Letras

Justin Cartwright gana el Spear's Book Award, imponiéndose a Jonathan Franzen y Philip Roth

9 noviembre, 2011 01:00
El novelista Justin Cartwright (Sudáfrica, 1947) ha sido galardonado hoy con el Spear's Book Award, el premio que concede anualmente la revista económica británica Spear's al mejor libro de temática financiera. El dinero de los demás es el título de la obra ganadora, un actual retrato del mundo de las altas finanzas en el punto culminante del pinchazo de la burbuja bancaria, a través de una familia de rancio abolengo propietaria de la banca Tubal & Co. Cuando el presidente abandona su cargo por motivos de salud, su hijo Julian Trevelyan-Tubal toma las riendas de la entidad. Para ocultar su ineptitud y las pérdidas del banco, desvía cientos de millones de libras en una arriesgada maniobra. Artair MacLeod, primer marido de su madre, es un autor teatral venido a menos que verá en este secreto su gran oportunidad para salir de su apurada situación económica.

La novela, editada en España recientemente por Ático de los libros, ha sido bien acogido por los críticos de medios como Los Angeles Times o The Guardian, quienes la consideran una obra inteligente y divertida.

Cartwright se ha impuesto en la tercera edición de los premios a escritores de renombre como Jonathan Franzen, nominado por Libertad, y Philip Roth, que concurría al premio con Némesis. Los otros dos nominados han sido Jonathan Dee, por Los privilegios, y David Miller, por Hoy. A continuación le ofrecemos un fragmento de la obra ganadora.


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Durante los últimos tres años Artair MacLeod ha vivido en un antiguo muelle de botes salvavidas, frente al estuario del río Camel. Cuando la marea está baja, se queda mirando el profundo canal del río, hasta las anchas marismas. Gradualmente, desde hace tiempo, Artair se ha desplazado a los extremos del país, como si una fuerza centrífuga le empujara en esa dirección. En realidad se trata de la fuerza de las becas y subvenciones disponibles en las distintas regiones, lugares que se cree que necesitan ayuda para fomentar las artes, porque allí la vida es culturalmente famélica y solo puede subsistir a golpe de subsidios. Esa ficción se sostiene porque las personas que viven en esas regiones pueden votar, pese a que producen poca cultura espontáneamente. Así que Artair MacLeod, autor teatral y manager de actores, ha emigrado lentamente desde la metrópolis hasta varias ciudades de provincias hasta que finalmente -pues no hay ningún otro sitio al que mudarse sin un barco- ha recalado en el estuario.

Atesora un ambicioso proyecto: una obra de cinco horas de duración basada en la vida y las novelas de Flann O'Brien. Pero hoy se ha tomado una pausa para empezar a escribir su manuscrito a mano, porque se ha enterado que en la universidad de Texas pagan bien por los manuscritos originales. El suyo, de hecho, es un cortar y pegar a partir de los textos de O'Brien, con las indicaciones de dirección apuntadas con rotulador. Ha escrito laboriosamente seis páginas de la primera parte de la obra. Lleva tres años dedicado al proyecto, y aún tiene que escribir los episodios tres a cinco, ambos incluidos. Le ha escrito al fideicomiso que le paga su estipendio, solicitándoles una beca especial que le permita aparcar sus otras actividades -básicamente, obras de teatro infantil con un guiño hacia la tradición gaélica o de Cornualles- para poder dedicarse a tiempo completo al importante proyecto, que según les indicó, está a punto de entrar en fase de pre-producción. Piensa que deberá buscar una localización celta suficientemente grande y significada para montar el escenario de esta obra épica, que será una producción destacada para las culturas minoritarias, pero la pre-producción y el desarrollo de la obra no son gratuitos. No le han contestado aún, y han pasado tres meses desde que escribió, pero él también ha estado ocupado, contactando con diversas organizaciones y patrocinadores, como el propio Consejo de las Artes.

