Letras

Jane Austen y Sara Morante acuden al baile

Nórdica publica en su colección de ilustrados la última novela de la escritora británica en una edición ilustrada con gran belleza

2 julio, 2012 02:00

Emma Watson asiste a su primer baile. Su belleza e ingenuidad harán que todas las miradas se centren en ella. ¿Es eso la felicidad para una joven en la Inglaterra previctoriana...? Con este pretexto, Jane Austen aborda en Los Watson, por última vez, pues es su obra postrera e inacabada, la condición de la mujer de su época, de su limitado papel en la sociedad y de su falta de recursos propios. Nórdica publica este texto que contiene muchos de los rasgos de la novelista británica pero que, además, se ve enriquecido por las delicadas y exquisitas ilustraciones de Sara Morante, uno de los talentos del dibujo más destacados en el mundo editorial estos días. Entre mansiones, vestidos estampados, mejillas rosadas, flores en el pelo y sombras que ocultan secretos el relato avanza para gozo de un lector que notará enseguida la perfecta comunión entre texto e ilustración de ambas autoras. A continuación, reproducimos las primeras páginas del libro y detalles de las ilustraciones de Morante.


En D., una localidad de Surrey, iba a celebrarse el primer baile de invierno el martes 13 de octubre, y todo el mundo esperaba que fuera muy señalado. De forma confidencial, se hizo circular una larga lista de familias del condado cuya asistencia se daba por segura, y había grandes esperanzas de que incluso los Osborne hicieran acto de presencia. Después, claro está, vino la invitación de los Edwards a los Watson.



Los Edwards eran gente pudiente, vivían en la ciudad y tenían carruaje propio. Los Watson vivían en un pueblo a cinco kilómetros de distancia, eran pobres y carecían de coche cerrado. Y, durante los meses de invierno, siempre que se había celebrado algún baile en el lugar, los Edwards solían invitar a los Watson a cambiarse de ropa, cenar y dormir en su casa antes de emprender el camino de vuelta.

En aquella ocasión, dado que únicamente dos de las hijas del Sr. Watson se hallaban en casa y que una de ellas debía quedarse para atenderlo, pues estaba enfermo y había perdido a su mujer, solo una podía aprovechar la generosidad de sus amigos. La Srta. Emma Watson, que acababa de regresar con su familia tras haber vivido con una tía suya que la había criado, iba a hacer su primera aparición pública en el lugar, y su hermana mayor, cuya afición por los bailes era la misma que diez años atrás, tenía mérito al llevar de buen grado a su hermana (vestida con sus mejores galas) hasta D. en el viejo carruaje.


Mientras atravesaban los charcos del húmedo y embarrado camino, la Srta. Watson dio a su inexperta hermana las siguientes instrucciones y advertencias:

-Imagino que será un baile estupendo, y entre tantos oficiales no te faltarán acompañantes. Ya verás cómo la doncella de la Sra. Edwards estará muy dispuesta a ayudarte en todo, y te aconsejo que consultes cualquier duda a Mary Edwards, pues tiene un gusto excelente. Si el Sr. Edwards no pierde dinero jugando a las cartas, te quedarás hasta que te apetezca; de lo contrario, quizá te traiga rápidamente de vuelta, pero en cualquier caso tendrás asegurada una buena sopa. Espero que estés radiante. No me sorprendería que fueras una de las jóvenes más bonitas de la fiesta; la novedad siempre levanta expectación. Puede que Tom Musgrave se fije en ti, pero te aconsejo que no le incites bajo ningún concepto. Suele fijarse en todas las nuevas. Le encanta coquetear, pero nunca va en serio.

-Creo que ya te he oído hablar de él -dijo Emma-. ¿Quién es?

-Un joven de gran fortuna, bastante independiente y muy agradable, el favorito de todas allá donde va. Casi todas las jóvenes de por aquí están enamoradas de él, o lo han estado. Me parece que yo soy la única que ha escapado con el corazón intacto, aunque fui la primera en quien se fijó cuando vino a esta comarca hace seis años. Hay quien dice que ninguna otra le ha gustado tanto desde entonces, aunque siempre esté haciendo la corte a unas y otras.

-¿Y cómo es que tú fuiste la única que se le resistió? -preguntó Emma, sonriendo.

-Hay una razón -respondió la Srta. Watson, mudando de color-. Los hombres no se han portado demasiado bien conmigo. Espero que tú seas más afortunada.

-Querida hermana, te pido perdón si, sin pretenderlo, te he causado dolor.

-Cuando conocimos a Tom Musgrave -prosiguió la Srta. Watson, ensimismada-, yo estaba enamorada de un joven llamado Purvis, un buen amigo de Robert que solía pasar mucho tiempo con nosotros. Todos pensaban que aquello acabaría en boda.


Un suspiro acompañó a estas palabras, y Emma mantuvo un respetuoso silencio. Pero su hermana prosiguió tras una breve pausa:

-Te preguntarás por qué no ocurrió así y él terminó casándose con otra, mientras que yo sigo soltera. Pero eso debes preguntárselo a él y no a mí. Penélope también tendría algo que decir. Sí, Emma, Penélope anduvo metida en todo aquello. Cree que todo vale con tal de encontrar marido. Yo confiaba en ella, pero puso a Purvis en mi contra con la intención de quedárselo para sí; así que él fue espaciando sus visitas y al poco se casó con otra. Penélope resta importancia a lo que hizo, pero a mí me parece una traición indigna. No volveré a amar a ningún otro hombre como a Purvis. Creo que Tom Musgrave no puede comparársele.

-Me asusta eso que dices de Penélope -dijo Emma-. ¿Cómo puede una hermana hacer algo semejante? ¡Rivalidad y traición entre hermanas! Me da miedo conocerla, aunque espero que no fuera así y que las apariencias estuvieran en su contra.