El lector de Julio Verne
Un segundo jalón añade Almudena Grandes a su gran empeño de recrear la España sojuzgada de postguerra con El lector de Julio Verne. La entrega anterior, Inés y la alegría, enlaza con la nueva por referirse también al antifranquismo armado. Aquí trata de la guerrilla rural en la sierra sur de Jaén entre 1947 y 1949. Otros elementos más sirven para dar continuidad anecdótica a la serie por medio de sucesos hilvanados. Uno es la consideración de la época como enfrentamiento ideológico interminable explícita en el título del ciclo y que en este “episodio” se convierte en idea recurrente: “esto es una guerra y no se va a acabar nunca”. Otro, centrar la línea temática en un aspecto particular de la dictadura, la resistencia comunista.
A la voluntad de crear un orbe literario homogéneo responden, además, los vasos comunicantes entre ambos libros. En la estela de la magna crónica galdosiana, aunque con menos intensidad, Almudena Grandes incorpora a El lector de Julio Verne elementos de Inés y la alegría: con tal propósito trae a colación al círculo de exilados en Toulouse y menciona el restaurante montado allí por la protagonista. De este modo, se logra la impresión de realidad coral, de materia humana real entrelazada por las sangrantes experiencias sueltas que la afligen.
El lector de Julio Verne se emplaza en un pequeño pueblo jiennense, Fuensanta de Martos. La autora detalla en una nota final la fuerte base documental que le sirve de sostén. El testimonio se centra en la denuncia de la salvaje represión de los vencidos en la guerra a través del relato de los métodos utilizados por la Guardia Civil para perseguir a los maquis y sembrar el terror en la población. Esta vertiente de reportaje verídico y de alegato justiciero convive con arquetipos y valores simbólicos. Junto a la crónica se encuentran planteamientos genéricos: la fábula del bien frente al mal, el relato de aprendizaje o la moralización que apuesta por el valor superior de la libertad.
El conjunto de materia testimonial y alegórica se levanta a partir de una concepción narrativa tradicional que fusiona dos modelos. Uno es la novela de aventuras. La trama de acción proporciona suspense que evita la monótona previsibilidad de la lucha entre los guardias y el maquis al incorporar varios episodios en que los sucesos toman rumbo insólito o tienen desenlace inesperado. El otro modelo es la novela psicologista. La exigencia de la autora en este domino se manifiesta en la densidad mental de un amplio número de personajes y en la complejidad de su caracterización. Dos de ellos se llevan la parte del león, el narrador que revive los lacerantes recuerdos de la casa cuartel donde vivió de niño y el solitario forastero que le proporciona andaderas para enfrentarse a la vida.
Ambos están bien acompañados por las sufridas gentes del pueblo y por varios miembros de la guardia civil. Aunque en el fondo de algunos personajes funcione un sustrato de ideación maniquea, la mayor parte alcanzan auténtica singularidad. Casi todo el mundo, en la novela, tiene una segunda vida, consecuencia de la guerra y no artificio literario. Por ello bastantes están aureolados de misterio, valioso para entrar en ese mundo asfixiante, incluso en el caso del forastero, cuyo equívoco papel uno se huele enseguida. Los condicionantes de los comportamientos y los conflictos morales plantean extremos dilemas vitales con verdad y plasticidad, a pesar de algún golpe de efecto excesivo. Y ello tanto en los disidentes como en las fuerzas del orden.
Almudena Grandes se acoge a los procedimientos de la narrativa popular para recrear el fanatismo y la sangrienta represión de la alta postguerra. La novela se nutre con peripecias peligrosas, lealtad, traición, intolerancia, rectitud, falsedad, amores, melodrama, patetismo, injusticia social, depauperación económica, tipos encantadores, villanos, violencia, sorpresas de gran calibre y un comedido culturalismo. Todo ello se pone al servicio de un mensaje rotundo a favor de la libertad, encarnada en los abnegados comunistas.
Un personaje de una generación posterior a los protagonistas advierte el grave error que constituyó el impulso político de la guerrilla. Es un apunte pequeño, pero muy importante: por encima de las equivocaciones estratégicas con su alto precio en dolor brilla el idealismo de los militantes. En honor de aquellos sacrificados luchadores levanta Almudena Grandes un canto épico que sostiene en una trama intensamente emotiva, la cual de trecho en trecho paraliza al lector por el dramatismo de los sucesos novelados.