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Letras

Negro sobre blanco

Verdades y mentiras del arte actual

15 febrero, 2013 01:00

Arriba, Ignacio Gómez de Liaño y Ricardo Menéndez Salmón. Abajo, Andrés Sánchez Robayna, Pablo D'Ors y Vicente Verdú

Sumario ARCO 2013

Empapados en lo que Zygmunt Bauman denomina mundo líquido, inevitablemente recorrido por vasos comunicantes que interesan la literatura, el arte, la música, el cine, el pensamiento y el teatro, nos plantamos ante las puertas de ARCO con cinco invitados de excepción, cinco narradores y ensayistas (Pablo d'Ors, Ignacio Gómez de Liaño, Ricardo Menéndez Salmón, Andrés Sánchez Robayna y Vicente Verdú) que han escrito sobre la pintura, sus paradojas y sus limites, conscientes de que, como afirmaba Duchamp, "no son los pintores sino los espectadores quienes hacen los cuadros", pero también de que hoy "la gente conoce el precio de todo, pero no sabe el valor de nada".

Nos hemos acostumbrado al tópico. A reírnos, por ejemplo, de las noticias sobre la limpiadora anónima que ha retirado de un Museo una obra de arte pensando que era basura, o del extintor de incendios retratado por los asistentes a una exposición que creían que era una pieza excepcional. A aceptar eso de que "mi hijo hace los monigotes mejor" cuando cualquier bestia se planta ante un Miró, o a comentar que la pieza más celebrada de una feria sea una nevera con el muñeco de un dictador dentro. Cosas del arte, de la provocación, de la novedad. Pero, y es una de las paradojas del arte contemporáneo denunciadas por gentes como Muñoz Molina, ¿qué pasa cuando la ruptura, la novedad, se convierte en norma? ¿Sigue siendo novedad?

Para Vicente Verdú, ensayista, narrador y pintor, la cuestión de la novedad y de la originalidad procede del subjetivismo nacido en el siglo XIX, pero, aunque el debate sobre lo nuevo en el arte crea sensación no significa que no sea un "retro acondicionado o una mascarada para provocar al burgués. Pavesas". También Pablo d'Ors nos recuerda que todo lo que no es tradición es plagio, o, dicho de otra forma, que la novedad es siempre una recreación insólita y que "la novedad o la originalidad nunca pueden ser la norma; lo único normativo es la fidelidad a la propia visión". Mientras, el poeta Andrés Sánchez Robayna coincide con ellos, pero también les desmiente en parte, ya que, aunque afirma que la novedad por la novedad, sin más, "nunca ha sido un valor crítico", y que las verdaderas novedades son escasas y tienen una significación histórica precisa, "todas las artes, en la modernidad, han tenido voluntad de renovar (el "make it new" de Pound) . Sin esa voluntad de renovación seguiríamos pintando según esquemas repetidos hasta la saciedad. ¿Por qué ese miedo a la voluntad de renovación?"

Impostura del arte actual

Y Robayna dice más. Que si se quiere denunciar las muchas imposturas y tonterías del arte actual, "quizá lo mejor no sea criticar la voluntad de renovación". Ignacio Gómez de Liaño tercia también: "La ruptura podía tener sentido cuando había un paradigma único y todopoderoso, pero ahora no hay nada de eso. ¿Y qué decir de la novedad cuando lo más arcaico puede convertirse en el no va más de las novedades? La realidad es que el mundo del arte está dividido en numerosas tribus. Hay que procurar que cada tribu dé lo mejor de sí y, sobre todo, que haya artistas que superen los estrechos límites de la tribu".

El debate está abierto y encendido. Ricardo Menéndez Salmón, que en su última novela, Medusa, retrataba a Prohaska, artista que fotografió el horror nazi, sabe bien que no nos hallamos ante una paradoja exclusiva de nuestro tiempo, ya que "todo arte seminal nace matando al padre. Además, desconfío del progreso del arte en términos de novedad o catástrofe. La historia del arte es una espiral: los desplazamientos de perspectiva en los bajorrelieves egipcios preparando el cubismo; los dibujos de flores de Cnosos anticipando el Jugendstil vienés."

