Image: David Jiménez, un corresponsal con mala conciencia

Image: David Jiménez, un corresponsal con mala conciencia

Letras

David Jiménez, un corresponsal con mala conciencia

El reportero de El Mundo en Asia publica su primera novela, El botones de Kabul, nacida de los remordimientos que le dejó la guerra de Afganistán

2 noviembre, 2010 01:00

David Jiménez. Foto: Alberto Di Lolli. Abajo: Habid, botones del Hotel Intercontinental de Kabul, fotografiado por David Jiménez.

La redacción de El Mundo era un espacio demasiado angosto para el romanticismo de David Jiménez. Asistir a ruedas de prensa del consejero de turno quedaba muy lejos de su concepción del periodismo. Salió de la facultad en busca de aventura y se vio atrapado entre cuatro paredes. No era ese su destino. Él lo veía claro cada vez que se acercaba a la máquina de teletipos para repartirlos entre las diferentes secciones del periódico. Algunos contenían historias de lugares lejanos. "Yo lo que quería era contar esas historias", afirma. Así que un buen día se metió en el despacho de Pedro J. Ramírez y le explicó su plan: irse a Asia como corresponsal. A la máxima autoridad le pareció muy buena idea y le dio su bendición.

Han pasado 12 años desde aquello. El corresponsal de El Mundo en el continente asiático (¡ahí es nada!: en ese continente vive el 60% de la población mundial) ya considera Bangkok su casa. Allí tiene su campamento base, que comparte con su mujer y sus tres hijos. En este tiempo las experiencias al límite se agolpan: el tsunami del Índico en 2004, la guerra de Afganistán, las decapitaciones de madureses en Borneo, la revuelta de los monjes en Birmania, el terremoto de Cachemira, la destrucción de Timor Oriental... Muchas crónicas e informaciones escritas a salto de mata, corriendo para llegar al cierre con la información más completa posible. Reporterismo en estado puro.

Es más tarde cuando llega el momento de la literatura. "Cuando dejas el lugar del conflicto y vuelves a casa siempre acabas preguntándote: '¿He sabido contarlo bien?' Tienes muchas dudas, porque escribes con prisas, con la obligación de ceñirte a un espacio concreto, sin perspectiva...", confiesa Jiménez. En su cabeza todavía colean muchas historias que se han quedado relegadas por los caprichos de la actualidad inmediata que demanda un periódico. Ese material, macerado con reposo, ya dio lugar a Los hijos del monzón (Kailas), diez largos reportajes sobre las penalidades vividas por varios niños que ha conocido Jiménez en sus periplos asiáticos.

Y también de ahí ha salido su primera novela, El botones de Kabul, que acaba de publicar La esfera de los Libros, y en la que narra la historia de Habid, empleado del Hotel Intercontinental de la capital afgana, un hombre que no ha faltado un solo día a su puesto de trabajo. Ni los golpes de Estado ni las guerras ni las revoluciones le han impedido cumplir escrupulosamente su obligación durante 30 años, un tiempo en el que ha abierto la puerta del hotel a reyes, actores de Boollywood, grandes empresarios, jefes de gobierno internacionales y jerifaltes talibanes.

"Lo conocí en 2001 cuando fui a cubrir la guerra. Mi habitación en el Intercontinental tenía ventanas que daban al Hindu Kush, pero sin cristales. Hacía un frío tremendo. Escribía mis crónicas a toda velocidad para no congelarme y luego bajaba al lobby. Allí me lo encontraba, con su barba blanca como de Papa Noel, y siempre impecable en su atuendo", cuenta Jiménez. Tras entablar cierta confianza, le contó su historia: había llegado a la capital desde su pequeña aldea hacía tres décadas. Su máxima aspiración era encontrar un trabajo en el que llevar uniforme, porque -pensaba- ligaría más. Acababan de abrir el hotel y aprovechó la oportunidad. A David Jiménez lo que más le emocionó de él fue su empeño por "mantener dentro de su propia vida la normalidad, aunque viviera en medio del caos". Un ejemplo de humilde dignidad frente a la violencia perenne en Afganistán.

El botones de Kabul es una novela con "poca ficción". Todo está inspirado en su experiencia como corresponsal, incluido el otro protagonista del relato, Frank Goldkamp, el buscavidas norteamericano que hace negocio en el río revuelto de la guerra. Detrás del impulso de escribir estos libros esta la mala conciencia del periodista que es consciente de que se aprovecha del sufrimiento: "El corresponsal de guerra es una figura muy cercana a la del mercenario. La gente te cuenta sus dramas y eso te sirve para conquistar portadas y ganar prestigio profesional. Al cabo de un tiempo tú te vuelves a tu casa y ellos siguen en mitad de la guerra". Así ocurre en Afganistán, donde, según Jiménez, se ha perdido una gran oportunidad: "Después de tomar el país, los americanos señalaron su nueva presa, Iraq, y se despreocuparon de asentar la paz allí, y por eso han resurgido los talibanes". Esa incómoda sensación no la puede aparcar cuando regresa a su burbuja de bienestar. La única manera de aplacarla es escribir. Y eso es lo que hace: en sus propias palabras, "un ejercicio de redención periodística".