Gustavo Martín Garzo: "Solo la gran literatura se atreve con la cara oculta de la realidad"
El escritor publica Donde no estás, una novela de secretos familiares que aborda temas universales como el amor, el deseo, la memoria y la muerte
30 enero, 2015 01:00Gustavo Martín Garzo
El amor, el deseo, la culpa, la memoria, el olvido, lo prohibido, lo secreto, la luz y la oscuridad, la muerte. Todo lo que le importa al ser humano y, por ende, a la literatura, está en Donde no estás (Destino), la última novela de Gustavo Martín Garzo. Con esta historia, el escritor vallisoletano ha querido "penetrar en el lado oculto de las cosas, en la cara menos visible de la realidad". Para ello, nos enfrenta a una trama con forma de rompecabezas, agujereada por misterios, secretos familiares y ausencias.La encargada de rellenar esos huecos es Ana, una adolescente que en los años sesenta viaja por primera vez al pueblo de su familia, Villalba de los Alcores (Valladolid), tras la muerte de su madre. Allí conocerá la poderosa personalidad de su abuela, antigua figura de autoridad en el pueblo. Su devastada memoria vomita de vez en cuando verdades ocultas que huelen a polvo y remordimiento, a tragedias que tienen que ver con la historia silente del lugar y las atrocidades que se cometieron allí durante la Guerra Civil. "La misión del novelista -dice el autor al respecto- es contar lo que no cuenta el historiador: lo que los hechos producen en el alma de quienes los vivieron, y las fabulaciones, mentiras y disparates que generan. La realidad es una capa muy frágil, levísima. Un velo pintado, como escribió Shelley en su célebre poema, que puede resquebrajarse por hechos incluso mínimos, por una pasión intensa, por la locura o por la muerte".
Ana también tendrá que averiguar por qué las mujeres del pueblo se refieren a su madre como "la amiga de la loca", o por qué dentro de la casa de su abuela hay otra casa secreta, compuesta por galerías subterráneas y falsos espejos. "Antes todo se mezclaba en las casas. En una habitación moría una persona y luego nacía un niño, se refugiaba una loca, como en Jane Eyre, o se encontraban dos novios por primera vez. Todas las casas siguen teniendo, al menos simbólicamente, una habitación cerrada que tiene que ver con la desgracia. Ese es el mundo que debe explorar la literatura. Solo la gran literatura se atreve a entrar en esos terrenos resbaladizos de la realidad".
Por si esto fuera poco, Ana debe lidiar con el mayor de todos los misterios: averigüar quién es la enigmática señora que se aparece cada noche a los pies de su cama, flotando sobre las cosas. "Se podría decir -arguye el autor- que la literatura de fantasmas tenía sentido en el siglo XIX y que no le dice nada al hombre contemporáneo, que le ha dado la espalda a los muertos. Sin embargo, el fantasma es una manera simbólica de hacer que el mundo de los muertos continúe a nuestro lado y mantengamos una relación con él. Por mucho que nos empeñemos en olvidarlos, los muertos siguen ahí".
La presencia de un fantasma encarna también lo incumplido, prosigue el autor. O, mejor dicho, "la vida desfigurada", expresión que usaba Walter Benjamin para describir a los personajes de Kafka. "Todos somos inquilinos de una vida desfigurada. Hay deformidades en nosotros mismos, jorobas, miembros rotos mal soldados y heridas sin cicatrizar, que representan lo que no hemos llegado a vivir".
La amiga de la madre de la protagonista, esa a la que llamaban "la loca", era un espíritu libre que ponía constantemente en evidencia las incoherencias de la doble moral de la posguerra, de la que acabó siendo víctima. "No han cambiado tanto las cosas. Por ejemplo, en el tema de la sexualidad, tenemos una sociedad más abierta y más libre, pero esto no quiere decir que no se generen monstruos en estas relaciones. Porque la sexualidad es muy complicada y extraña, por más que queramos decir que es algo natural y sencillo. Siempre es un foco de problemas, de perturbaciones. Los amantes siempre convocan a los ogros de alguna forma".
Martín Garzo no sólo entrelaza todos los misterios presentes en la novela, sino que además emplea distintas voces narrativas para abordarlos de forma fragmentada y no lineal, manteniendo la tensión del relato. Ana arma el puzle familiar con las piezas que consigue sonsacarle a su tía Joaquina, a su abuela y a Fernanda, criada de la familia, además de las que obtiene siguiendo su propia intuición.
Todo termina de encajar cuando descubre un diario póstumo de su madre, que se muestra íntegramente al lector en la segunda parte del libro y en el que le confiesa la verdad sobre la desaparición de su padre, voluntario de la División Azul, sobre su amiga "la loca" y los demás secretos que encierra aquella casa. "La madre habla en este cuaderno de todo lo que habitualmente callamos", explica el autor de El lenguaje de las fuentes, obra con el que ganó en 1994 el Premio Nacional de Narrativa. "Nuestra vida está llena de pequeños secretos, de cosas que no confesamos ni a los más íntimos, zonas en las que no dejamos entrar absolutamente a nadie". Esto pasa, opina el escritor, entre padres e hijos y en las relaciones amorosas. "Uno siente curiosidad por conocer la vida anterior de la pareja o de sus padres, pero al mismo tiempo tiene miedo de descubrir algo que no pueda asimilar y cambie por completo la relación. De todo ese mundo de secretos es de lo que trata esta novela".