandonaron el Barrio 1 de Maio situado en el noroeste de la capital y tristemente conocido por la degradación física e inherentes problemas sociales a las 22.00 h.” (pág. 11). Una hoja después comienza el policía a incluir observaciones menos profesionales. Añade el dato de que sólo uno de los ocho delincuentes es blanco. El resto eran “semiafricanos y en uno de los casos negro y por tanto más proclives a la crueldad y violencia gratuitas lo que conduce al firmante” (pág. 12), y, a continuación, procede a poner en cuestión la política nacional de inmigración. Un par de páginas después da un salto mayor, a sus recuerdos, y acabará mezclando los detalles objetivos del informe, las fechorías que comenten los muchachos, con recuerdos de la vida personal, que se inician con una escena donde figuran su padrastro y la madre…

El resto de la novela supone un descenso a ese infierno de deseos impuros que bien pudieran denominarse Legión, viaje narrativo que nos deja con la triste convicción de que resulta imposible alcanzar el ideal humano que debería regir la sociedad. Falta todo cuanto la historia denomina progreso del hombre. Quizás las páginas más impresionantes de la novela sean las dedicadas a contar la vida y destino de una mujer mestiza (págs. 159-207). Desfilan por el texto la vanidad de la juventud; la injusticia del destino, o las falsas promesas del seductor.

Mas, lo mejor del texto resulta ese fluir de una conciencia que compone la historia narrada, donde los hechos del argumento no vienen ordenados, sino yuxtapuestos. Forma que provoca un dramatismo más profundo que la narración lineal. La novela ofrece la emoción del grito de Munch o del cuento “El hombre muerto” de Horacio Quiroga. Por ejemplo, en la escena donde cae muerto el hermano (págs. 206-207) se mezclan el ruido de un cubo que cae a la calle, la visión del hermano de niño corriendo tras los escarabajos, el ruido metálico de la escopeta de cañones recortados al chocar con el pavimento al caer abatido por los policías, y mucho más. Lobo Antunes recuerda, como gusta de hacer, el momento en su plenitud sensorial a través de la palabra.