Image: Daniela Astor y la caja negra

Image: Daniela Astor y la caja negra

Letras

Daniela Astor y la caja negra

Marta Sanz reflexiona sobre el destape y la liberación de las mujeres

8 mayo, 2013 02:00

Marta Sanz

El desnudo femenino como objeto de consumo. María José Cantudo y Marisol como Dios las trajo al mundo. El destape se abre paso mientras Catalina, aún inocente, lee revistas del corazón y juega con su mejor amiga a convertirse en Daniela Astor y Gloria Adriano, actrices ambas que ya comienzan a despuntar como estereotipo, y no precisamente de las mujeres que rodean a las dos chicas. En 'Daniela Astor y la caja negra' (Anagrama), Marta Sanz se plantea los límites del pudor y reflexiona sobre la liberación de las mujeres, con una mezcla entre la primera persona y el falso documental.

A continuación se pueden leer las primeras páginas de 'Daniela Astor y la caja negra'.


Me llamo Catalina Hernández Griñán. Tengo doce años.

Mi madre es de pueblo. No me gusta el pescado frito. Como pollo y migotes. Estoy flacucha. Saco muy buenas notas. Mi color preferido es el verde esmeralda. Mi chica más guapa del mundo es Amparo Muñoz.

- ¿A quién prefieres, a Blanca Estrada o a Susana Estrada?

Las mujeres de nuestro mundo son la combinación de un nombre y un apellido: Susana Estrada, Blanca Estrada, Rocío Dúrcal, Mónica Randall, Silvia Tortosa.

- ¿Qué nombre te gusta más, Silviatortosa o Rociodúrcal?

En la leonera me llamo Daniela Astor.

- ¿Daniela o Gabriela?

- Daniela Astor.

Tengo veintitrés años. Nací en Roma. Mis medidas son 90-60-90. Soy rubia natural. Llevo pestañas postizas y tengo un lunar sobre el carnoso labio superior. Mis ojos son de color violeta.

- ¿Violeta o azul?

- Violeta. Definitivamente, violeta.

Hablo tres idiomas, aunque dos de ellos los hablo mal, y esa imperfección convierte mi acento en gracioso y atractivo. Sé conducir. Tengo un coche descapotable y un apartamento enmoquetado con un gran vestidor de paredes tapizadas en raso azul. Luz tenue. En una esquina del salón hay una barra de bar y unos taburetes. El alcohol no me afecta. Desprendo un aroma magnético que hace que los hombres se queden prendidos a mis curvas, pero también a mis ángulos. Ésa es la gracia. Hago películas. Mi cama tiene dosel. Guardo secretos. Me desnudo por exigencias del guión. Me encanta esquiar en los Alpes.

- ¿Los Apeninos o Los Andes?

- ¡Los Alpes! Te he dicho que los Alpes.

Y los ascensores. Me encantan los ascensores. Sobre todo los que suben a la azotea de los rascacielos como una vena exterior sobre la musculatura del edificio. Tengo un perro que se llama Bob en homenaje a Bob Niko, bailarín del ballet Zoom, con quien tantas veces he compartido plató y escenario. Veo su melena que sube y baja como una peluca traslúcida con la luz de los focos. Puedo asegurar que, en el siglo xxi, Bob será un hombre ya completamente calvo. Un magnate me ha pedido en matrimonio, pero yo aún quiero disfrutar de la vida. Tengo una aventura con un poeta autodestructivo que quizá sea mi amor verdadero. Sólo por él afloran mis lágrimas. No se las merece. Tengo otro amor secreto cuya identidad aún no puedo desvelar. Les pido un poco de paciencia a los chicos de la prensa que están esperando una exclusiva. La exclusiva llegará antes de lo que esperan.

Aunque parezco otra persona, con la cara lavada estoy igual de guapa que cuando me pinto para salir a tomar un cóctel y me pongo vestidos negros con la espalda al aire cuyo escote me llega casi, casi hasta la rajita del culo. Casi es una palabra muy importante en mi vocabulario. A menudo uso pendientes colgantes y me descubro la nuca. Me recojo la melena en un moñete que deja a la vista las concavidades de ese punto desde el que, como un río, nace un blanco cuello de cisne que desemboca en el cráneo. Son concavidades sexy.

- ¿Muslo o pechuga?

- Pechuga. A la plancha, garçon.

Soy muy amiga de mis amigas. Estoy enamorada del amor. Siempre acompañan mis pasos canciones del hilo musical o de anuncios de perfumes.

- ¿Nardos o jazmines?

- Rosas, querida, siempre rosas.

