Image: El canon de la lírica norteamericana según Harold Bloom

Image: El canon de la lírica norteamericana según Harold Bloom

Letras

El canon de la lírica norteamericana según Harold Bloom

El influyente crítico reúne en La escuela de Wallace Stevens a los alumnos aventajados del poeta

1 noviembre, 2011 01:00

Wallace Stevens

El prestigioso crítico neoyorquino Harold Bloom se embarca en La escuela de Wallace Stevens (Vaso Roto Ediciones) en la tarea de construir, partiendo de este poeta, un árbol genealógico de la lírica estadounidense del siglo XX, con una antología poética en la que incluye a reconocidos autores como Elizabeth Bishop, James Merrill o A.R. Ammons, y a otros menos conocidos, como May Swenson, Joh Hollander o Amy Clampitt, hasta llegar a los aún en activo: John Ashbery, W.S. Merwin, Mark Strand, Charles Wright, Jay Wright... A continuación les ofrecemos una selección de poemas extraídos del libro.


El cisne negro

James Merrill

Negro en el agua lisa tras los juncos,
el cisne negro traza
un caos privado que gorjea en su estela,
asume, como cuarta dimensión, el esplendor
que acerca al niño con blancas ideas de cisnes
al verde lago
donde cada paradoja significa maravilla.

Aunque el negro cuello se arquea indistinto
de una interrogación sobre el lago,
el cisne condena todo cuestionamiento fácil:
algo en sí mismo, equívoco, presentido,
como el dolor o el canto de mujeres en el despertar;
y el canto del cisne que canta
es el hondo silencio del cisne.

Ilusión: el cisne negro sabe irrumpir
en la expectación, el pico
apunta ya a su pecho, ya a su imagen,
y atraviesa nuestras vidas, si el lago es vida,
y por el suave giro de su cuello
transforma, a tiempo, los daños del tiempo;
en menos que una pluma negra, el dolor del tiempo.

Hechicero: el cisne negro ha aprendido a entrar
en el perdido centro secreto del dolor,
donde, como en fiestas de mayo, diversas tragedias
se entrelazan, listones en el poste, para compartir
un mismo hundimiento, médula de invierno puro
que no cambia y es
brillo siempre en hielo y aire.

Siempre se mueve en el lago el cisne negro. Siempre
llega el momento de mirar
cómo, alto emblema, vira y se desplaza
hacia la otra orilla, siempre. El niño rubio en
la ribera, manos llenas de complejas maravillas, permanece
ya en éxtasis, ya en incertidumbre.
Sus labios alientan: amo ese cisne negro.



El vaso roto

James Merrill

Decir que alguna vez contuvo margaritas y campánulas
Es ignorar de algún modo
su brillo indeleble, donde, en añicos contra el suelo,
yace el ancho vaso como si acogiera al sol,
orladas sus verdes hojas, deshecho su entero resplandor,
esparció su vidriada integridad por todas partes;
Liberados espectros hablarán
de un florecer más frío donde roto quedó el frío cristal.

Aunque fragmentos se desplomaron de la unidad al caos,
Cada arista retiene
la nota opalina de la imperfección
cuyos rayos, asimétricos, emitirán
más de una red de ángulos de luz
que al anochecer se dirijan hacia puntos ilesos
Y esbocen en la estancia
las posibilidades del fuego y su aceptación.

Las generosas curvaturas de vidriado artificio
Dan fe de su pureza
en unidades lúcidas. Libre de estas,
como el amor triunfa sobre la irrelevancia
y construye armonía de disonancias
y de algún modo vive entre nosotros, roto, como si
El tiempo fuera un vaso roto
y nuestra última alegría asumir que no se puede remediar.

Astillas presagian ruina desde el suelo,
Cortan estructuras en el aire,
delimitan, como ojos o brújulas, un rostro
de matemática fijeza, haz de luz
en cuyo círculo podemos apreciar
todas las soledades del amor, espacio para el rostro del amor,
Reverdecidos proyectos de amor,
los monumentos del amor como lápidas en nuestras vidas.



La verdad se impone

May Swenson

Como no soy honesta en persona
busco ser honesta en la poesía.
Si hablo contigo, mirándote a los ojos,
miento porque no tolero
evidenciar la verdad.
Decir toda la verdad
sería como quedar desnuda.
Perdería mis más preciados bienes:
distancia, silencio, intimidad.
Quedaría expuesta. Y me poseerías.
Equivaldría a una total rendición
(a ti, mirándote a los ojos).
Me mirarías detenidamente.
Me tendrías en tus manos.
Todos tus ojos se me echarían encima.
De ahí en adelante me vestirían
tus punzantes, lascivas, deseosas abejas.
Que seas uno o dos o muchos
da igual. Siento como si, en realidad,
un par de ojos fuera el enjambre entero.
Así que miento (mirando tus ojos)
dejando sin voz la esencia de las cosas
o bien mostrándome como una copia
y no lo que soy.

Uno debe ser honesto en algún lugar.
Quiero serlo en la poesía.
Con la palabra escrita.
Donde pueda decir y tachar
y volver a decir y decir con rodeos
y decir por encima de y decir entre líneas
y decir en símbolos, en enigmas,
en doble sentido, bajo las máscaras
de cada rasgo, en la piel
de toda criatura.
Y en mi propia piel, desnuda.
De hecho me siento feliz de anhelar
desnudarme en la poesía,
imponer la verdad
en el poema,
que, al escribirlo, si es real,
no copia, me diga
y después a ti (todo o nada, mirándonos)
mi entero yo,
la verdad.



Un silencio

Amy Clampitt

antiguo parentesco o género
lo que trasciende al entonar los cantos
lo oculto
la infinitesimal
línea de error
una ilimitada
interioridad
más allá del tapiz
del unicornio la doncella
(por el hombre creada por gusanos devorada)
Dios en su cadera
incipiente
sin transfigurar
algodonados
jacinto y prímula
crece silvestre una fresa
desazón terrores nocturnos
desvanecida luz terrena
sobrenatural mascarada

(seremos transformados)

se abre un silencio

§

el criador de larvas
desnudo velludo voraz
inventando desde dentro
de sí
la cruda sustancia
de un hilo sostenida
se rinde
tras la máscara
la nata trémula
tendón gelatinoso
rígido transitorio
avaricia en la reinversión

§

hemos dado un
nombre (revelación
kif nirvana
síncope) a
cualquier gracia
no solicitada
que hace nacer

torrentes
fijaciones
reencarnaciones
de ángeles
Joseph Smith
tolerando
el martirio

una profunda
contrición gobierna
a los charlatanes-fundadores
allí encontraron
el amor infinito
de Dios
y experimentaron
(George Fox
uno de ellos)
grandes revelaciones



Llegar a esto

Mark Strand

Hemos hecho lo que hemos querido.
Descartamos sueños, optamos por el trabajo duro
de cada uno, aceptamos el dolor
y denominamos ruina a los hábitos imposibles de dejar.

Pero ahora estamos aquí.
La cena está servida y no podemos comer.
La carne se asienta en el lago blanco del plato.
El vino aguarda.

Llegar a esto
tiene sus recompensas: nada se nos promete, nada se nos quita.
Sin corazón o gracia que nos salve,
ningún sitio a donde ir, ninguna razón para permanecer.