Image: Miguel Ángel Velasco, la herida del héroe

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Letras

Miguel Ángel Velasco, la herida del héroe

El poeta falleció este sábado súbitamente a los 47 años en Palma, su ciudad natal y donde residía con su madre

3 octubre, 2010 02:00

Miguel Ángel Velasco en 2003, fecha en la que recibió el premio Loewe por La miel salvaje

Lo suyo era poesía pura, de esa que busca los caminos de la sangre. Su último libro publicado, Ánima de cañón, apenas tuvo reseñas en los papeles. Suele pasar. Dentro de su libro había versos verdaderos, escritos a cañón tocante, de los que escupen imágenes y provocan el escalofrío, como el que da título al poemario y donde el poeta abre fuego con una provocación a la que nadie sabe responder: "¿Qué será cuando el día se congele con la detonación de nuestra carga en el hueco del tiempo?"

Este sábado murió sin estruendo Miguel Ángel Velasco (Palma de Mallorca, 1963), el poeta metafísico que hizo inventario del estrago que traen consigo las batallas. Seguirán vivos sus poemas, trabajados sin artificios y con voluntad de prosa, trayendo las olvidadas artes del ritmo hasta el oído. Porque Miguel Ángel Velasco escribía poemas capaces de bailar contra la muerte, contra la puta muerte, descubriendo las heridas del héroe o encerrándose en la sordidez de una sala de hospital, allí donde un hombre vale el color de su orina. Era un poeta brutal, de intensidad poco frecuente para estos tiempos descafeinados. Un poeta que escribía como si le doliese el alma. Descanse en paz.

Poeta precoz, Miguel Ángel Velasco -accésit en 1979 y premio Adonais en 1981, con Las berlinas del sueño cuando tenía tan sólo 18 años- supo escapar de los riesgos de la precocidad con un largo periodo de silencio y maduración experiencial. En 1995 volvió, convertido en otro, con El sermón del fresno. Desde entonces se convirtió en uno de los poetas fundamentales de su generación, la misma de Vicente Gallego o Carlos Marzal, autores con los que acabó teniendo mucho en común. La raíz de su nueva etapa la encontró en un poeta al margen, en un sabio excéntrico a la manera antigua, Agustín García Calvo. De él aprendió una radical manera de mirar el mundo y de experimentar con los ritmos del lenguaje. Pero esa experimentación, patente en El dibujo de la savia (1998), editado en Lucerna, fue cediendo a la tiranía del endecasílabo y el heptasílabo en La vida desatada (2000). Le siguieron La miel salvaje (Visor, 2003), libro galardonado con el Premio Loewe, Fuego de rueda (Visor, 2006), La mirada sin dueño (Renacimiento, 2008), Minutario del agua (Tres Fronteras, 2008) y Ánima de cañón (Renacimiento, 2010), su último libro, del que reproducimos uno de sus poemas.

¿Qué será cuando el día se congele

con la detonación de nuestra carga

en el hueco del tiempo?

¿Cuando nos engatille

la del cuerpo mayor,

la fusilera Hécate,

con la espingarda de la luna

en desvelo de caza,

de la que ser su blanco;

o a contraluz de un sol que se comprima

en una carabina, en su mirilla,

y al fondo nuestra liebre, un punto trémulo

del túnel frío que se estreche en nada?

¿Saldrá el alma

soñándose fogueo, en expansión

reversible su posta, hacia una luz

que nos funda en su seno?

¿Se alzará en perdigones, loco polen

de plomo y extrañeza,

al encuentro del cáliz de la noche?

¿O quedará sin más amartillada,

de este lado del tímpano,

soldada a su calibre,

sin dar siquiera un humo leve el ánima?