Las mil y una noches
Anónimo
28 noviembre, 2014 01:00Las mil y una noches (1824) según el pintor Paul Emile Destouches
Hay lectores en nuestros días que van sobre seguro, cuando tienden a leer o a releer las obras de siempre. Una buena opción al respecto nos la ofrecen las últimas publicaciones de la editorial Atalanta. En determinados casos, no sólo se apuesta por títulos de siempre sino que se aporta la novedad de ofrecernos ediciones completas, directamente traducidas y puestas al día. De ello pueden ser ejemplo los dos volúmenes de La historia de Genji, de Murasaki Shikibu y los otros dos de La decadencia y caída del imperio romano, de Edward Gibbon y de la Historia de mi vida, de Giacomo Casanova. A estos hitos se añade ahora la edición completa, en tres volúmenes, de un clásico entre los clásicos, Las mil y una noches, una obra que casi siempre se nos ha ofrecido ampliamente mutilada o en versiones de versiones. A ello han contribuido innumerables ediciones infantiles y juveniles, que habiendo cumplido la honrosa misión de avivar la memoria lectora de nuestros primeros años, no por ello han dejado de suscitarnos la duda de cómo era el original de una obra tan extensa y original.A veces, han sido las ediciones parciales - "las mil y una traducciones" de que se nos habla en el prólogo- las que nos impresionaban con sus vistosas ilustraciones. Pienso ahora, por señalar un lujoso y relevante ejemplo, en Las mil y una noches. Cuentos árabes, traducidas del árabe al alemán por Gustavo Weil y, a su vez, traducida luego al español por "reputados traductores" (Montaner y Simón, 1914). Otra traducción al italiano, la de Francesco Gabrieli, nos ha acompañado también en nuestra biblioteca. En ambos casos, el lector se sumerge en un vistoso mundo en el que poco importaba el rigor o la extensión del texto traducido. Lo importante es que la obra, aun desde su parcialidad, está en nuestra remota memoria lectora con sus inolvidables personajes: Sahrazad, la hija mayor del rey Sahzamán, Simbad (el marino), Aladino (y su lámpara maravillosa), Alí Baba (y los cuarenta ladrones), Maruf el zapatero...
Estos personajes -verdaderos arquetipos- nos conducen a la consideración de que tradicionalmente no nos hemos encontrado los lectores con una obra única y extensa, deliciosamente entramada, sino ante una sucesión de relatos (cuentos, decimos a la ligera), que son los que recuerdan los lectores de una manera autónoma. Por ello, estamos ante una obra presente, de manera tan viva, en nuestra memoria lectora, pues ofrece ese cruce jugoso en que el cuento revela lo legendario, lo arquetípico y lo eterno; es decir, algo que a todos nos conmueve porque a todos nos afecta. A ese interés confluente hace referencia la cita del Zadig de Voltaire: "Cómo es posible", dijo el sabio Oulong, "que prefieran estos cuentos de Las mil y una noches, que no tienen ni pies ni cabeza y que no significan nada?" "Precisamente por esto nos gustan tanto", le contestaron las sultanas. La preferencia del racionalista Voltaire por esta obra -envuelta en genios y duendes- responde a un interés desmedido por la obra que invadió la Francia del XVIII. "Compendio de anécdotas orientales", "cuentos árabes", "persas", "hindúes" o incluso "tunecinos" o "sirios" pues en algunos de estos territorios se fijan las primeras ediciones completas (Calcuta, 1814-1818 y El Cairo, 1835).
He aquí la edición completa, en traducción directa, de un clásico entre los clásicos que casi siempre se nos ha ofrecido mutilado
De Extremo Oriente al norte de África se fueron prodigando las ediciones, que nacían como partes desgajadas, autónomas en sus relatos más señeros. No siempre se le ofrecían al lector en su hermosa unidad, como ahora sucede en esta edición que comentamos. Ya en Occidente, el libro desencadenó enseguida versiones pictóricas, musicales, cinematográficas, que intensificaban las historias sumergiéndonos en los ensueños de las noches orientales. Hablar de arquetipos, al referirnos al contenido de los relatos, nos llevan a ese Oriente universalizado en donde aparece lo egipcio, lo hindú, lo árabe-islámico, lo persa, las resonancias judías e incluso chinas.
Había un depósito de relatos remotos que fueron conformándose oralmente (como en el arranque mismo del libro) en obra mayor. Constituyen, sin embargo, las culturas musulmana e india el sustrato predominante en estas historias amenas y engañosamente ligeras, brotadas de la naturalidad del pueblo, que las ha transmitido, pero a la vez depósito de una eterna sabiduría. Este sentido de universalidad nos lleva a considerar que Las mil y una noche es fuente de no pocas materias de conocimiento: la etnografía y el folklore, la historia y las jugosas fantasías de la intrahistoria, la psicología y las religiones y, por supuesto, de lo estrictamente literario. El lector español encontrará en esta bella edición de Atalanta, y concretamente en el muy preciso estudio previo de Manuel Forcano, las claves fundamentadas del texto. Como "salvavidas literario" es considerada por Forcano esta obra; expresión que nos lleva directamente a ese sentido de universalidad que hemos venido destacando. No sólo estamos ante una obra para todos sino que además se nos ofrece con humor, amenidad, fino erotismo, ingenio y una naturalidad apegada siempre a la vida de urbes populosas, aldeas y campos, pero a la vez impregnada por lo que, a la ligera, consideramos irreal o fantástico.
El arranque del libro (¿el primer cuento dentro del conjunto?) que da lugar al entramado de las mil y una noches, nos lo resume así Forcano: un "iracundo sultán", "desencantado de la infidelidad de las mujeres, ha decidido casarse cada día con una muchacha virgen y matarla después de haberla poseído la noche de bodas. Sahrazad, para evitar la muerte, lo embelesa todas las noches con una historia larga y cautivadora, que al alba deja inconclusa en su punto culminante, para de este modo tener que proseguir el relato por lo menos una noche más". Así se van prolongando los relatos, en mil y una noches, hasta que Sahrazad salva su vida. Este inicio ya es un cuento entre cuentos. Luego, "como en un juego de muñecas rusas", los relatos se suceden entrelazados, sostenidos en ricas y variadas tradiciones, y depurados con palabras que se han ido decantando en el tiempo. Como "historias peregrinas y fábulas" las considera el anónimo recopilador "en el nombre de Alá clemente y misericordioso". Hay este guiño inicial y preventivo al más allá, pero lo cierto es que la vida realísima y los no menos realísimos personajes son los protagonistas. El tiempo fue decantando historias "peregrinas", como el grano se separa de la paja, para disfrute y goce de un lector perenne. Por otra parte, como en el género poético, se pueden abrir estos tres volúmenes por cualquiera de su partes para abordar placenteramente los distintos capítulos o cuentos. Prueba ésta que pocas obras resisten, pero que aquí se logra gracias a ese don poderoso que es la imaginación popular. El autor o autores sólo son los transmisores -geniales, eso sí- de la misma.
Es muy importante destacar la cuidadísima traducción de Gutiérrez-Larraya y Leonor Martínez, que nos sumerge en una atmósfera de claridad, veracidad y realismo que nos permite pensar que el texto que se nos ofrece es algo más que una completa, literal y digna traducción. Me refiero a que el espíritu de los relatos -algo primordial al traducir- queda aquí siempre a salvo.