Image: Vuelve Jardiel, ríanse sin miedo

Image: Vuelve Jardiel, ríanse sin miedo

Letras

Vuelve Jardiel, ríanse sin miedo

Publicamos el prólogo de David Trueba para la edición de Blackie Books de Amor se escribe sin hache

27 octubre, 2010 02:00

Portadas de Amor se escribe sin hache y La tournée de Dios

La joven editorial Blackie Books se rinde a uno de los autores más ingeniosos que ha dado nuestra literatura, y que más risas ha provocado en el patio de butacas, publicando las cuatro novelas que escribió Enrique Jardiel Poncela (1901-1952). Bajo consignas como "Vuelve Jardiel", "Ríanse sin miedo" o "Hay que leerlo más" el sello pretende dar a conocer la obra literaria menos popular del autor de obras teatrales tan representadas como 'Eloísa está debajo de un almendro' o 'Los ladrones somos gente honrada'. 'Amor se escribe sin hache', de la que publicamos aquí el prólogo de David Trueba, ya está en las librerías y 'La tournée de Dios' se presentará el próximo 5 de noviembre en la FNAC Triangle de Barcelona de la mano de Leo Bassi. En 2011 llegarán 'Espérame en Siberia, vida mía' y 'Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?' (1931).

Jardielesca
David Trueba

Dentro de unas pocas páginas, en el prólogo que sigue a este prólogo, ustedes leerán a Jardiel Poncela decir lo siguiente:

Ciertamente que pude haber confiado a un literato de gran prestigio
la tarea de daros detalle de mi existencia y mis ideas (...)
pero ese generalizado procedimiento me parece tan imbécil como
el hecho de confiar a un amigo de palabra fácil la misión de declararse
en nuestro nombre a la mujer que deseamos.

Bueno, pues he aquí el imbécil. O por lo menos el responsable de tan imbécil procedimiento. Déjenme, entonces, que me declare en su nombre a la mujer que desean, es decir, a este libro recién adquirido.

Siempre he pensado que la relación entre un lector y el libro que tiene entre manos es una relación erótica. Si el libro no encuentra el resorte del placer, el punto G del lector, seguramente la sesión no será del todo grata. Por eso detesto los prólogos, como Jardiel, porque por mucho que digas tú de la cita de esta noche tratando de prepararla, será la intimidad entre ambos la que resuelva la ecuación. Aquí Jardiel Poncela con su novela Amor se escribe sin hache, aquí un lector. Que les vaya bien.

Y una vez desacreditado el encargo y el autor, procedamos con el prólogo. Lo innoble obliga. Jardiel Poncela no sólo fue un humorista de éxito, que cultivó la escritura en prensa y en revistas satíricas con la publicación de novelas como esta primera, que ahora tienen en las manos, y a la que siguieron títulos míticos como ¡Espérame en Siberia, vida mía! o Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? Sus funciones de teatro, Usted tiene ojos de mujer fatal, Angelina o el honor de un brigadier, Cuatro corazones con freno y marcha atrás, y acabada la guerra y de vuelta en Madrid, su torrentera de obras, Eloísa está debajo de un almendro, Los ladrones somos gente honrada, Madre (el drama padre), Es peligroso asomarse al exterior y Los habitantes de la casa deshabitada, le colocan en la cima de nuestros dramaturgos.

En el teatro disputó una carrera contra el tiempo, que ganó el tiempo en una primera escaramuza, cuando Jardiel murió con apenas cincuenta años, para entonces ya arrinconado y arruinado. Hoy por hoy da toda la impresión de que Jardiel pueda ganar la batalla definitiva.

Jardiel sigue siendo representado con asiduidad y quizá no tan leído, pero sí reído por una serie de fanáticos del absurdo en castellano. Forma una extraña pareja con Miguel Mihura, un lo que pudo ser y fue, frente a todo aquello que no pudo ser y no fue en la cultura española tras la Guerra Civil. Además fue un particular prologuista de sí mismo. En noviembre de 1943, en la justificación preliminar a su reunión de textos Exceso de equipaje, escribe:

En el futuro tendré biógrafos, estoy seguro, en primer lugar porque
me consta de qué poderosa e indeleble manera ha influido
mi pluma en nuestra Literatura contemporánea, y en segundo
lugar, porque sé perfectamente que cuando yo desaparezca
de la esfera activa, hasta los que ahora los niegan con la mayor cerrazón,
estarán de acuerdo en reconocer el ímpetu y la indelebilidad
de esa influencia individual mía sobre las Letras españolas actuales.

Lo que aparenta ser una apabullante seguridad en sí mismo, elevada hasta el rango de la petulancia, es, bien mirado, una autodefensa encarnizada. Jardiel Poncela fue un hombre acosado, perseguido, a veces hasta por su propio talento, una máquina de fabricar éxitos y fracasos, un hombre capaz de llenar una sala de risas y que al día siguiente se le propinase una página de periódico llena de vituperios. A Jardiel se cuenta que le reventaban los estrenos sus rivales ideológicos y empresariales. Y descubrió que con compañía propia se está más solo que nunca. En el mundo del espectáculo todo lo que sube baja y lo que baja puede bajar aún más. Hasta las más altas cotas de la miseria. Pero tuvo talento e intuición teatral, incluso visión de futuro, cuando descubrió a un joven actor pelirrojo para el que empezó a escribir papeles y al que llamaba "el joven Fernangómez".

