Margaret MacMillan
1914 nos enseñó que no hay que esperar a la guerra para construir la paz
29 noviembre, 2013 01:00"Las luces se apagan en toda Europa. No volveremos a verlas encendidas antes de morir", exclamó Edward Grey, ministro de Exteriores inglés, mientras contemplaba Whitehall la noche del 3 de agosto de 1914 en que Gran Bretaña y Alemania entraron en guerra. Un conflicto devastador iba a liquidar a veinte millones de personas, a borrar imperios del mapa y a poner punto final a la hegemonía europea. La historiadora canadiense Margaret MacMillan ha logrado con '1914. De la paz a la guerra' (Turner, 2013) la crónica definitiva sobre los orígenes de la contienda
En su reciente 14 (Anagrama, 2013), el novelista francés Jean Echenoz relata el día en que movilizan a su protagonista junto al resto de los jóvenes de Francia. A Anthime lo que más le fastidia es que la guerra estalle en sábado, pero tampoco demasiado porque "será cosa de quince días como mucho". Aquellos quince días se convirtieron en cuatro años, veinte millones de muertos y otros tantos heridos y mutilados, la más gigantesca carnicería ejecutada hasta la fecha sobre la faz de la Tierra. Una degollina que se llevó por delante todo un próspero y pacífico mundo. ¿Cómo pudo Europa hacerse eso a sí misma?Margaret MacMillan (Toronto, 1943), de la Universidad de Oxford, es una de las mayores autoridades mundiales en la Primera Guerra Mundial, a la que ha dedicado dos décadas de estudio. En 2002 ganó el premio Samuel Johnson por París 1919: seis meses que cambiaron el mundo, sobre las consecuencias de la contienda. Ahora, en 1914. De la paz a la guerra, se centra en el apasionante misterio de los orígenes. Porque Europa sumaba cien años de paz y vivía esa era inédita de progreso y bienestar que tan bien describió Stefan Zweig como el mundo de ayer. Un mundo que en 1914 quedó reducido a cenizas.
-La idea de una época de paz, progreso y tranquilidad previa a la Gran Guerra, ¿es real?
-Zweig también la llamó la Edad de Oro de la Seguridad y la descripción es en gran parte cierta. Europa vivió un siglo extraordinariamente pacífico desde el fin de las guerras napoleónicas a la Primera Guerra Mundial. Es cierto que hubo conflictos en Crimea, entre Austria-Hungría y Prusia o entre Prusia y Francia, así como guerras coloniales, pero la mayoría de los europeos no experimentó la guerra de primera mano. Y cuando llegaba era corta y decisiva.
-Pero, de repente, aquella Europa se despeña hacia la Guerra. ¿Qué ocurrió?
-No fue tan repentino. Las tensiones se habían ido acumulando en Europa desde antes de 1914: la rivalidad intensificada entre los poderes, el crecimiento de un sistema de alianzas que dividía el continente en dos partes, la planificación militar, que contaba con librar guerras ofensivas, y la carrera armamentística. Fuerzas como el nacionalismo, el miedo al terrorismo y a la revolución o el militarismo añadieron inquietud. Algunos incluso la recibieron con los brazos abiertos por la posibilidad que implicaba de limpiar la atmósfera o quizá contribuir a la unidad de la nación.
-Uno de las tesis de su libro es que las causas de la Primera Guerra Mundial son mucho más discutibles que las de la Segunda, en la que los "malos" (los nazis) están claros.
-Los historiadores suelen coincidir en que la guerra estalló en 1939 porque los jugadores -sobre todo la Alemania nazi- buscaban cambiar el sistema internacional en su favor. Y los japoneses atacaron Estados Unidos en 1941 porque los militares que gobernaban Japón no veían otra forma de asegurar su dominio en Asia. Por el contrario, la Primera Guerra Mundial ofrece muchas causas posibles, pero no son claras y no hay acuerdo entre los historiadores acerca de cuáles fueron los factores más importantes que condujeron al estallido. En cualquier caso, nuestro trabajo no debe ser tanto buscar culpables como tratar de entender lo que pasó.
