Image: Heisenberg, Turing, Szilárd y Dowding: mentes brillantes de una época desquiciada

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Heisenberg, Turing, Szilárd y Dowding: mentes brillantes de una época desquiciada

30 agosto, 2016 02:00

Heisenberg, Turing, Szilárd y Dowding en diversos momentos del cómic

El matemático Cédric Villani y el dibujante Edmond Baudoin se unen para narrar en Soñadores (editorial Astiberri) los logros de cuatro genios relegados por la Historia a un segundo plano.

A menudo se escribe la historia tomando como referencia los nombres de las grandes figuras políticas y relegando a un segundo o tercer plano a otros actores con un talento fuera de lo común que juegan un papel crucial en el curso de los acontecimientos. El matemático Cédric Villani se ha aliado con el conocido dibujante Edmond Baudoin para reivindicar en las viñetas de Soñadores (editorial Astiberri) la influencia providencial en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial de cuatro genios cuyas contribuciones fueron, por lo general, desconocidas para el público y pagadas con la ingratitud por parte de sus superiores. Son tres científicos y un militar: el físico teórico alemán Werner Heisenberg, pionero en la investigación de la bomba atómica; el matemático inglés Alan Turing, que consiguió descifrar Enigma, el avanzado sistema de encriptación de las comunicaciones nazis; el físico húngaro Leó Szilárd, que descubrió la reacción en cadena y luchó toda su vida por el respeto a los derechos humanos y por el equilibrio político mundial; y Hugh Downing, el brillante militar inglés que estuvo al mando de los cazas de la Royal Air Force durante la Batalla de Inglaterra.

Según la mitología nórdica, la batalla más importante que han de librar los dioses, a la que llaman Ragnarök, es el careo con su propia conciencia. Villani y Baudoin emplean este épico símil para presentarnos en cuatro capítulos independientes a los protagonistas del libro repasando en forma de monólogo sus logros, sus errores, su código moral y su relación con el poder y el mundo. Tres de los personajes aprueban este examen de conciencia. Heisenberg, por el contrario, está atormentado por haber aceptado dirigir el proyecto nuclear nazi. A día de hoy se le considera un científico genial pero su dimensión humana sigue siendo controvertida. Unos le exoneran creyendo que fracasó a propósito en el intento de construir la bomba atómica alemana, consciente de lo que Hitler podría llegar a hacer con ella. Otros creen que fracasó a su pesar.

Heisenberg protagoniza el primer capítulo. Es el 6 de agosto de 1945. En una mansión de la campiña inglesa llamada Farm Hall, diez científicos alemanes prisioneros de guerra se enteran por la BBC del lanzamiento de la primera bomba atómica de la historia sobre Hiroshima. Así descubren que los americanos les han ganado la partida.

Entre los diez prisioneros están el premio Nobel Max von Laue, con la conciencia tranquila porque rechazó colaborar con los nazis; Otto Hahn, descubridor de la fisión nuclear que recibió el Nobel tres meses después y que tampoco fue cómplice del régimen de Hitler, aunque se siente culpable por haber contribuido indirectamente con sus descubrimientos al advenimiento de la bomba nuclear; y Walter Gerlach, último director del proyecto atómico alemán, que no muestra arrepentimiento sino rencor por la derrota. Todos llaman "jefe" a Heisenberg, que se retira para intentar reconstruir mentalmente el método que ha seguido Estados Unidos para construir la bomba. Un par de días después, como revelaron los micrófonos ocultos que los ingleses habían colocado en la casa y que Villani ha usado como fuente para recrear la escena, Heisenberg dio un seminario a sus colegas y compañeros de cautiverio en el que explicó la construcción de la bomba de una manera casi exacta. El hecho de que en solo dos días fuera capaz de dar con la clave cuando había fracasado durante años demuestra para muchos que nunca quiso construir la bomba.