Para que el manuscrito original parezca más auténtico, utiliza una vieja pluma Waterman y papel bueno, que absorbe la tinta. Cree que así será más verosímil. Está escribiendo lo que será la declaración de intenciones de la obra, y también la primera escena. El narrador, Flann O'Brien, se dirige a su amigo Brinsley después de haber tomado unas cuantas pintas. Brinsley, para ser sinceros, no tiene mucho diálogo. Es más bien un hombre callado. Están sentados en el rincón más discreto de la taberna Red Swan de Dublín.

Se dijo que, mientras que la novela y la obra teatral eran ejercicios intelectualmente agradables, la primera era inferior a la segunda en tanto en cuanto le faltaban los accidentes de la ilusión externos, induciendo al lector frecuentemente a sentirse burlado de forma chapucera, y haciéndole sentir una preocupación verídica por el destino de personajes ficticios. La obra se consumía de forma sana y completa, en grandes masas congregadas en lugares de ocio público; la novela se autoadministraba en privado. La novela, en manos de un escritor sin escrúpulos, podía convertirse en un artefacto despótico. En respuesta a una pregunta, se explicó que una novela satisfactoria debería ser una impostura evidente, cuyos grados de credulidad el lector pudiera regular a voluntad. No era democrático obligar a los personajes a ser uniformemente buenos o malos o pobres o ricos. Cada uno de ellos debía gozar del privilegio de una vida privada, de autodeterminación y de unas condiciones de vida dignas, en nombre del respeto propio, de la alegría y de un mejor servicio. Sería incorrecto decir que la consecuencia es el caos. Los personajes deberían ser intercambiables, de un libro a otro. El corpus entero de la literatura debería considerarse un limbo del cual los autores con criterio podrían extraer sus personajes a medida que los necesitasen, creando únicamente cuando no pudieran encontrar la marioneta requerida. La novela moderna debería ser en gran medida una obra de consulta. La mayor parte de los autores se pasan el día diciendo lo que ya se ha dicho -y que generalmente, se ha dicho mucho mejor-. La abundancia de referencias a las obras existentes familiarizaría instantáneamente al lector con la naturaleza de cada personaje, obviaría explicaciones aburridas e impediría de forma efectiva a los saltimbanquis, advenedizos, tramposos y demás personas de educación inferior de intentar comprender la literatura contemporánea.

BRINSLEY: Todo es una mierda.
Artair no piensa que todo sea una mierda en absoluto. Cree que el teatro y las novelas suelen estar encorsetas demasiado a menudo por la realidad. Le encanta la idea de que los personajes de una obra o un libro posean una vida propia y no tengan que someterse a la voluntad de su autor. Cree que cada vida está compuesta de muchas vidas, y que la distinción entre mito y realidad es excesivamente rígida. Los viejos mitos -por así llamarlos- de los celtas contienen verdades mucho más profundas. Una o dos reseñas sobre sus obras sugieren que ha perdido el control de sus personajes, pero en ninguna crítica dijeron que lo hubiera hecho deliberadamente. De hecho, en el circuito regional de teatro infantil apenas se publican críticas teatrales, y las que salen son guías de aparcamiento para los niños en los días de lluvia, más que ejercicios críticos.

Artair está convencido de que esta empresa será su obra maestra, pues combina el atractivo de un gran -y en cierta medida- olvidado novelista irlandés con el atractivo nostálgico del pasado gaélico- celta. Se imagina que despertará el interés (y becas) en lugares como Galway y Dumfries, en el norte de Gales y también aquí en el ducado de Cornualles -Kernow en el viejo idioma- e incluso en Bretaña, donde siempre están volcados en mantener viva la lengua brezhoneg. Sus conferencias siempre han atraído bastante público allí.

