Jean Echenoz teje la vida imaginaria de Nikola Tesla, el científico más literario
Llega a España la última parte del tríptico de retratos de personajes históricos elaborado por el autor francés
10 enero, 2012 01:00Jean Echenoz
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Uno prefiere saber cuándo nació, en la medida de lo posible. Estar al tanto del instante numérico en que todo arranca, en que la trama comienza con el aire, la luz, la perspectiva, las noches y los sinsabores, los placeres y los días. Ello permite disponer de un primer punto de referencia, de una señal escrita, de un número útil para los cumpleaños. Marca también el punto de partida de una pequeña noción personal del tiempo cuya importancia es de todos sabida, tan es así que la mayoría de nosotros decide, acepta llevarlo permanentemente consigo, desglosado en cifras más o menos legibles y aun a veces fluorescentes, fijado con una pulsera en la muñeca, la izquierda con más frecuencia que la derecha.
Pero ese momento exacto Gregor no lo conocerá nunca. Nació entre las once y la una de la mañana. Las doce en punto, poco antes o poco después, nadie sabrá decírselo. De modo que ignorará durante toda su vida qué día, víspera o día siguiente, podrá celebrar su cumpleaños. Esa cuestión del tiempo, con ser tan común, será pues para él un primer asunto personal. Pero el que no se le pueda informar de la hora concreta en que vino al mundo obedece a que tal evento se produce en condiciones caóticas. Al principio, minutos antes de que aflore del vientre de su madre y cuando todo el mundo se afana en el caserón -gritos de amos, encontronazos de criados, tropezones de criadas, peleas entre comadronas y gemidos de la parturienta-, se desata una violentísima tormenta. Precipitaciones granulosas y muy densas que provocan un fragor regular, afelpado, susurrado, imperioso como si quisiera imponer el silencio, dislocado por cortantes movimientos de aire. Después, y sobre todo, un viento perforante de gran magnitud intenta derribar esa casa. No lo logra pero, forzando las ventanas abiertas de par en par, cuyos vidrios saltan y cuyas maderas comienzan a batir, mandando a volar las cortinas al techo o aspirándolas hacia el exterior, se adueña de la casa para destruir su contenido y permitir que lo inunde la lluvia. Ese viento lo hace bailar todo, vuelca los muebles al levantar las alfombras, rompe y disemina los objetos que descansan sobre las chimeneas, voltea en las paredes los crucifijos, los apliques, los marcos, invirtiendo paisajes y retratos de cuerpo entero. Apaga también todas las lámparas, trocando en columpios las arañas cuyas velas se extinguen al instante.
El nacimiento de Gregor transcurre pues en esa estruendosa oscuridad hasta que un relámpago gigantesco, denso y ramificado, torva columna de aire inflamado en forma de árbol, de raíces de ese árbol o de garras de rapaz, ilumina su aparición hasta que el trueno ahoga su primer llanto mientras el rayo incendia el bosque colindante. Es tal el desbarajuste que se organiza que en medio del pánico general nadie aprovecha el vivo fulgor espasmódico del relámpago, su pleno e instantáneo resplandor, para consultar la hora exacta, aunque en cualquier caso las péndolas, por mor de antiguas divergencias, hace tiempo que no coinciden.
Nacimiento al margen del tiempo, por lo tanto, y al margen de la luz, pues de ese modo se alumbra la gente por aquel entonces, a base de cera y de aceite, todavía no se conoce la corriente eléctrica. Ésta, tal como la utilizamos en la actualidad, tarda aún en imponerse en los hábitos, y ha de pasar no poco tiempo para que se le preste atención. Como para solventar ese otro asunto personal, Gregor la tomará a su cargo, a él corresponderá ponerla en marcha.