La previa muerte del lugarteniente Aloof
Álvaro Pombo
30 octubre, 2009 01:00Álvaro Pombo. Foto: Conchitina
Es más: Pombo perfila su proyecto literario global al plantear la novela como ente autónomo que produce su propia realidad. El libro postula que la realidad literaria debe considerarse en sí misma sin apelar a su verificación con una realidad exterior. El narrador (enseguida explico quién es y qué pinta) le pide datos a un librero sobre el manuscrito que ha comprado y el librero le recrimina su error: "ha pretendido usted saltar del texto al mundo". Y como insiste en averiguar algo del autor, le corta: "No debería usted buscarlo fuera del texto en que se encuentra".
El narrador es un profesor universitario jubilado, experto en narratología, que encuentra el manuscrito inédito, titulado como la propia novela, de un oficial del ejército de un país sin identificar, probablemente español, viajero y aventurero. La novela va de uno a otro de estos dispares materiales: por un lado, el diario o memorias del teniente Aloof; por otro, los comentarios del narrador, muy técnicos a veces, según corresponde con su profesión, sobre el manuscrito. Pero no son dos líneas narrativas paralelas sino convergentes: la vida carente de exterior y de significación del narrador (la mencionada falta de sustancia) se ve impregnada por "la copiosa significatividad de la vida del lugarteniente" hasta volverse él mismo a su vez "significativo e interesante".
Al aficionado a las cosas de Pombo no le extrañarán ni este problema ni la retórica que lo acompaña. El lugarteniente Aloof es un Pombo arquetípico que se recrea además en la suerte de jugar con sus propios recursos. Sentada la autonomía de la novela, da la impresión de entregarse a ellos con libérrimo y gratuito gusto, sin necesidad de otra justificación que el placer de hacerlo. Como si dijera: esto es pura escritura y no se le busquen más pies al gato. Pura escritura que analiza y glosa la propia escritura en circunloquios y abundantes digresiones. Que se ensimisma en sabidos recursos retóricos (figuras del tipo "pisando sus pisadas"); compagina el léxico culto (lepromatosa) o la adjetivación poética ("sedoso río", "grutescos montes") con el tecnicismo (autodiegético) y con el coloquialismo malsonante (maricón, acojonado o cagar); conjuga frases sofisticadas con oraciones de laconismo barojiano e imita estilos encumbrados. En fin, que lo mismo aborda temas muy peculiares que cita a Leibniz o Heidegger, o que fantasea contando una leyenda sobre peces al poco de mencionar al poeta ángel González o a sus colegas académicos Pérez Reverte, Javier Marías o Darío Villanueva.
Las dos historias paralelas están llenas de gracia, contienen altas dosis de humor, ironías y desenfado y son por sí mismas ocurrentes y entretenidas. Esta sencillez y amenidad ocultan, sin embargo, un núcleo de asuntos relevantes que llegan al límite de la especulación filosófica. En el fondo, se debaten rasgos y determinantes de nuestra especie: la identidad ("ni yo ni nadie tenemos esencia alguna, todos somos sólo voluntades"), la contraposición de aventura interior y exterior, la idea platónica de la reminiscencia, la cualidad poética de la persona- lidad, la diferencia entre verdad y verosimilitud, la quimérica esperanza humana de lograr la felicidad, las creencias (con particular detalle sobre el debilitamiento del patriotismo) y el sentido global de la vida como un empeño voluntarista consistente en un seguir adelante con energía.
Ni la forma ni el contenido de La previa muerte del lugarteniente Aloof aportan novedades sustanciales a la estética de Pombo. Sin embargo, ahora aborda todo ello con una resolución que está de acuerdo con el intrínseco carácter literario del texto, cualidad a favor de la cual también se argumenta en la novela. El narrador sostiene que, dada su insignificancia, puede "disfrutar del texto libre y crudo que me tocó en suerte", y se atribuye la cualidad de "lector perfecto", que identifica con el que Aloof buscaría. Sería alguien que "le escuchó y le creyó y se encandiló con sus malaventuras". El lector perfecto del libro vendría a ser, en consecuencia, quien no buscara en él otra cosa que encandilarse con la doble aventura del narratólogo y el militar. Por eso la novela no va dirigida a todo el mundo: requiere el lector cómplice para el que está pensada; alguien dispuesto a disfrutar con este Pombo juguetón, divertido, listo, profundo, enrevesado, sutil y no poco frívolo.