Páginas del capítulo dedicado a Werner Heisenberg en Soñadores

En el segundo capítulo tenemos a Alan Turing, precursor de la informática moderna, en su casa de Wilmslow, al sur de Manchester. Es el 7 de junio de 1954, su último día de vida. Antes de suicidarse ingiriendo una manzana envenenada con cianuro (aunque algunas teorías contemplan el asesinato), Turing reflexiona ante su oso de peluche, Porgy, acerca de cómo consiguió descifrar el código Enigma de los alemanes y sobre la ingratitud del país al que salvó la vida con aquel logro, ya que fue condenado por homosexualidad ("indecencia grave" y "perversión sexual", igual que Oscar Wilde 50 años antes), sometido a un tratamiento de castración química y apartado de su carrera científica.

Turing fue reconocido póstumamente, especialmente a partir de la década de los 2000, por diversas instituciones académicas, aunque desde la 1966 la Association of Computer Machinery otorga el Premio Turing en su honor. En 2009, el gobierno británico se disculpó públicamente por el trato que recibió Turing en sus últimos años de vida y en 2013 la reina de Inglaterra lo indultó póstumamente.

El tercer capítulo lo protagoniza otro científico genial que contribuyó con sus descubrimientos y con sus actos a cambiar el curso de la guerra: Leó Szilárd. En 1933 descubrió la reacción neutrónica en cadena y supo que la suerte del mundo dependería de ella. Al principio pocos colegas le hicieron caso, así que se puso a trabajar por su cuenta en Estados Unidos con otros científicos extranjeros como él: Niels Bohr, Enrico Fermi y Edward Teller. Junto a este último visitó a Einstein en Princeton para convencerle de que le escribiera a Roosevelt la famosa carta en la que le recomendaba iniciar urgentemente la investigación oficial para conseguir la bomba atómica antes que los alemanes.

Szilárd trabajó en aquel gigantesco proyecto secreto, pero tras cumplir su papel no solo fue apartado por las autoridades militares, sino que lo etiquetaron como "extranjero peligroso" por su independencia de criterio.

Extractos de las historias de Turing Szilárd y Dowding

El último capítulo rompe la línea de los anteriores, ya que no está dedicado a un científico sino a un militar, pero tiene en común con los otros tres que sus teorías y actos cambiaron el curso de la guerra, y como Turing y Szilárd tuvo que vérselas con sus superiores. Hablamos de Hugh Dowding, mariscal en jefe del ejército del aire británico que apostó por la modernización de la guerra aérea, promoviendo el desarrollo de los cazas (por iniciativa suya se crearon los emblemáticos Hurricanes y Spitfires), mientras que el resto de los mandos oficiales seguían convencidos de la superioridad de los tradicionales bombarderos, más lentos y menos ágiles.

Dowding vio claramente que en lugar de lanzar ataques aéreos suicidas sobre la Francia ocupada, había que reforzar la defensa del territorio británico con la detección temprana de incursiones enemigas. Durante la Batalla de Inglaterra, en la que Londres fue bombardeada durante 57 días, demostró que su estrategia era la acertada. Pudo llevarla a cabo gracias al vicemariscal en jefe del aire, Keith Park, y a cientos de jóvenes soldados que se jugaron la vida con apenas unas cuantas horas de vuelo en su contador. Pese a ser los artífices de la resistencia inglesa hasta la entrada en la guerra de los americanos, Dowding y Park fueron destituidos tras la batalla por sus discrepancias con los altos mandos del ejército.

Soñadores sitúa el monólogo de Dowding más de 20 años después de la guerra, en 1968, durante una visita del militar al rodaje de La batalla de Inglaterra, la película protagonizada por Laurence Olivier que relató sus hazañas. En el estreno, en el que también estuvo presente, el público le dedicó una ovación y la reina lo felicitó, un reconocimiento tardío y deficiente, una vez más.

El título Soñadores alude a una imprudente cita del Nobel Ernest Rutherford, que desoyó los vaticinios de Szilárd: "Cualquiera que espere obtener energía a partir de la transformación de los átomos es un soñador". Este libro, a caballo entre la novela gráfica y el ensayo científico, nos recuerda que, aunque la historia se construye de manera colectiva, su rumbo se ve marcado en los momentos decisivos por visionarios que se atreven a contradecir a la autoridad y no se detienen ante la palabra "imposible".

@FDQuijano