-¿Y la responsabilidadad que se le adjudica al dirigente alemán, ese rubio y un tanto botarate káiser Guillermo al que describe con tanto detalle?
-Pues fíjese, el káiser era un hombre complicado que probablemente quería la paz más de lo que quería la guerra. En varias ocasiones antes de 1914 se había posicionado en el lado de la paz y aceptado el compromiso de poner fin a los conflictos internacionales. Su problema era que hablaba más de la cuenta, a menudo con beligerancia..., y el mundo se quedó con la impresión de que era un belicista.
-En enero de 1914, un alemán, un inglés o un ruso, ¿pensaban que la paz podía salvarse?
-¿Enero? Todavía en julio de 1914 los europeos pensaban que la guerra era poco probable. O imposible. Y cuando el asesinato del archiduque desencadenó la crisis, siguieron creyendo que todo se resolvería pacíficamente como había ocurrido hasta entonces. Lo que propició una peligrosa complacencia.
Asesinato en Sarajevo
Ataque de los soldados franceses en los primeros compases de la Gran Guerra
-El nacionalismo fue entonces uno de los más encarnizados asesinos de la paz. ¿Y hoy?
-El nacionalismo sigue siendo una fuerza destructiva en el mundo. Ya vimos lo que sucedió en los Balcanes durante la década de 1990 o los problemas que está causando hoy entre Ucrania y Rusia, o entre China y Japón.
-La otra gran fuerza en 1914 la constituía el movimiento obrero que, sin embargo, pareció diluirse en la batalla. ¿La nación demostró ser más fuerte que la clase?
-En 1914, el estallido devolvió la unidad a la sociedad. Los franceses, por ejemplo, clamaban por la Unión Sagrada, y los alemanes por el Burgfrieden. Los socialistas votaban a favor de los créditos de guerra y hombres de todas clases se encontraban en los ejércitos. Las diferencias regresaron cuando la guerra se prolongó.
-Incluso en la catástrofe se obtienen pequeñas victorias. ¿A quién benefició la guerra?
-Muy pocas personas se benefician de algo tan terrible. Bien es cierto que en 1918 la mano de obra y las mujeres de varios países se encontraron con que su posición había mejorado. Los gobiernos asumieron que debían ofrecer más beneficios sociales y dar a las mujeres el voto en reconocimiento a su contribución al esfuerzo de guerra.
-En 1914 el Premio Nobel de la Paz fue cancelado. ¿A quién se lo hubiera dado?
-Se lo merecía el gran socialista francés Jean Jaurès, que trabajó incansablemente por la paz hasta el último momento en que fue asesinado. Una de las cosas que más me sorprendió en mis investigaciones fue la fortaleza de las fuerzas de paz europeas antes de 1914. Existió un gran movimiento por la paz formado por las clases medias y por los socialistas. Por otra parte, el Arbitraje se utilizaba cada vez más para resolver los conflictos entre naciones. De los 300 arbitrajes entre 1815 y 1914, más de la mitad se fraguaron tras 1890 y dos grandes conferencias de desarme se celebraron en La Haya.
Lecciones y advertencias
-Tanto en la paz como a la guerra, ¿cuáles son las lecciones de 1914 que podrían aplicarse al presente?-Nunca hay lecciones claras en la historia, sólo ejemplos y advertencias útiles. Las circunstancias son tan diferentes según la época que no debemos esperar que los acontecimientos se repitan. La historia no es como un experimento en un laboratorio en el que todas las condiciones se pueden reproducir. Pero una cosa que 1914 sí puede hacer es prevenirnos contra la idea de que los expertos siempre tienen la razón. El militar, por ejemplo, estaba seguro de que podía llevar a la práctica la teoría de una guerra corta y decisiva y demostró estar muy equivocado. Lo ocurrido en 1914 también nos puede servir para recordar lo importante que es construir la paz con organizaciones internacionales fuertes en tiempos de paz, y no esperar hasta que irrumpa la guerra.