Tsvietáieva, Pasternak, Rilke. Cartas del verano del 1936
Este tomo (tan sugerente, tan irrepetible, cosas así ya no suceden) ha sido preparado por los herederos de Pasternak. Es decir que el lector lee dentro de un “continuum” las cartas conservadas que se cruzaron -con eje en el verano de 1926- tres grandes poetas del siglo XX que se respetaban y admiraban entre sí, porque tenían en lo fundamental un común concepto trascendente de la poesía, y porque los rusos más jóvenes (Marina Tsvietáieva y Boris Pasternak) sentían casi adoración por el “alemán” Rainer M. Rilke, entonces enfermo y retirado en Suiza. Claro que sabían que Rilke era austríaco y que nació en Praga, pero alguna vez se refieren a él como acabo de decir, por la lengua en la que escribía y en la que ellos le escribían a él, aunque Rilke (apasionado otrora por el país) sabía bastante ruso...
Rilke (1875-1926) moriría a fines de ese año, pero le dio tiempo a cartarse con ambos, a recibir su admiración (casi idolatría por parte de Marina) y a enviar dedicados sus Elegías de Duino y los Sonetos a Orfeo. Quedó pendiente la visita que los dos rusos habían pensado hacerle juntos, Pasternak desde Moscú -pues no se exilió aunque su familia sí lo hizo- y Marina desde París o el sur de Francia donde estaba exilada, habiendo pasado antes por Praga…
Digamos que, entre todas, las cartas de Rilke son las más contenidas, aunque hermosas, porque tiene que “gobernar” el torrente admirativo y filial que le llega en las cartas largas y casi poemáticas de Tsvietáieva. Pasternak, que también idolatra a Rilke a quien había conocido de niño en Moscú, pues Rilke en 1900 se hizo amigo del padre de Pasternak, el notable pintor Leonid Ósipovich Pasternak, quien al fin vuelve a ponerles en contacto al saber la admiración de su hijo por el austríaco, es más ponderado, trata de que su inmesa admiración no se salga demasiado de los canales de la lógica, pero ninguno de los dos en su amplia correspondencia (incluyendo la también admirativa que cruzan entre ellos mismos) pueden evitar, en medio de los análisis líricos y de algunos poemas o fragmentos, frases como: “¡Oh, qué tuyo soy, Marina! En todos lados, en todos lados (…) Este dolor se llama felicidad.” Pasternak a Tsvietáieva. “Grandioso y queridísimo poeta (…) Lo amo como la poesía quiere y debe ser amada, como la cultura viva celebra, admira y vive sus cumbres.” Pasternak a Rilke. “Pero a ti, Marina, no te encontré a simple vista,fue Borís quien puso el telescopio ante mi cielo… Al principio, al alzar la vista, solo vi espacios que se iban sucediendo precipitadamente, y luego, de repente, allí estabas tú, pura y fuerte, en el centro del campo visual, allí donde los rayos luminosos de tu primera carta te concentraron en mí.” Rilke a Tsvietáieva.
Desde lejos, Pasternak y Tsvietáieva se amaron en la poesía mútuamente con una admiración absoluta, luego (cuando Pasternak pidió con respeto a Rilke que mandara sus libros últimos a Marina) el amor añadido al reconocimiento de un padre espiritual, se volvió triangular. Borís y Marina adoraron a Rilke (ella de un modo más misterioso, más frenético) y en ese cruce mágico se forma el orbe y la correspondencia de tres poetas que entienden que la espiritualidad de la poesía llega más allá de la vida. Rilke muere el 29 de diciembre de 1926, con 51 años. Casi hasta el fin no deja de comunicarse con esos discípulos fraternos. Y cuando ellos conocen la muerte del Poeta (con mayúscula, como Orfeo) vuelven a intercambiar cartas entre sí, que al principio siguen teniendo que ver con Rilke, con lo que escriben o escribirán por él. Incluso siguen pensando en ir a visitar su tumba. Son tres poetas magos y geniales, que igual que se han unido poco a poco se alejarán ( o lo hará la vida) pero quedando todo. Marina se suicidó en la miseria al volver a Rusia en 1941. Pasternak escribió un poema a su muerte. Y murió melancólico en 1960, tras de que las autoridades soviéticas le hubieran impedido ir a recoger el premio Nobel. Un libro todo alma, temblor de palabras heridas. Más no puede decirse.