Multimillonarios por accidente. El nacimiento de facebook
Ben Mezrich
7 mayo, 2010 02:00Mark Zuckerberg, creador de Facebook, en el último congreso de FB (2010)
Arranca la narración en octubre de 2003 en el escenario de la mejor universidad del mundo. Todo en Harvard destila la necesidad de triunfar. Pero para entrar en la élite no basta con el éxito académico. En este marco de excelencia y ambición, encontramos al protagonista de Multimillonarios por accidente. Mark Zuckerberg no es, todavía, uno de los veinteañeros más ricos de la Tierra. Mezrich lo describe como un chico delgado coronado por una mata de pelo claro y rizado, castigado por una nariz voluminosa e ignorado por las chicas. Alumno de segundo curso, Zuckerberg venía de un hogar de clase media acomodada, padre dentista y madre psiquiatra. Ya en el colegio había destacado por su habilidad con los ordenadores y al final de la adolescencia era "una especie de hacker estrella".
Si Zuckerberg era un nerd, un tipo sin habilidades sociales, obsesionado por los ordenadores, Eduardo Saverin, la otra pieza clave en la fundación de Facebook, era todo lo contrario. Sabiendo lo justo de informática, tenía un padre empresario y su empeño central era ganar dinero y respetabilidad. Estudiante de tercero, no se conformaba sólo con aprobar y graduarse. Con poco más de 20 años ya había ganado un buen dinero manejando un fondo de inversión. Su gran preocupación en 2003 era ser aceptado en alguna de las superelitistas y exclusivas asociaciones de estudiantes.
Alrededor de Zuckerberg y Saverin, Mezrich describe el privilegiado escenario de Harvard. Entra en escena la mítica Biblioteca Widener y el majestuoso río Charles. En sus aguas reman los gemelos Winklevoss, dos atletas olímpicos que tienen en la cabeza crear una red social para estudiantes y que se ponen en contacto con Zuckerberg para la infraestructura informática. Empeño inútil, porque Saverin y Zuckerberg ya estaban en la misma idea: utilizar el capital social acumulado en Harvard para distribuirlo entre sus estudiantes y establecer una red comunicacional de utilidad para todos ellos. Como señala Mezrich, la posibilidad de contactar con chicas estaba entre las prioridades de unos hombres jóvenes sometidos a fuertes presiones hormonales.
La última semana de octubre de 2003
El punto de inflexión que marca el nacimiento de una de las mayores fortunas de la historia contemporánea se sitúa en la noche de la última semana de octubre de 2003. Mark vuelve a su cuarto de estudiante enfadado y provisto de unas cuantas cervezas. Le ha rechazado una chica. Monta un blog y mientras llora su decepción revienta la seguridad informática de las nueve residencias de la Universidad, se apodera de las fotos de las estudiantes de las fichas de registro, las junta y propone a los usuarios elegir a las chicas más atractivas (Mark utiliza el término hotter persons).
Ha nacido, entre éxito y protestas feministas, Facemash. Se organiza el consiguiente follón, Mark es amonestado pero el periódico universitario le dedica mucho espacio, y es entonces cuando los gemelos Winklevoss y un estudiante de origen indio, Divya Narenda, le proponen construir una red social denominada HarvardConnection. Mark se deja querer y con el paso del tiempo les tendrá que pagar una cuantiosa indemnización.
Desde finales de 2003 a Zuckerberg le ronda la cabeza una red más compleja y articulada. Está sin un duro, pero Saverin pondrá los primeros mil dólares y dos informáticos entusiastas y devotos, Moskovitz y Hughes, se unen a un proyecto que ya en la primavera de 2004 se registra como Thefacebook.com. Destinada a los estudiantes de Harvard, enseguida se extiende a las universidades de la Ivy League (las mejores del este norteamericano) y después a otras muchas. Con la llegada de las vacaciones, el grupo -con la excepción de Saverin, que está haciendo las prácticas- se traslada a Palo Alto, California, e incorpora a Sean Parker, un curioso empresario del que acabarán deshaciéndose y que les presenta al millonario Peter Thiel. Al medio millón de dólares aportado por el cofundador de Paypal seguirán cantidades cada vez mayores. Desechado el "the", Facebook crece de modo vertiginoso.
El grupo inicial, del que se ha descolgado Saverin, trabaja a un ritmo enloquecido. Surgen conflictos, se hace necesario ampliar capital, oficinas y personal, pero Mark aguanta con tozudez. En 2005, cuando la red social MySpace es comprada por News Corp, se disparan los rumores de una posible venta, pero Facebook sigue creciendo hasta convertirse en el gigante que es hoy y del que Mezrich da cuenta en las últimas páginas.
Formado en Harvard, Mezrich se ha establecido como un autor de éxito en el difícil territorio situado entre el ensayo y la ficción. La mezcla de estudiantes con nuevas tecnologías, ambición, lujo y sexo le está dando muchos lectores y buenas críticas como la del New York Times. Su efectivo estilo de escritura, muy cercano al thriller, ha facilitado la adaptación de uno de sus libros al cine. La versión cinematográfica de Multimillonarios por accidente está en fase avanzada de producción.
Las fuentes utilizadas por Mezrich han consistido en mucha documentación y numerosas entrevistas. Conviene señalar que si en un primer momento Saverin se prestó a ser un informante privilegiado, posteriormente cerró todo contacto con Mezrich debido a que su conflicto con Zuckerberg se resolvió con una considerable indemnización que implicaba no difundir información sobre Facebook. Mezrich no consiguió entrevistar a Zuckerberg.
Pese a ello, el relato de Mezrich es rápido y potente. Como acaba de publicar un experto de la talla de Francis Pisan, Facebook rastrea la actividad de quinientos millones de usuarios y quiere dominar la web. Google ofrece el mejor servicio para encontrar información pero Facebook va más allá. Busca recrear en la red el tejido social, construyendo un sistema basado en la identidad personal para activar las relaciones entre la gente. Reunir enormes cantidades de datos sin olvidar sus dimensiones individuales y sociales. Lo que no está exento de peligros.
488 amigos
Fernando Aramburu
Se ordenan solitos por orden alfabético. Forman mi rebaño cordial y balan sonrientes por escrito en mi pantalla como yo balo en las suyas. A diario dos o tres me piden amistad. Desde la adolescencia no me ocurría nada semejante: fulano y mengano son ahora amigos. He llegado a trabar amistad con amigos que ya antes eran mis amigos. Y con otras personas a las que nunca he visto ni seguramente veré; pero de las que me fío porque balamos en rebaños comunes. Ya no hace falta abandonar la soledad para disfrutar de compañía. Puedo estar con alguien sin la obligación de su presencia. Anoche, un tipo sospechosamente parecido a mí me pidió amistad. Por un pelo no pulsé la orden de ignorar. Luego reconocí mi cara de cordero, la poca malicia con que avento mis intimidades, y confirmé. Ahora soy amigo mío, me caigo bien y balo.