Image: Comienzo de El camino de la espiritualidad

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Letras

Comienzo de El camino de la espiritualidad

por Jorge Bucay

9 abril, 2010 02:00

Portada del libro.

Grijalbo

Llegar a la cima y seguir subiendo es la metáfora que los sufís utilizan para hablar del desarrollo espiritual, de la iluminación y de la vida trascendente. En este libro, Bucay propone que después de haber conquistado una actitud menos dependiente, después de haber desarrollado nuestra capacidad de amar y de haber sido capaces de enfrentarnos con las pérdidas y los duelos, después de darle un sentido a nuestra búsqueda de la felicidad y de tomar la decisión de intentar volvernos más sabios cada día, nos aboquemos al último desafío, el de conectarnos con lo más esencial y elevado de ser nuestro ser, explorar el plano de nuestra espiritualidad.

Acerca de la espiritualidad
Casi todos, en algún momento de nuestra vida, hemos transitado un período de confusión en todo lo relacionado con lo espiritual, potenciado por el caos comunicativo que significa ponerse a hablar de aquello que para algunos es un enigma, para otros una religión o una filosofía, y para otros incluso una especie de ciencia oculta.

Dejando claro desde el principio que cualquiera puede tener su propia postura (más aún en medio de esta falta de acuerdos lingüísticos), me parece importante señalar que en este libro la mayor parte del tiempo hablamos de espiritualidad en el sentido de la relación de cada persona con el mundo de lo espiritual, entendiendo este mundo como la suma de los aspectos de cada uno que están más allá de sus definiciones terrenales (nombre, edad, número de DNI, posesiones y cargos), más allá de los logros y del éxito entre sus congéneres. El mundo de la relación de los individuos con lo intangible, con lo trascendente, con todo lo que sabemos o intuimos como fundamental, con aquello que es lo esencial y lo más íntimo de cada persona.

Esta definición, que podría resultarte demasiado vaga o ambigua, es el resultado de mi primera intención: transmitir un concepto neutro de espiritualidad, que pueda ser acordado por todos, para que luego cada cual le añada su aderezo personal, dándole la sustancia de la experiencia y el resultado de su exploración individual. Lo vivido es, como siempre, lo más útil, excepto, claro, cuando se intenta usarlo para justificar radicalismos «fundamentalistas» que nos terminen alejando de lo más importante: la posibilidad de compartirlo con otros.

Por eso espero que el concepto de espiritualidad que transmitan mis palabras sea el más simple que se pueda mostrar, lo más amplio que me sea posible y lo más despojado de toda creencia (religiosa o no) que sea capaz.


Pensando en la navaja de Ockham, de la que hablaremos más adelante, intentaré elegir siempre las palabras más sencillas, los planteos menos rebuscados y las descripciones más simples; no las más cómodas ni necesariamente las que mejor se adapten a mi propio gusto, no por fuerza las más cortas, ni obligatoriamente la que alguna mayoría ilustrada señale como las más adecuadas.

Espero que en este reto me ayude la certeza de estar recorriendo yo mismo ese camino. Para llegar a este plano espiritual ha sido imprescindible abandonar algunos lugares comunes en los que se desarrolló gran parte de mi vida; renunciar a los roles que desempeñaba frente a mi familia, en mi trabajo y entre mis amigos; desafiar mis creencias, liberarme de casi todas las ideas que tenía acerca de mí mismo, y abandonarme a mis emociones, incluso las más contradictorias...

Si finalmente fuera capaz de hacerlo y mantener el camino, si me animara de una vez y para siempre a dejar atrás las seguridades que todas estas cosas me dan y siguiera avanzando, estoy convencido de que empezará a aparecer lo más auténtico y elevado de mí, se mostrará lo más interno de mi persona, fluirá la esencia de lo que soy.

El objetivo de esta exploración (y me refiero ahora a la mía al decidir escribir este libro) no se plantea como una meta sino como el rumbo que pretende descubrir lo que se anuncia desde el título del libro: la posibilidad de encontrar ese camino que desde la cima nos permite seguir subiendo (como los sufís definen la espiritualidad y la iluminación).

Recorrer un camino espiritual en pleno siglo XXI
Las nuevas tecnologías, sumadas al obligado cuestionamiento de todos los viejos paradigmas, nos ponen y pondrán a nuestros hijos ante hechos que ni siquiera se hubieran podido imaginar hace treinta o cuarenta años. Existen situaciones, enfrentamientos y hasta delitos (la pornografía infantil, la oferta de servicios de asesinatos por encargo, o la invasión de la privacidad a través de internet, por poner sólo algunos ejemplos), con los que todavía no se puede lidiar adecuadamente porque las leyes no contemplan la posibilidad de que algo así sea factible, y porque los mecanismos y los recursos de las fuerzas de seguridad no están aún capacitados para combatirlos. No es un tema menor recordar que esta generación es la que vio, efectivamente, por primera vez, la imagen de la Tierra desde el espacio. Un planeta pequeño, casi insignificante considerando el entorno universal, y en el que anida «la casa» de todas las formas de vida que conocemos. Un mundo que desde fuera parece uno solo, aunque desde adentro el hombre se empeñe en dividirlo en partecitas cada vez más pequeñas. Me gusta esa idea romántica que tantas veces escuché: desde el espacio no se ven en la Tierra las fronteras entre los países; desde lejos todos somos uno.

Quizá eso explique y justifique el renovado interés de la sociedad por lo espiritual. Es como un intento de no apartarnos demasiado, de cuidar la humanidad mientras estemos a tiempo.

En los últimos años, se propone aquí y allá una espiritualidad que no sea patrimonio de algunos elegidos, sino transitable por todos. Una nueva dimensión de lo humano que nos ponga en el camino de terminar con el caos del miedo, de la violencia y de la explotación del hombre por el hombre.

Una espiritualidad que me permito llamar «humanista», porque deberá hacer suyas algunas banderas del humanismo tal como hoy se lo entiende, considerando que el ser humano, más allá de su raza, su religión, su cultura y su condición económica, educativa y social, su desarrollo, su progreso, su bienestar y sobre todo su vida, debe ser sin excepciones el centro de toda tarea y el objetivo de todo estudio o inversión.

Una espiritualidad que se sostiene en la idea de que nuestras diferencias nos nutren y nos complementan, que trabaja por la libertad más absoluta de todos, que no admite la clasificación de los individuos en «Mejores» y «Peores», en «Los de arriba» y «Los de abajo», en «Los que mandan» y «Los que obedecen», especialmente porque pretende abrir los ojos de la humanidad a un mundo que dé valor a lo importante y no a lo superfluo.