El santo
En la Edad Media tardía y precapitalista, un santo italiano que vive en una ciudad catalana decide regresar a su pueblo natal para morir allí. Pero se da la lamentable circunstancia de que la economía del lugar ha crecido en torno al reclamo "turístico" que supone la fama del santo, de modo que las autoridades optan por asegurarse su estancia... matándolo. El santo emprende una huida que lo llevará a bordo de una falúa de pescadores griegos, a un barco pirata, a ser vendido como esclavo a un productor de sonajeros, y finalmente al amor con una reina, Poliana. Todo en el plazo inverosímil de una semana. Todo caprichoso, veloz y leve. Es El santo, la nueva novela de César Aira (Coronel Pringles, 1949).
Hay una palabra que aparece necesariamente en todos los libros de César Aira que he leído: realidad. Tampoco es que resulte clarísimo qué es la realidad para él, pero digamos que al narrador Aira la cuestión le interesa, del mismo modo que a muchos de sus personajes les merece un sombrerazo: hace magia (real) El mago, cambiando la realidad; hace milagros el doctor Aira en Las curas milagrosas del doctor Aira, aislando un fragmento de realidad de todo el resto enorme de realidad en el que su cura milagrosa no funcionaría; y también hacía milagros el protagonista de El santo, aunque pequeñitos y tan abundantes (más de ochenta, dice) que llega a preguntarse si no habrá devaluado un poco su valor.
Y uno recuerda entonces que Aira y el santo tienen la misma edad, que el autor ha escrito libros pequeñitos con gran abundancia (más de ochenta, dicen), y que cuando se le ha preguntado por su furor narrativo siempre ha contestado devaluándolo un poco, insistiendo en que a fin de cuentas sus libros son breves y menores. ¿Estoy diciendo, entonces, que El santo esconde autoreferencialidad, metaficción, una metáfora sobre la escritura…? Pudiera, pero lo indudable es que esconde muchas bromas felices. Tal vez, en fin, aquí la teoría es la broma y viceversa.
El santo es una novela ambientada en la Edad Media que utiliza el anacronismo como chiste, a veces con resultados descacharrantes, pero el anacronismo es también estilo y desde luego el camino a una mirada crítica perfectamente contemporánea. De hecho, quizás lo más hermoso de Aira, aquello que lo convierte en un auténtico raro, sea que su estrategia literaria resulta contemporánea por vías ligeramente anacrónicas o extemporáneas: su relación caprichosa con la tradición de vanguardia lo aleja de las referencias-cliché de su generación y le permite adelantar al posmodernismo sin necesidad de hacerle demasiado caso.
En El santo, su escritura no se molesta en aparentar el más mínimo registro de una época convertida en excusa para hablar de comercio, propiedad o representación. Cuando el tema es el sexo, o el sexo y el amor, la superficie es seductora pero el fondo descarnado. Y cuando se refiere al exoesqueleto comercial que se articula en torno al fenómeno del milagro, uno recuerda que en torno a la literatura se articula una industria. La misma industria que ahora pone en marcha una Biblioteca César Aira, vaya vaya, rescatando un libro tan extraordinario como Un episodio en la vida del pintor viajero, reflexión sobre la mirada y la realidad. Claro. Como El santo, quizás. Como el Cándido de Voltaire, en el que pensé alguna vez leyendo El santo.
En un relato demencial de Aira, El cerebro musical, el narrador explica que cuando su familia se desplazaba por el pueblo en furgoneta, él prefería sentarse solo en la caja trasera, al aire libre, para no saber qué camino arbitrario escogerían sus padres y así dejarse sorprender. A la pregunta sobre cuánto método esconde la escritura de Aira, digamos que dejar conducir a la imaginación es una medida muy racional que puede conducir a los más irracionales parajes. O simplemente a una escritura despreocupada de la perfección o del remate de las posibilidades que plantea el relato, convencida de que, como dice el santo, "no hay desenlace sino un pasaje de horas irrepetibles y preciosas".