Comienzo de Barcelona ciudad
por Loquillo
20 abril, 2010 02:00Ediciones B
AlpeJackie Stewart me mira todas las mañanas al levantarme.
Es el mismo ritual cada inicio de curso, así que ya me sé el guión.
Esta vez mi nuevo centro de estudios está cerca del anterior, a una parada de metro.
En el andén, se improvisan conversaciones en torno al F.C.Barcelona de Johan Cruyff: de si este año se repetirá el 0-5 en el Bernabéu, de la final que Holanda, llamada la Naranja Mecánica por su fútbol innovador, perdió frente a los alemanes en el Estadio Olímpico de Múnich; en aquel partido disputado el 7 de julio pasado todos habíamos deseado que los de Cruyff ganaran el campeonato frente a la selección teutona, totalmente abducidos por lo que el astro de la pelota representa.
Pero ¿qué representa? En poco tiempo todos los adolescentes usamos los calzoncillos que Johan Cruyff recomendaba sin necesidad de enseñar el paquete.
Se hacen conjeturas siempre con segundas intenciones acerca de cómo Richard Nixon ha abandonado la Casa Blanca después del caso Watergate, algo que a mí me tiene fascinado y que sigo como una serie de ficción, en la tele.
De política nacional nadie habla, o sí, porque hablar de fútbol es una manera de hablar de política.
Yo, sin embargo, sigo sin resolver el enigma: ¿Charly es una paloma o una chica? El hit de Santabárbara se me hace interminable en las emisoras de radio. Más que la diáspora vivimos la metáfora.
Espero ansioso que los viejos vagones de madera sigan funcionando, me dejo seducir por los viejos carteles que anuncian productos de entreguerras y viajo en el tiempo hasta que mi parada me devuelve a la realidad. A mi alrededor la gente, sonámbula, se deja llevar, cogidos a los manguitos, mansos, como corderos en dirección al matadero. Mi cabeza sobresale de la media gracias a un ritmo de crecimiento fuera de lo normal, así observo las cosas con cierta perspectiva.
... Las caras dormidas bañadas de incertidumbre, la crisis económica mundial llega a nuestro país en el peor momento, y el príncipe Juan Carlos, heredero de los principios fundamentales del Movimiento, asume de forma interina la Jefatura del Estado debido a la enfermedad del dictador, que parece que al fin revienta; eso nos dicen y nos lo creemos, porque estamos acostumbrados a que nos lo digan una sola vez y una sola voz, y mientras, nuestros vecinos lusos hacen la revolución con claveles rojos.
Nada más poner los pies en la salida del metro de la plaza Universidad me cruzo con un colegio de niñas de uniforme que gritan y cotillean de todo lo que pasa y de todo lo que se menea; al pasar a su lado mi rostro tiene el color de los tomates que descargaba de los camiones en la plaza del mercado.
Ellas no son las únicas dedicadas a la contemplación, todo paseante que cruza la plaza Universidad sabe que es observado a distancia por un destacamento de Land Rovers con sus respectivos ocupantes que tiñen de gris las ya de por sí plomizas mañanas de los lunes.
Papá ya me lo ha advertido al salir de casa:
-No pases cerca, nunca se sabe.
-Vigila, vés amb compte.-Mamá, como siempre llamando al mal tiempo.
Mi nuevo colegio está en el ojo del huracán.
Con los meses me acostumbraré a las miradas burlonas de las niñas de uniforme sobre mi altura y atuendo, propio de chico de barrio que intenta desembarazarse de los horribles gustos de mamá; también, al ver actuar a los ocupantes de los Land Rover, aprendo a mantener las distancias.
El colegio Alpe, sito en la avenida José Antonio número 579, entre Aribau y Muntaner, comparte protagonismo con el santuario barcelonés del culto al billar: el Salón Ibérico.
Su entrada, situada en los laterales del centro docente, es una invitación a la vida.
Empezamos bien.
Me presento al jefe de estudios; una vez cumplimentados los trámites de rigor pretende ejercer de cicerone; el griterío que sale de una de las aulas es el presagio de lo que se me viene encima.
Sin profesores a la vista, los alumnos sentados sobre las mesas se pasan el pitillo; al otro lado de la clase un grupo de chicas forman coro ante el listo de turno que empuña una guitarra, que ya me parece una manera barata de llamar la atención.
La mayoría de mis nuevos compañeros me superan en edad, a pocos meses de cumplir los catorce, me estreno en un colegio de locos...
Chicas de uniforme, billares, alumnos fumando en clase, los grises, de mobiliario urbano, ¿quién da más?
En las aulas reina un ambiente de desordenada permisividad.
Y sé que mi aspecto y mi forma de pensar cambiarán radicalmente, contaminado por el ambiente Alpe, que no son más que las dos primeras sílabas del nombre de su director, Alejo Pérez, es punta de lanza de otra manera de entender la enseñanza, "moderna y europea".
Otra de las características es la importancia de la cultura deportiva; jóvenes con proyección gozan de cierta licencia a la hora de poder asistir a los entrenamientos de sus respectivos equipos; hay quien llega con la beca bajo el brazo, que el club correspondiente acredita. Como única condición se les exige formar parte del equipo escolar que compite en las ligas estatal es Así es como el colegio Alpe goza de una excelente reputación en los campeo-natos nacionales que le da un aire de college americano, frente al poderío eclesiástico que sigue controlando y manipulando a su antojo la enseñanza en España.
Se crea un vínculo entre el alumnado y el college, un sentimiento de orgullo de pertenecer a un colegio diferente.
Las primeras clases de democracia me las dan unos profesores que sienten respeto por ellos mismos y por los alumnos, a los que no se les invita a salir a fumarse un pitillo. Las asambleas entre alumnos y profesores son frecuentes, los representantes de cada curso son elegidos de forma democrática. La lucha social contra la dictadura lo impregna todo, y nadie pregunta si en una jornada de huelga las clases aparecen desiertas.