Mientras deja caer una laboriosa mancha en la última frase de Brinsley -Todo es una mierda- de repente tiene una visión: Daniel Day-Lewis encarnando a Flann O'Brien. Daniel Day-Lewis sería un Flann O'Brien maravilloso, torturado, poético y lleno de glamour; su presencia también lograría elevar el proyecto más allá de los confines del teatro de provincias y llevarlo al cosmos de la interpretación seria y comprometida. Seguramente se rodaría una película a partir del libro y de la obra; de hecho, si Daniel aceptase, sin duda se haría. Daniel es inglés pero vive en Irlanda y siente una profunda conexión -Artair está seguro de que así es- con la prehistoria irlandesa que Flann O'Brien amaba y parodió. Se pregunta qué opinará Daniel de los mitos celtas. Parece un tipo de lo más serio.

Más allá de los amplios ventanales, manchados de sal, por donde los marineros de los botes salvavidas solían vigilar el mar, ve el barro brotando a medida que la marea se retira. A un lado está el mar abierto, y la Maldición de los Contrabandistas, una lengua de arena que solo se revela cuando la marea está muy baja. Directamente al otro lado del estuario están los restos naufragados de un pequeño barco de pesca -plantado, como dicen los nativos-, y ahora ve la cabina del capitán emergiendo, envuelta en una bandera de algas de mar.

Como todas las personas creativas, se siente renovado y vigorizado después del trueno de inspiración que ha generado una idea. Sabe que las ideas están ahí afuera, y nosotros -en su generosidad extiende el pensamiento para abarcar a todas las personas verdaderamente creativas- somos los pararrayos. Traemos las ideas del cielo a la tierra. Ahora aparecen los restos del cabrestante que iza las redes del barco hundido. La estructura está manchada y herrumbrosa. Jamás se cansa de mirar el efecto de las mareas. Un puñado de pájaros de largas patas y picos inquisitivos -no es muy bueno identificando pájaros, pero podrían ser zarapitos o zancudos- llegan para inspeccionar el barro. Resulta raro que puedan conservar sus barrigas tan blancas como la nieve, teniendo en cuenta que se pasan media vida en el barro: la naturaleza es un recurso infinito para las mentes fértiles.

Querido Daniel Day-Lewis: Sé que esto es algo inopinado, pero quería decirle que he trabajado en las viñas del teatro durante varios años.

(¿Suena un poco artificial, verdad? Sí).

Querido Daniel Day-Lewis: Ahora que estoy a punto de terminar la obra de mi vida, una pieza de teatro de cinco horas y tres partes basada en la vida y las novelas de Flann O'Brien, quería contactar con usted. Me he pasado toda la vida trabajando en el teatro celta y galés, y como usted sabe Flann O'Brien hablaba gaélico y estaba muy versado en los viejos mitos y en la historia celta. Me ha llevado tres años completar esta obra, y durante todo ese tiempo he creído que sería un vehículo adecuado para su inmenso talento. De hecho mi admiración por su trabajo surgió el día en que vi la película sobre ese tipo dublinés impedido, Christy creo que se llamaba. En su película más reciente, Pozos de ambición, esa que tenía petróleo por todas partes, estaba usted absolutamente primario. No creo que haya conocido jamás a un actor de su intensidad emocional. Lo que ha logrado, y que tan pocos actores pueden hacer, es reunir un enorme poder interior, aunque al mismo tiempo casi no hace nada para atraer la atención del espectador. (Exactamente lo que dijo una vez mi colega Kenneth Tynan del joven Richard Burton).

Ahora, para volver al proyecto que le he mencionado -y que estoy a punto de terminar-, se trata de una vida de Flann O'Brien utilizando sus propias novelas como punto de partida. Tengo en mente dos versiones, una obra de teatro de cinco horas de duración en tres partes, que se representarían en dos noches consecutivas, con fragmentos en gaélico que precisarían la proyección de subtítulos (un truco que aprendí de la adaptación japonesa de Hamlet de Jonathan Kent) y una película cinematográfica en la que usted interpretaría el personaje de Flann.

