Image: Visión desde el fondo del mar

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Letras

Visión desde el fondo del mar

Rafael Argullol

17 septiembre, 2010 02:00

Rafael Argullol. Foto: Manu Sanfélix

Acantilado, 2010. 1.210 páginas, 29 euros.


Rafael Argullol (Barcelona, 1949) es uno de nuestros escritores que se ha planteado la creación desde un punto de vista interdisciplinar; por un lado, combinándola con su trabajo como profesor de Estética y Teoría del Arte; por otro, abordando varios géneros literarios. ¿El arte, la literatura, el pensamiento? Dentro de la segunda de estas actividades hay que pensar que Argullol ha escrito libros de poesía ya en sus inicios, como Disturbios del conocimiento o Duelo en el Valle de la Muerte; de narrativa, como Lampedusa, novela en la que nos revela el espíritu mediterráneo -o el "titanismo" en El asalto del cielo- hasta relatos de última hora reveladores de temas como el viaje (Transeuropa) o el dolor (Davalú).

Acaso sea el pensamiento, siempre en los límites sugestivos de la estética, el género literario que mejor aglutina el conjunto de su obra. Ya desde esos inicios fue esta materia la que le dio a conocer a un público lector, universitario o no, acercándolo al Renacimiento o al Romanticismo. Obras como El Quattrocento (1982) y sobre todo La atracción del abismo (1983) y El héroe y el único (1989) apuntaban ya en este sentido.

Visión desde el fondo del mar responde a una clara libertad creadora, pero a la vez a la evidente ausencia de hueca erudición. Reparamos también ahora en lo significativo de los títulos de Argullol, pues hay en ellos una simbología que no es sólo orientativa. Por ejemplo, este "fondo del mar" remite a lo esencial del ser humano; a un estado propio del ahogado o del náufrago (aquí una de las resonancias leopardianas de este autor), pero también a una meditación extremada, superadas ya las pruebas del "medio del camino". Es un momento de la vida en el que no caben la creación arbitraria o la reflexión artificiosa.

En los títulos de sus libros nos encontramos con ese simbolismo que remite a conceptos-límite: abismo, héroe, muerte, cielo. Son estos mismos símbolos las directrices de su visión del Romanticismo, que fijan lo trágico, lo heroico, el "titanismo", y no esa serenidad en plenitud que algunos de sus protagonistas sólo gozaron transitoriamente; así, el Hölderlin que ensueña esa plenitud con la mente puesta en las costas de Jonia, el Keats que escucha la naturaleza, o el Leopardi menos arrebatado por la razón, el de los Cantos. Quizá como contrapeso a este sentido trágico de la existencia, Argullol se detendrá en el estudio del paisaje romántico.

Sin embargo, hay en la literatura de este autor otra presencia que le da amenidad y sustancia: la propia vida, la experiencia de ser. Son entonces los momentos en los que se decanta por géneros más radicales, como la poesía; o más cercanos al lector común, como el periodismo. Surge también el tema del viaje, que en el libro que comentamos resulta abrumadoramente primordial. Siempre el doble viaje: el físico, el que los ojos contemplan en lugares o países y, el viaje interior, en los que las sensaciones se abren a la meditación; aunque siempre hay en esta literatura de grandes fragmentos, frases osadas, gestos de libertad expresiva, cortes en la reflexión sistemática.

Bien está que hayamos oído hablar de "viaje de viajes" al aludir al último libro de Argullol, aunque también podríamos hablar de teoría de teorías o de contemplación de contemplaciones. Ya hemos aludido levemente al género específico en el que el libro está escrito al referirnos a "grandes fragmentos" aforísticos. Pero ¿no hay en esta obra una carga narrativa notable? ¿Estamos ante un relato de relatos o ante las páginas de un Diario que tiene en los viajes su hilo conductor?

