Image: Aquí y ahora

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Letras

Aquí y ahora

On & On

26 noviembre, 2010 01:00

Claire Morgan: Fluid, 2009. Fotografía de Chiara Cabrera

Comisarios: Flora Farbian y Olivier Varenne. La Casa Encendida. Ronda de Valencia, 2. Madrid. Hasta el 16 de enero.

La Casa Encendida muestra la primera exposición de arte efímero en España

En este comienzo de la era digital, la revolución tecnológica más importante desde la imprenta, vivimos atrapados por el hechizo de la realidad virtual. Después de sustituir la naturaleza por la ciudad, nos movemos entre encrucijadas de redes diversificadas de comunicación. Nunca antes estuvieron tan en boga conceptos como el "devenir" y el "todo fluye" del viejo Heráclito. Lo había advertido el joven Marx: "Todo lo sólido se desvanece en el aire". Ahora, todas las generaciones están sometidas al reciclaje continuo, al mismo tiempo y en todas las dimensiones de sus vidas: cognoscitivas, éticas, laborales… sin esencias y sin paradigmas, todo es cambiante, consumible y sujeto a fecha de caducidad, efímero.

El arte contemporáneo detectó muy pronto este "aire de los tiempos" modernos: en realidad, desde el denominado cubismo sintético, el futurismo y el expresionismo se pretendía atrapar la imagen en movimiento y la velocidad, el torbellino de las metrópolis. Mientras, dadá y surrealistas introducían la risa, lo banal y el azar. Rrose Sélavi, con perspicacia, descubrió que hacían falta otros medios y lo guardó irónicamente en un esenciero. Pero no sería hasta los events, acontecimientos de fluxus y conceptuales, cuando gestos y acciones y otras bagatelas fugaces terminarían transformando la historia del arte occidental, haciendo que lo inmaterial pudiera pasar a primer plano: hasta que se academizaron las estrategias lingüísticas y las escaramuzas irónicas y se facturaron los gestos y las acciones efímeras.

Ahora, cuando ya todos llevamos una vida artística, una propuesta como On & On viene a ser un alegato en contra de nuestra virtualidad. En esta exposición hay una reclamación muy directa a la experiencia sensorial y emocional, al embargo poético y al choque con la materialidad. Además, supone una reivindicación de la instalación como género artístico todavía en uso, en oposición a la tendencia mercantilista que ya se había dado por afortunadamente superada, como otras modas incómodas. Vaya, de antemano, el reconocimiento del esfuerzo llevado a cabo por los equipos de La Casa Encendida -en clara profundización de la línea procesual en su programa de exposiciones-, para poner a disposición del público estas instalaciones y performances que, por simples o triviales que puedan parecer en algunos casos, resultan de una enorme complejidad en producción y montaje. Cada instalación reclama su estar y/o participar, empujándonos a intensas inflexiones en impresiones y estados de ánimo, una tras otra, en un carrusel irreconciliable. Son propuestas accesibles para todos los públicos posibles. ¿O quizás cada cual habría de preferir su estancia, en cada momento, en cada visita, entre el vestuario de nuestras identidades?

En su conjunto, funciona exactamente como la polémica instalación ganadora del Premio Turner 2001 de Martin Creed: como un contacto que se enciende y se apaga. Pero su talante tiene poco que ver con tal resolución minimalista. Cada obra aspira a ser un encendido, una "puerta de la percepción". La muestra está formada -salvo la excepción historicista de los vídeos muy vintage de Roman Signer, hace poco en Matadero-, por obras de artistas nacidos desde los años sesenta y su consabida nostalgia por la sensibilidad de aquella década. Y más bien tiene que ver con el lema "¡aquí y ahora!", repetido por los loros entrenados en Pali, "La isla" imaginada por Aldous Huxley -aquí, sustituidos por los pájaros músicos de Céleste Boursier-Mougenot- y que se convertiría en una de las biblias de la new age. Allí, "¡Atención!" y "¡Aquí y ahora!" eran los recordatorios constantes para los habitantes de una microsociedad bienaventurada -que mantenía a raya la tecnología- para disciplinar y acordar inteligencia, emoción y acción, para enfatizar que sólo existe el presente: laetus in praesens. O como decimos ahora, "sólo se vive una vez", por más que los atractivos virtuales dirigidos a nuestra mente intenten confundirnos.

Porque aquí muchas de las piezas están sometidas al paso de los días. Algunas crecen y otras se van consumiendo. En la impactante instalación blanca de una sala de reuniones, a cargo de Gerda Steiner y Jörg Lenzlinger, una colonia de cristales de aspecto psicodélico-sintético-vegetal comienza a salir de los portátiles y, cuando termine esta exposición, habrá invadido por completo la mesa. Por el contrario, del bloque de tinta negra de Kitty Krauss que el día de la inauguración comenzó a deshelarse a causa del calor de una bombilla en su interior, sólo quedará un charco cuando se lean estas líneas. Dibujar para ser borrado, como hace con su cuerpo sobre el suelo en días de lluvia el escultor Andy Goldsworthy -del que pudo verse hace poco una estupenda construcción con ramas en el Palacio de Cristal-, pero aquí con una videoinstalación en tríptico, que va más allá del conocido trabajo de los rostros que desaparecen de José Ángel Restrepo y contiene una interesante resonancia y crítica social.

Y también, se corrompen. La cripta de Michael Blazy es una vanitas demasiado explícita: los coleópteros roerán las barras de pan a modo de cirios que rodean una simulación de osamenta humana, que terminará hundiéndose sobre el lecho de tierra gracias a las bacterias. Pero los espectadores no debieran perderse la fresca y sofisticada instalación con fresas naturales de Claire Morgan, antes de que su perfume se convierta en hedor y siniestra geometría negra.

Una exposición para todos los sentidos. Se puede mirar y oler, o incluso chupar las paredes de chocolate recubiertas por Anya Gallaccio, quizá una de las propuestas más débiles ahora que la aromaterapia ha llegado ya hasta las peluquerías de barrio. Y tampoco su instalación con círculos de velas va mucho más allá de un recordatorio de los pequeños rituales domésticos que guías de autoayuda y revistas femeninas aconsejan. Al menos, en esta sala el sorprendente canto "This is Propaganda" de Tino Sehgal introduce un toque de inteligencia y humor.

Pero todavía queda tiempo para alentar la memoria y el sentido poético: la habitación enredada de Chiharu Shiota, de la que pudo verse una versión más reducida en ARCO, y el barco flotante de Eloise Fornielles -lo único que queda después de la performance realizada en la inauguración- invocan la necesidad humana del recuerdo y de la imaginación.