Image: Europa después de Europa

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Letras

Europa después de Europa

E. Lamo de Espinosa (Coor.)

1 abril, 2011 02:00

Sede del Parlamento Europeo (Bruselas)

Academia Europea de Ciencias y Artes. 618 páginas, 14 euros.


OVNI, todos sabemos lo que significa y sabemos que no existen. OPNI suena más raro y sin embargo existe uno, la Unión Europea: un Objeto Político No Identificado. No es por supuesto un Estado, aunque tenga su parlamento y sus leyes, pero es mucho más que un acuerdo entre Estados. Tiende a cambiar con una rapidez sorprendente y su complejo entramado institucional resulta incomprensible para la inmensa mayoría de los europeos, lo que no contribuye a su popularidad. Los libros que la analizan suelen resultar bastante aburridos porque la sucesión de farragosos tratados y negociaciones a múltiples bandas no se parece mucho a una novela de intriga. No tiene líderes capaces de entusiasmarnos por este gran proyecto común y cuando un gobierno comete la imprudencia de convocar un referéndum para ratificar un tratado siempre existe el riesgo de que los ciudadanos voten en contra de algo que no entienden.

Sin embargo, la UE funciona, se amplia geográficamente y aumenta sus competencias, de manera que resulta cada vez más crucial para nuestro presente y nuestro futuro. Por eso es importante comprenderla y para ello nada más útil que un libro que no trata de las instituciones europeas sino de Europa, o mejor aún de Europa después de Europa, es decir del papel que nuestro continente juega cuando ya no es el centro del mundo como lo fue durante siglos.

Nos encontramos ante una reflexión colectiva de nueve destacados especialistas, casi todos investigadores del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos, coordinados por Emilio Lamo de Espinosa, fundador y primer director de dicho Instituto. Cada uno de ellos ha escrito una parte, pero los distintos capítulos han sido discutidos en común y las conclusiones han sido asumidas por todos, así es que el libro resulta mucho más trabado que si se tratara de una mera recopilación de ensayos independientes. Su primer gran mérito es que aborda todos los grandes desafíos a los que nos enfrentamos, desde el envejecimiento de la población hasta la dificultad de dotarse de una auténtica política exterior y de seguridad común, y el segundo es que nunca pierde de vista el contexto mundial. Europa no puede aspirar sólo a ser "libre y feliz como Suiza", como propuso Churchill en un famoso discurso, no puede limitarse a gozar de su prosperidad sin implicarse en los problemas mundiales. Tiene demasiado peso demográfico, económico, político y cultural como para renunciar a ser un actor global aunque, todavía traumatizada por la horrenda experiencia de las dos guerras mundiales, tienda a huir de sus responsabilidades, traspasándoselas a la ONU o los Estados Unidos para lamentar luego la inoperancia de la una o la contundencia de los otros.

De ahí el interés de la extensa introducción de Lamo de Espinosa, casi un libro en sí misma, que analiza el lugar de Europa en el mundo de hoy. Su primera y fundamental afirmación se refiere a un hecho que a veces se olvida: el enorme éxito que en perspectiva histórica supone el proceso de integración europea. Un proyecto nacido en la Europa devastada por la II Guerra Mundial y que para sus promotores tenía como principal objetivo evitar que pudiera repetirse un horror semejante. Se trataba de crear lazos económicos para unir a las naciones europeas y asegurar la paz. Y así ha sido. Hace mucho que una guerra entre grandes Estados europeos resulta inimaginable y los europeos hemos alcanzado altísimas cotas de libertad, de seguridad y de prosperidad. Hemos entrado en una era "posthobbesiana" en la que la cooperación entre las naciones europeas cuenta más que su rivalidad, lo que nos ha convertido en un modelo. Puesto que sólo las malas noticias son noticia, prestamos mucha atención a la incapacidad europea para poner fin a los conflictos en la antigua Yugoslavia, que al final requirieron la intervención de nuestro poderoso primo americano, y ha pasado casi inadvertido el inmenso éxito que ha supuesto la consolidación de la democracia y de la economía de mercado en todos los países de la antigua órbita soviética que se han integrado en la UE, desde Estonia hasta Bulgaria.

La segunda constatación de Emilio Lamo es que Europa no puede jugar un papel dominante en el mundo del siglo XXI y que ello responde a un proceso natural e incluso conveniente. La primacía de Europa durante unos siglos se debió a su papel pionero en una serie de extraordinarias innovaciones en los campos de la ciencia, la tecnología, la economía, el derecho y la política que han terminado por transformar el mundo. Fue la "gran divergencia" que en el XIX parecía haber reducido a la irrelevancia a majestuosas civilizaciones como las de India y China. En condiciones de libre intercambio de mercancías y de ideas es más fácil asimilar que innovar y se produce una tendencia a la convergencia entre las naciones pioneras y las que luego se muestran capaces de incorporarse al cambio. Entramos por ello en la "gran convergencia" del siglo XXI en la que las potencias emergentes, desde China hasta Brasil, van a adquirir una influencia proporcional a su población. Lo cual representa el triunfo de un modelo de sociedad que en buena parte ha surgido en Occidente, pero que no es patrimonio de Occidente. Los dirigentes chinos, en su paranoico temor hacia los ciudadanos libres, no parecen comprender que la participación política y los derechos humanos son tan importantes para el buen funcionamiento del modelo como la informática y el derecho mercantil, pero es de desear que lo comprendan cuanto antes.

China, India y Brasil están ocupando el lugar que les corresponde, Estados Unidos conservará su preeminencia durante un tiempo y el papel de Euro- pa se reduce. ¿Todo esto es normal y no hay por qué preocuparse? No es esa la respuesta de Emilio Lamo y sus colaboradores. Europa no debe lamentar haber perdido el predominio que tuvo antaño, pero debe jugar mejor sus bazas hoy, debe afrontar el problema del envejecimiento, debe mejorar la calidad de su educación, debe incrementar la productividad de sus empresas, debe garantizar su futuro energético y sumar a su enorme poder económico y a su indudable "poder blando", es decir el atractivo de su modelo, una capacidad "fuerte" de influir en un mundo todavía un tanto "hobbesiano", lo que exige capacidades militares y voluntad política (cuya falta se ha hecho notar en la crisis de Libia).

El camino a seguir está bastante claro en sus grandes líneas. El grupo de reflexión europea presidido por Felipe González apuntó ideas útiles en un informe reciente y los autores de Europa después de Europa llegan a conclusiones similares. Necesitamos un liderazgo político europeo, del que hemos carecido en los últimos años, que nos permita evitar caer en trampas populistas y xenófobas, afrontar nuestros desafíos internos y externos, establecer sobre bases sólidas las relaciones con nuestros vecinos, incluidas Rusia y Turquía, y reforzar la cooperación política con EE.UU., que se basa en nuestros valores compartidos.