Daba-daba-da. Estoy fotografiada en color: no me puedes soñar en blanco y negro. Los hombres se desmayan a mi paso. Mi plato preferido es el caviar. Presento un programa de variedades en la primera cadena de televisión. Ahora mismo llevo una minifalda, botas que me llegan a mitad del muslo, un abrigo de zorro rojo, una blusa semiabierta que insinúa la redondez de mi pecho, no demasiado voluminoso, nada desprendido y perfectamente ubicado, una manzanita pink lady. La justa abertura de mi escote, ni poco ni mucho, casi revela la calidad de mi lencería.

- ¿Pink lady o Golden?

- La Golden es para las tartas. No seas pesada.

Colón descubre América en 1492 y Guillermina Ruiz Doménech es Miss España en 1977 y finalista de Miss Universo. Pero en el primer certamen yo soy nombrada Miss Simpatía, Miss Elegancia y Miss Fotogenia, y los hombres del público, indignados, gritan: «¡Tongo, tongo!» Esto sucede porque las mujeres me suelen odiar a causa de los celos. No importa. Tengo buen perder. En el filtro de los cigarrillos que fumo siempre queda un cerco untuoso de carmín rosado. La huella de mi boca es la promesa de ese beso del que todos querrían disfrutar. Yo lo guardo para los hombres especiales.

- ¿Rubio o negro?

Mi mejor amiga se llama Angélica. Pregunta mucho. Sus preguntas siempre tienen dos miembros. Como las oraciones, las ecuaciones y las anatomías humanas: dos orejas, dos manos, dos pies, dos agujeros de la nariz. A Angélica le gusta el orden y duda constantemente. Quizá eso le ocurre porque sus padres son intelectuales. También va a un colegio público porque sus padres son intelectuales. Viven en mi barrio por la misma razón. Es como si sus padres se estuvieran castigando por cometer un delito que ni Angélica ni yo podemos adivinar. Yo no entiendo nada y ella todavía menos. El padre de Angélica es propietario de una editorial, pero ella no es buena estudiante. Su madre da clases de sociología en la universidad. Su color preferido es el fucsia, quizá el malva o el lila. Su chica más guapa del mundo es Blanca Estrada.

- ¿Blanca o Susana?

- Blanca, Blanca.

En la leonera, Angélica, mi mejor amiga, se llama Gloria Adriano. Estudió en el liceo francés. Es la hija única de una familia muy adinerada. Una rebelde. Tiene veinticinco años y hace dos vivió en una comuna hippie y viajó por toda Europa. Sus amigos fuman en pipa. Algunas veces a Gloria Adriano se le va la cabeza y no puede acordarse de qué hizo la noche anterior. Entonces enreda el ensortijado pelo caoba entre los dedos finos y hace un esfuerzo por recordar. Pero no lo consigue. Tiene varios amantes. No ama a ninguno, porque, en el fondo, Gloria Adriano espera a su príncipe azul y sabe que ésta es una etapa, tan pasajera como insustituible, de su vida. Con el paso de los años será una mujer intensa y cargada de secretos que deberá guardar celosamente si no quiere perder su reputación.

Los amigos de Gloria Adriano son estudiantes de antropología, oyentes de la escuela de cine, directores de escena, prometedores escritores, dueños de locales nocturnos, que admiran a Gloria por su belleza y por su libertad. La nombran musa. Gloria y yo nos conocemos en un casting. Soy yo quien obtiene el papel, pero Gloria no se pone celosa. Entre nosotras no caben los sentimientos mezquinos. Hemos prometido - incluso hemos jurado con gotas de sangre - que jamás nos pelearemos por un hombre. Que ningún hombre nos podrá separar jamás. Gloria Adriano conserva en el refajo del corazón el deseo de volver a casa. No a la casa de sus padres, sino a un hogar fundado por ella, que no sea la casa de sus padres pero que se le parezca mucho. Gloria, que se cree más moderna que yo, es mucho más conservadora. No se lo voy a decir. Gloria Adriano quiere volver a casa cuando esté aburrida. Fatigada después de haber triunfado. Llena de satisfacciones y experiencias. Dentro de un tiempo, pero no demasiado tarde.

Le tiendo a Angélica el papelajo que he escrito. Naturalmente, algunas cosas me las he guardado para mí:

- ¿Te parece bien?

Ella mueve la cabeza abajo y arriba. Después, Gloria y yo, con los labios pintados, besamos la página. Es una rúbrica. Cuando oímos que mis padres abren la puerta de la calle, escondemos el papelucho entre el colchón y la cama. Tenemos doce años, estamos solas en casa como todas las tardes y en mi cuarto suena una emisora musical ininterrumpidamente. Tenemos doce años y nuestros sueños son una auténtica mierda.

Al mirar el papelucho, certifico, sin embargo, que mi caligrafía de entonces era un auténtico primor.