Apariencia y mercancía

Novedades o no, lo cierto es que antiguamente el arte servía para trasmitir valores religiosos, políticos, sociales y culturales a una inmensa mayoría de la humanidad casi analfabeta que sabía "leer" en esos cuadros la realidad que le imponían. Hoy parece que los valores han desaparecido y no faltan quienes aseguran que en el arte actual abundan valores reconocidos y cotizados que en realidad son producto de la publicidad. Y aquí sí se produce cierta unanimidad: Sánchez Robayna, por ejemplo, asegura que casos como el de Damien Hirst no se darían "si el mercado del arte no estuviera pervertido desde su misma raíz por los desmanes de la publicidad" y Verdú confirma que "el arte se ha fundido con la creatividad publicitaria y en la sociedad mediática, tanto lo bueno como lo malo, es un asunto de la publicidad. Se trate del MOMA o de la Tate".

D'Ors, que acaba de publicar una apasionante Biografía del Silencio, niega la mayor al afirmar que hoy el arte "no transmite valores que ya existen no se sabe dónde, sino que los crea. Los valores son la quintaesencia teórica del arte. Cuando degenera en mercancía, además, el arte sólo tiene de arte la apariencia". En la misma línea, Gómez de Liaño confirma que el arte sigue transmitiendo valores, pero que "lo malo está en que la publicidad comercial suele poner los valores estéticos al servicio de cosas que en realidad no valen nada". Y Menéndez Salmón va más allá, porque piensa que una cosa es aceptar "cierta autocomplacencia evidente, ese gesto cínico que contempla el arte al final de todos los caminos, y otra asumir el discurso apocalíptico de ‘el arte ha muerto'". Vamos, que existen artistas contemporáneos comprometidos con una tradición "fuerte: política, incómoda, hostil al poder y sus discursos" y menciona a Bourgeois y Spero.

Aprender a mirar

La siguiente cuestión es inevitable: si en el arte actual manda la publicidad y los valores estéticos están en cuestión, ¿es posible formar al público, al espectador? ¿se puede enseñar a mirar? Gómez de Liaño tiene claro que a mirar "se enseña mirando", pero que hay que conocer bien la historia del arte y frecuentar las obras de esa clase "para poder juzgarlas" ya que "el juicio estético se afina gracias a una combinación de atención, rigor, libertad de espíritu y consideración hacia lo artísticamente superior". Pablo d'Ors asegura que la formación "no sólo es posible, sino deseable: es una de las aspiraciones más nobles. A mirar se enseña recuperando la inocencia primordial, es decir, limpiándonos de prejuicios y precomprensiones. Persona madura no es la resabiada, sino quien ha sabido mantener y renovar la inocencia". Por su parte, Sánchez Robayna apuesta por el conocimiento y la disciplina, por educar el juicio crítico, "enseñando a distinguir entre arte e impostura. Para empezar, se podría enseñar a hacer algo que Eliot recomendaba en relación con la literatura: no creer demasiado en ‘artistas' de cuya muerte no hayan transcurrido cien años".

Parques temáticos

Para Menéndez Salmón, en cambio, el problema nos remite a un problema más vasto: la educación de la sensibilidad. "Los prejuicios y lugares comunes que el arte arrastra son los mismos que arrastra nuestra ignorancia en ciencia o filosofía. Y la ignorancia sólo se cura leyendo y mirando" O sea, que hay que leer a los maestros; hay que leer lo que han escrito sobre los maestros; y, sobre todo, "hay que mirar lo que los maestros han hecho sabiendo que su obra está inserta en una tradición que la dota de sentido y orienta en el tiempo. Se aprende a ‘mirar' leyendo a Matisse escribir sobre dibujo, pero también leyendo Rembrandt's eyes de Schama".

