El largo y salvaje aliento de Pola Oloixarac
La escritora porteña que ha revolucionado los mentideros con Las teorías salvajes defiende reinventar la literatura como forma de conocimiento y carga contra el psicoanálisis, el progresismo y la política argentina
24 marzo, 2010 01:00Pola Oloixarac. Foto: Antonio Moreno.
Daniel ArjonaUn runrún algo distorsionado pero cada vez más poderoso cruzaba el Atlántico desde la publicación argentina de Las teorías salvajes en 2008: una jovencita que respondía al pseudónimo de Pola Oloixarac (Buenos Aires, 1977), filósofa, pedantona, tan seductora como inteligente, había escrito la novela de la modernidad 2.0. Y esta vez no se trataba de propaganda... El lector español puede ya probar las teorías salvajes en la edición de Alpha Decay y asomarse a una obra tan humorística como cariñosa. La protagonizan (¡atentos!) un oscuro antropólogo, una entrañable pareja de nerds que se pasean por Buenos Aires pegoteando mocos, inventando videojuegos bélico-morales y hackeando Google; y una narradora marisabidilla que asusta a su pez Yorick con el Walden de Skinner y anda obsesionada por un triste profesor. Y en el ínterin, la insaciable guillotina de Pola siega sin piedad las cabezas del psicoanálisis, la izquierda y el postmodernismo, una única hidra, en definitiva, tan estéril como falta de humor.
Cuando le comentamos a Pola los recientes movimientos para acercarla a las teorías nocilleras como alumna aventajada, exclama "¡Pero si no los he leído, no llegan a Argentina!". Luego aclara que ella se ocupa más bien, de lo contrario: "Disiento con fuerza de las teorías postmodernas. No sólo de cómo destruyen la verdad sino también la moralidad. De las propagandas simultáneas del fin de la historia y el fin de los relatos devienen consecuencias muy malas para la literatura. Proliferan los libros pequeños, de corto aliento, fragmentarios, las literaturas del yo... Hay una democratización hacia abajo de las intenciones artísticas. No tenemos por que tolerarlo solamente porque haya un montón de gente a la que se le terminaron las ideas. Lo que a mí me interesaba al fundir literatura y filosofía era volver a pensar la literatura como una forma de conocimiento".
Oloixarac llega tarde a la librería madrileña La Buena Vida donde va a presentarse su novela, bebe agua y picotea, al descuido, pececitos salados. Sus pestañas no se acaban nunca y aplica sus increíbles labios rojos para redondear las dedicatorias que firma. Asegura que antes de publicar Las teorías estudió filosofía, y escribió guiones para televisión pero nunca ejerció la crítica literaria, "uno de esos oficios indecentes de los que prefiero mantenerme alejada".
Le divierte que la comparen con Bolaño, Houellebecq , Nabokov o Pynchon -"Todos me gustan por distintas razones"-, pero refuta, enérgica, que su novela sea ardua y que la gente hable de ella sin leerla: "Lo que encontré en en Argentina es que la gente leía el libro y lo discutía. Quise manejar cierto destino de entretenimiento, que cualquiera pudiera engancharse sin necesidad de ver un montón de referencias que no son necesarias. Personas con más lecturas lo leerán en otras direcciones".
Oloixarac relata la gestación de Las teorías salvajes como una forma de escapar del "horrible" ambiente de la Facultad de Filosofía bonaerense en la que estudió. Facultad que, con su "ecosistemas gaga", sirve de escenario privilegiado a la narración. Resulta que un día, en un foro de discusión en Internet donde discutían "las típicas posturas ridículas de la izquierda troskista", ella, desde la realpolitik, les tomó el pelo: "Me divertí mucho torturándoles. Ellos decían: 'Pola es malísima pero nadie la puede refutar'. Hasta que aparecieron carteles contra mí. Y me asusté. Escribir me permitió sobrevivir a aquello".
El psicoanálisis -"tan insostenible, tan argentino"- y la izquierda setentera, con su liberación sexual y sus guerrillas, salen escaldados de Las teorías salvajes. Y según Pola la situación dista de mejorar: "Hoy, en el Gobierno argentino existe un discurso oficial cuyo relato de la historia afirma que existió un marxismo revolucionario peronista que fue reprimido pero que luchaba por la libertad que ahora tenemos en democracia. Ese mito heroico permite que mientras tengamos un discurso de izquierdas la política sea totalmente neoliberal y que las leyes que de los militares se mantengan intactas. Es muy divertido. No ven que ellos mismos en su juventud luchaban por derrocar al Estado o provocar un golpe. En ningún momento la democracia estuvo en sus horizontes. Era parte del imperativo marxista-leninista: 'cuanto peor mejor'. Yo tomé tal imperativo y lo literaturicé como estrategia de seducción".