Thomas Bernhard, un artista marcado por el destino
Thomas Bernhard
Un 12 de febrero de hace 25 años moría en Austria el escritor y dramaturgo, uno de los grandes de la novela europea.
Explicar que Bernhard es uno de los grandes de la novela europea de los últimos cincuenta años dice mucho, pero explica poco. Corremos el peligro de suponerlo un escritor modernista. Por el contrario, hay que pensarlo junto a escritores como Franz Kafka, de esos artistas en que la biografía y la fisiología, el propio cuerpo, marcan su trayectoria literaria. La sombra que arrojó sobre su existencia el hecho de que su madre Herta, madre soltera, fuera a Heerlen, un pueblo holandés, a dar a luz, y que luego, educado bajo la tutela de sus abuelos, pasara tiempo en instituciones sociales y colegios donde el cuerpo y el alma de los niños jamás salen sin profundas cicatrices. Las dejadas en su cuerpo se revelaron en unos pulmones débiles y las de la conciencia en su descontento y rechazo de las convenciones.
La música producida por el estilo de Berhard consiguió la genialidad de convertir el sentimiento en un compromiso social, a diferencia de la escrita por los compositores de valses dulzones, que únicamente suscitan sentimientos comunes exentos de compromiso.
Bernhard murió en Austria el 12 de febrero de 1989, dejando tras de sí una obra considerable que incluye 19 novelas, 17 obras teatrales y otros tantos libros breves o autobiográficos. En su calidad de testigo de la historia reciente y de su país, su saga autobiográfica (El origen, El sótano, El aliento, El frío y Un niño) aproxima a la realidad del ser humano doliente y hermético que analiza sin piedad el mundo que le ha tocado vivir.
De su obra narrativa cabe destacar Helada (1964); Trastorno (1967), donde un médico y su hijo visitan a los enfermos de los pueblos de un valle descubriendo en sus enfermedades no sólo las físicas, sino también las morales y sociales; La calera (1970), en la que un marido obsesionado por el estudio del oído humano asesina a su esposa paralítica, con la que vive aislado en un caserón perdido; Corrección (1975) probablemente la más celebrada, que indaga sobre los motivos del suicidio de un arquitecto atacado por un incurable perfeccionismo y autor de una estructura en forma de cono aislada en la mitad de un bosque; El malogrado (1983), centrada en el fracaso de un estudiante de piano en contacto con un genio, todo un estudio sobre las limitaciones humanas, y Maestros antiguos (1985).
Perteneciente al llamado Teatro de la Nueva Subjetividad (caracterizado por sus irónicos monólogos), sus textos dramáticos más conocidos son El ignorante y el demente (1972), La partida de caza (1974), La fuerza de la costumbre (1974) y El reformador del mundo (1979). En todas explora el tema del absurdo en la vida y los sentimientos humanos.