David Grossman: "El lenguaje es la marca más íntima y única de nuestra alma"
David Grossman.
El escritor participa en el Festival Kosmópolis de Barcelona, donde, además de presentar Gran Cabaret (Lumen), charla con Carles Torner llamado Ambiciones paralelas en el que ambos explorarán la herencia del escritor alemán W. G. Sebald.
Aprovechando la coyuntura David Grossman (Jerusalén, 1954), escritor, articulista, ensayista y nombre imprescindible entre los candidatos al Premio Nobel, aprovechó ayer para presentar su última novela, Gran Cabaret (Lumen) en una rueda de prensa. Grossman, que es además un pacifista convencido y comprometido, intentó soslayar durante todo el encuentro con nosotros, los periodistas, las preguntas que se escapaban a los ejes puramente literarios, pero es que a todos nos resulta difícil enmarcar su obra en un espacio únicamente dedicado a la literatura y alejado del compromiso político y pacifista. Grossman, que apoyó a Israel durante la Segunda Guerra del Líbano, perdió a su hijo Uri, de veinte años y sargento de una unidad de tanques, en una operación de las FDI en el sur del Líbano durante 2006.
Ahora, nueve años después de ese trágico suceso que cambió su vida, ha decidido escribir, por primera vez, en clave de humor. Dova´le, el artista de cabaret que protagoniza su nueva novela, "encarna en sí mismo una metáfora de lo que es Israel hoy día (explica el autor), ya que de niño andaba al revés, sobre sus manos. Eso le permite tener una perspectiva diferente sobre las cosas, y ser más flexible y abierto. Dos cualidades muy importantes para afrontar las complejidades de un mundo como el actual. Israel está hoy en día atrapado en un punto de vista rígido y alejado de la realidad, el de Netanyahu. Él ha sido reelegido, pero lo cierto es que por fin empieza a haber gente allí que ve las cosas distintas y siente la necesidad de establecer un diálogo. La pena es que todavía no son suficientes como para formar un gobierno".
Ante la pregunta de a qué se debe este sorprendente cambio de tono, que le hace hablar desde un sentido del humor más burdo, evidente y grosero, Grossman afirma que con cada nuevo libro se enfrenta a un nuevo registro. "En realidad, siempre intento contar la misma historia pero relatada de manera diferente. Creo que un escritor debe reinventarse continuamente, e idear nuevas formas de expresarse y de dirigirse a los lectores. En este caso la historia que cuento es tormentosa, pero yo la relato desde el humor, que para mí representa la libertad y la flexibilidad. Es curioso como se presentan las ideas. En mi caso aparecen furtivas, veloces, como un rayo. Noto una emoción muy intensa seguida de un agradable calorcito. Y ahí hay una idea que empiezo a explorar".
Grossman empezó escribiendo literatura para niños y jóvenes y su primera novela para adultos fue La sonrisa del cordero (1983) que fue llevada al cine. Se confiesa enamorado de su patria, Israel, y de su ciudad natal, Jerusalén, dónde reside, y de la que afirma conocer de memoria todas sus callejuelas. "Y sí (afirma), los judíos somos gente emocionalmente muy intensa, y tenemos un sentido del humor muy especial. Cruel, patético, autocrítico y muy burlón, pero nunca cínico porque nuestra ironía se compromete con todo aquello de lo que se burla". Se identifica y se reconoce en ese protagonista sorprendente que ve la vida desde un ángulo distinto al de los demás, pero no sabe distinguir si es Dova´le el que se parece a Grossman o éste último el que se ha mimetizado con su protagonista. "Yo me convertí en mi protagonista cuándo empecé a escribir sobre él (explica). Lo maravilloso de la escritura es que te transforma en otros, porque cuando escribes siempre vives y experimentas más".
Y cierra su rueda de prensa con una deliciosa anécdota en la que aflora ese particular sentido del humor judío del que hace gala: "Hace años, cuando estaba escribiendo Gramática Interna, me ocurrió un episodio muy curioso, que me hizo reflexionar sobre eso que siempre se ha dicho acerca de que para describir o transmitir algo necesitas haberlo vivido en primera persona. Resulta que uno de mis personajes sufría un desmayo en el relato, y yo nunca había pasado por esa experiencia. Pregunté a mucha gente qué se sentía cuándo uno se desmayaba, cómo era eso de perder el mundo de vista y desaparecer de la conciencia durante un espacio de tiempo. Pero me costaba mucho explicarlo... En esos días fui al dentista a que me arreglaran una muela. En una de las sesiones no sé que me hizo el doctor que empecé a sudar, me quedé muy pálido y de repente ví encima de mí a dos enfermeras abanicándome y mojándome la frente con una compresa fría. Entendí que me estaba desmayando y les supliqué que no intentaran reanimarme. Conseguí explicar a duras penas que necesitaba esa experiencia para poder describirla después".