Creíamos haber dado con las claves del libro cuando tenemos noticia de que hay también una versión para navegantes en internet de esta "aventura" viajera; se trata de un macrosite que diversifica la lectura del libro con 24 entradas temáticas, 220 fragmentos del libro y 426 fotografías hechas por el propio autor. Pero lo primordial, creo, es el libro físico y esos dos fines que son muy de la literatura de Argullol: el afán de ir más allá en los temas y lo inusual del método expositivo.

Las fechas del posible Diario no siguen un orden cronológico, en la medida en que el libro está fundamentado en la memoria; adquiere una apariencia vidriosa que da predominio a la creatividad. Por eso, el autor puede abrir sus páginas con las ideas genesíacas de un genetista, para pasar de golpe a reparar en ese pintor bizantino que necesita de la oscuridad absoluta de un cuarto para preparar sus ojos para pintar. A veces, un salto de Filipinas a Amsterdan nos parece innecesario, pero en otros momentos se impone la actualidad, y al libro acude el bombardeo de Serbia. Luego, un retorno a la adolescencia recupera para la obra el tono autobiográfico, abordando siempre el día a día con afán de lucha ("cada año debe ser conquistado": de aquí nace el entusiasmo viajero).

En ocasión las páginas se alargan ante temas más comprometidos, como el de Dios o el Arte; entonces acude Argullol a una catarata de definiciones, que quiebran la meditación al uso, utilizando recursos metafóricos, poemáticos. O se esponja el texto, se torna relato, cuando nos revela aspectos de la vida privada o sentimental. Así, en la historia de Natalia: el amor contrapuesto a la obsesiva presencia del exilio y de las ideologías, en la que no falta un irónico retrato del poeta Alberti y su círculo romano. Pero al final, en esta historia de Natalia y en todo el libro, la visión acaba siendo la del esteta.

Argullol parece haber sustituido el leopardiano "¿Y yo qué soy" con el "¿Y yo dónde estoy?" Son así el lugar, la ciudad -el viaje- los que desencadenan la meditación. La intensa ruta viajera no es, a mi entender, lo más señalado de este libro sino el sustrato cultural, esos momentos en los que afloran símbolos como Ulises, Eneas o Arjuna. Ellos son los que cuentan ante la angustia que sentimos los que viajamos al quedar colgados durante una huelga en un aeropuerto. Es entonces cuando el filósofo nos dice: "Sólo había que esperar".

Los títulos de cada capítulo despistan premeditadamente al lector, porque al entrar éste en ellos se encuentra con que el tema aparente se abre a temas innumerables. Después de tanto viaje parece fluir al final un humanismo sereno (evocaciones del padre o de la madre); o la simple contemplación frente a la mar, que representa otra vez el vacío de ser, pero neutralizado con el fecundo y hermoso manantial de la infancia. El círculo de este ameno libro se cierra así frente a la mar, con rocas y carpas, las hogueras y su fuego. Y con la irónica y lúcida conciencia de que, en el fondo, todo en la vida pública de los humanos es un "bastardeo".

Vida visitada

Fernando Aramburu

La memoria me niega las palabras exactas, no así la esencia de aquel aforismo de Rafael Argullol que tilda de errónea la pretensión humana de poseer las cosas, los animales, los amantes; de poseer, incluso, la vida misma. Ciertamente bastante trabajo tenemos con ser y estar, con mantener encendida la llama de la conciencia, gozar lo que se pueda y nos permitan, y apencar, qué remedio, con el cupo personal de infortunios. La vida, no obstante, es un buen pretexto para practicar la respiración. Rafael Argullol la visita en forma reflexiva y fotográfica, con la perspicacia y buen gusto a que nos tiene acostumbrados, en su Visión desde el fondo del mar. Un libro no tanto de viajes, como de llegadas y presencias que brindan al hombre sensitivo ocasión para modelar una serena cantidad de pensamiento y poesía. Afortunadamente el mundo es susceptible (y digno) de ser escrito.