Y Verdú de nuevo es contundente. Para él los museos y algunas de sus exposiciones temporales "son parques temáticos. Una ciudad es tanto más atractiva cuando suma a sus encantos convencionales un museo, nuevo o no, de cuadros impresionistas puesto que el impresionismo se ha convertido en el lugar común de la cultura para la gente del tour operator".

Se da la paradoja de que de los cinco intelectuales consultados, sólo tres hablan de ARCO con naturalidad, aunque hace tiempo que ninguno frecuenta la Feria. Así, Gómez de Liaño recuerda que acudió alas primeras ediciones, y "ahora de vez en cuando", aunque no se suele perder "las otras ferias de arte contemporáneo". También Sánchez Robayna fue en los 80, pero "hace ya muchos años que dejé de hacerlo: me molestaba cada vez más el arte ofrecido como mercancía, como puro producto de mercado". Y d'Ors renunció al descubrir que sólo le gustaban los Picasso, Mondrian,o Miró que de vez en cuando allí se exponían, y que "para ver esos pocos cuadros no era preciso acudir a esa feria".

Éxito y popularidad

A vueltas con la fama que parece mover el arte más actual, hay quien sostiene, como Robayna, que la popularidad es casi siempre sinónimo de éxito, aunque no lo sea de calidad cuando hablamos de pintura y de Ferias. Porque hoy ser popular, como lo fuera Picasso, es -destaca Verdú- "la máxima aspiración económica, sexual y social, de todo artista (y del no artista). Las celebraciones póstumas son un fúnebre asunto de herederos y buitres. El artista muere con su fracaso y vive con su éxito. Lo demás es literatura". Para D'Ors, en cambio, el éxito o la popularidad, no son criterios adecuados para valorar si una vida ha sido lograda o no, ya que "detrás del afán de notoriedad y de la búsqueda de reconocimiento, que tanto caracterizan al hombre de hoy, hay dos cánceres, a cual peor: la presión del rendimiento y la comparación con los demás". Aunque quizá, plantea, la pregunta sea otra: "cómo una obra o un artista llegan a ser populares. Es decir: por qué Lucian Freud es popular y Stanley Spencer no lo es".

Pero cambiamos de tercio. Hemingway escribió, en un fragmento eliminado de su relato El gran río de los dos corazones, que le hubiese gustado escribir como pintaba Cézanne, que " empezaba por emplear todos los trucos. Luego lo descomponía todo y construía la obra de verdad. Era un infierno...". Nuestros invitados aceptan el reto y se imaginan como pintores y cuadros:

Si fuera un cuadro o un autor

-Ricardo Menéndez Salmón: Hubiese querido ser Schiele. Es perturbador y muy bello a la vez. Así me gusta que se piense en mi escritura.
-Ignacio Gómez de Liaño: En mis momentos domésticos La familia del infante don Luis, de Goya; en los metafísicos, El jardín de las delicias, de El Bosco.
-Andrés Sánchez Robayna: Habría querido ser, por ejemplo, Klee, por su alianza de imaginación y rigor. Entre los pintores que he conocido personalmente, Antoni Tàpies, por su "descubrimiento" de lo real. No es extraño que los dos hayan sido también escritores.
-Pablo d'Ors: No sé si lo habría sido, pero me habría gustado ser Paul Klee, sin ninguna duda. ¿El cuadro? El equilibrista. ¿Por qué? Porque ese es mi papel en el mundo: siempre entre dos abismos: el cielo y la tierra, lo carnal y lo espiritual, la vida y la muerte, el arte y la religión.
-Vicente Verdú: Desde antes de ponerme a pintar asiduamente me gustó Kandinsky en sus libros más populares (De lo espiritual en el arte o Punto y línea sobre el plano) y después admiré varias de sus Impresiones o Improvisaciones, entre las que elegiría la Impresión V presente en el Pompidou o Improvisación IV en la Städitche Galerie de Munich. Pero también la Thyssen posee un cuadro fascinante, Pintura con tres manchas, 196. Cualquiera de ellas es buena para cohabitar con su argumento.