Hace tiempo que creo que la mejor definición para ese espíritu de las letras españolas que representan nombres como Jardiel, Mihura, Tono y Edgar Neville sería la de generación del 28. No se me ocurre despropósito académico más acorde a su talante. Lo que tuvo la del 27 de trágico, lírico, reivindicado y respetado, lo ha tenido esta del 28 de imprevisible, descacharrante, antipomposo, olvidado y despreciado.

Jardiel fue una mezcla explosiva de la educación en la Institución Libre de Enseñanza, la cultura afrancesada y los Padres Escolapios de San Antonio Abad. En su obra quedan rastros de todas estas escalas accidentadas. Y por supuesto una insumisión feroz a lo trillado, a lo previsible, a lo convencional, pese a tocarle vivir en un país herido y en reconstrucción. O quizás el país también contribuyó a su fuga jardielesca hacia el absurdo: consideremos su obra una forma de exilio bien inteligente.

Su mayor defecto es su mayor virtud, como suele ocurrir en la gente de talento. Incapaz de escribir una novela, cada párrafo desbarra en una dirección caprichosa, obligando al lector a ejercicios de contorsionismo, pero una vez perdida la verosimilitud, ganan la gloria de la risa y el desconcierto. Escritor de fuegos artificiales, la novela se le quedó demasiado poco pirotécnica para sus ejercicios de absurdo y quizás en el teatro es donde mejor gastó su pólvora. Pero también en el teatro prefirió los márgenes de la función. Ese prólogo de veinte minutos a Eloísa está debajo de un almendro o esos mutis y esas confesiones a pie de escenario que revientan la formalidad de cualquier propuesta. Una especie de dadá sin escuela, de humor blanco pero sin corsé, rendido admirador de Chaplin, que catapultó las posibilidades expresivas del humor antes de que llegaran los prejuicios a recordar que todo aquello que hace reír y da placer es menor por necesidad. Envilecido quizá porque el humor se presta poco a los estudios serios, como el mismo Jardiel escribió, definir el humorismo es como pretender clavar una mariposa utilizando de alfiler un poste del telégrafo.

Entendido como un misógino sólo porque en sus creaciones las mujeres son tan absurdas como los hombres, Jardiel hizo bandera de su enfado, de su mala leche, de su egoísmo vitalista.

Con respecto a las mujeres sostengo un criterio cerradísimo: o se
acomodan a mí, a mis gustos, a mi carácter y a mis aficiones, o
me hago un nudo en el corazón y las digo adiós con melancólica
entereza.

Amor se escribe sin hache pretende ser a las novelas galantes, de tanto éxito en la época en que está escrita, lo que el Quijote a las novelas de caballerías: una burla desde dentro, como un trombón infiltrado en la sección de violines. Ahora que ha regresado con fuerza la novela romántica, no está de más que regrese esta vitriólica réplica. Pretende ser una carcajada de cuatrocientas cuartillas donde los destellos jardielescos se comen a la novela misma. Aquí Jardiel emprende una cruzada escéptica contra el amor, con la tesis de que es un fruto de la elaboración y no del flechazo. "El amor crece lentamente, como la úlcera de estómago", escribe. Y luego despliega su talento estilístico con la asombrosa precisión de esta viñeta para enmarcar:
br /> -¡Me enloqueces!
-Lo noto.
-¡Oh!
-¡Ah!
Y sonó un ruido. Y después otros dos. El primer ruido fue el del conmutador de la luz al girar. Y los dos últimos ruidos los produjeron, al caer al suelo, los zapatos de Luisita.

Pese a que Jardiel tenía claro que el exceso de originalidad te empujaría al defecto opuesto y que "si todo el mundo fuera original, no sería original nadie", parece aburrirse con el desarrollo de una novela. Así que pasa de dinamitar la novela de amor a dinamitar la novela en sí. No sé si los experimentos formalistas más serios serían capaces de deconstruir el género con tanto placer como lo hace Jardiel. En sus escritos importan más el desvío, la parada injustificada, el rodeo y la fuga, que el camino recto.

-¿Tienes frío?
-¡No! Estornudo por darme importancia.

Así que quien lea esta novela con aspiración al absoluto, que se apee ya. El destino final es la nada, a veces hasta la nadería. Lugar desaconsejado, pero absolutamente regocijante. Lo perverso de reírse es la negación de la autoridad y, en los asuntos culturales y artísticos, la risa está penada porque atenta contra el género, las ideas adquiridas y la trascendencia, estación final de tantos olvidados. Bienvenidos al capricho, el destello y la anarquía. Aquí les dejo con su cita de esta noche, que puede que no les garantice la seguridad familiar ni muchas certezas de futuro ni prometa amor eterno, pero les dejará la cicatriz perdurable de alguna carcajada.