Como sabrá, se trataba de un hombre maravilloso y proteico, educado en el idioma y la cultura gaélicas, y sumido en el carácter romántico que destilan las antiguas leyendas, pero lúcidamente conocedor, desde su asiento en el rincón más recóndito del Red Swan, de las posibilidades paródicas de la nostalgia gaélica. También fue uno de los pocos grandes escritores irlandeses de su tiempo que jamás dejó Irlanda, que en esa época era un lugar reprimido y triste. Ahora, por supuesto, la gente hace el viaje inverso. Usted, según creo, es uno de los que fueron criados en los condados de la vieja Inglaterra, como yo. Nací en Blackheath, en el distrito SE3 de Londres.
Quizá se está enrollando demasiado. Tal vez debería ser más serio, hablar de negocios. Ha visto una foto de la encantadora esposa de Daniel y le ha recordado que una vez él y Fleur también formaron una pareja perfecta similar. Fleur acababa de protagonizar su producción de una obra checa prohibida en Twickenham. Su acento checo era bueno, aunque un crítico se preguntó qué falta hacían los acentos en una obra traducida. Su papel era el de una espía, enviada por los comunistas para informar sobre las actividades de Václav Havel. En lugar de eso, se pasaba el otro lado y mandaba informes falsos a sus jefes. La cosa no acababa bien para su personaje. Harry Trevelyan-Tubal financió la producción. Más tarde les ofreció la posibilidad de llevar la obra al West End, con Fleur en el papel principal, con una dirección más comercial, según dijo. La obra solo duró siete semanas en el West End pero sir Harry consiguió su objetivo: Fleur se convirtió en la tercera lady Trevelyan-Tubal y se retiró del teatro.

De todos modos, querido Daniel, vivo con la esperanza de que este proyecto le interese, y quiera leer mi guión. (Del que, por cierto, estoy negociando la venta del original a la universidad de Austin, Texas, famosa por su colección de manuscritos). Por favor, dirija su respuesta a la Compañía Teatral del Muelle en la dirección que consta en la parte superior de...
Sella la carta con la cera que ha comprado para utilizar en el manuscrito destinado a Texas. Para la carta de Daniel, enciende la vela y deja caer un borrón de cera ardiendo encima del sobre. Parte de ella cae inevitablemente en los restos de la quiche de Asda y aprieta la cera fundida con el sello de su anillo. Comprende al cabo de unos instantes que habría sido más hábil sacarse primero el anillo, porque ahora Daniel no solamente recibirá el sobre sellado, sino también un par de pelos de sus nudillos escaldados, que la cera ha depilado. El anillo fue un regalo de Fleur, de cuando se casaron. Tiene grabada la efigie de un grifo. Él le regaló un anillo de cortina de ducha, que por esa época era una señal reconocida y económica de tendencias bohemias.

Animado por su plan de convencer a Daniel Day-Lewis, emprende el camino que lleva del muelle al pueblo. De ahí coge un autobús hasta Pentire, donde la biblioteca tiene un servicio gratuito de ordenador e internet, aunque tienes que pagar si quieres imprimir algo. Descubre que el agente de Daniel Day-Lewis es un señor que se llama William Morris, y que su oficina está en El Camino Drive, Beverly Hills. Mira a su alrededor, observando la biblioteca, y se imagina que El Camino Drive debe ser muy distinto de esa sala más bien lóbrega y enervante. Supone que habrá palmeras y piscinas a lo David Hockney. Así que su carta recorrerá un largo y accidentado viaje hasta California y luego de vuelta a Irlanda. Mientras, tiene que buscar tiempo para acabar el primer borrador y luego, por supuesto, mandar el manuscrito a Texas. Se pregunta cuanto tardarán los profesores y demás expertos literarios en decidir el valor del manuscrito. En Texas ya tienen algunas obras de Flann O'Brien, y unas cuantas cajas de las sobras de Joyce, y otras que pertenecieron a Yeats, así que le darán la bienvenida a este manuscrito, está seguro.