Image: Fascismo. Una advertencia

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Letras

Fascismo. Una advertencia

12 octubre, 2018 02:00

Según Albright, el ascenso al poder de Chávez se debió al aumento de la desigualdad

Madeleine Albright Traducción de María José Viejo. Paidós. Barcelona, 2018. 350 páginas, 22,90 €. Ebook: 12,34 €

La caída del Muro de Berlín desató la euforia en Occidente. George H. W. Bush declaró que “el fin de la Guerra Fría ha sido una victoria para toda la humanidad” y Vaclav Havel previó que Europa crearía “un nuevo tipo de orden” en el que los poderosos ya no oprimirían a los menos poderosos y las disputas ya no se resolverían por la fuerza. Qué lejanos parecen esos tiempos. ¿Qué pasó con este optimismo? ¿Por qué se ralentizó la fuerza que impulsaba la democracia y el respeto internacional? “¿Por qué -pregunta Madeleine Albright (Praga, 1937) al inicio de su libro- estamos hablando otra vez de fascismo?”. Quién mejor para responder a estas preguntas que la propia Albright, cuya vida estuvo moldeada por el fascismo y cuya contribución como estadista y ciudadana particular al fomento de la democracia no tiene parangón. En Fascismo. Una advertencia, la ex secretaria de Estado estadounidense se sirve de su historia personal, de su experiencia de gobierno y de sus conversaciones con los estudiantes de Georgetown para sopesar los peligros actuales y la manera de abordarlos. Albright lo hace examinando casos de Europa y Estados Unidos desde la Primera Guerra Mundial hasta hoy y a resultas de ello, emergen algunos patrones. En primer lugar, el fascismo aflora en conjunción con el caos económico, social y político. Fijémonos en los casos clásicos de Alemania e Italia en el período de entreguerras. La República de Weimar se vio sacudida por la Gran Inflación y la Gran Depresión, por violentas revueltas de la izquierda y de la derecha, y por la humillación de una guerra perdida, junto con una paz punitiva. La Italia de entreguerras fue golpeada por la alta inflación y el paro, y permaneció paralizada durante casi dos años por las huelgas y los cierres mientras las bandas de izquierdas y de derechas se enfrentaban en las calles. Como resultado de estas condiciones, los ciudadanos se sentían temerosos y desesperados.
Albright teme que el aislacionsimo de Trump esté erosionando la capacidad de Estados Unidos para liderar y resolver los desafíos internacionales
Aunque la turbulencia en Europa tras la Primera Guerra Mundial fue extrema, Albright señala dinámicas similares en otros lugares y épocas: el ascenso al poder de Hugo Chávez estuvo impulsado por el deterioro de las condiciones sociales y económicas y el aumento de la desigualdad en Venezuela; Viktor Orban llegó al poder cuando Hungría experimentaba las dolorosas repercusiones de la crisis financiera, y Vladimir Putin apareció cuando Rusia estaba en medio de un declive económico y nacional similar al que experimentó la Alemania de entreguerras. (Durante la década de 1990 la economía de Rusia se retrajo más de la mitad). Pero los problemas solo se convierten en oportunidades para los fascistas y otros antidemócratas cuando sus adversarios no pueden o no quieren lidiar con ellos. Un segundo factor que emerge de los casos de Albright son las oposiciones débiles y divididas. En la Italia de entreguerras, los gobiernos liberales titubeaban mientras el país se hundía en el caos y los dos partidos de mayor tamaño, los socialistas y los democratacristianos, estaban más interesados en defender los intereses de su respectivo electorado que la democracia. En la República de Weimar, el mayor partido del país, el socialdemócrata, estaba más comprometido con la democracia que su homólogo italiano, pero también vaciló durante la Gran Depresión y recibió los ataques constantes de las fuerzas antidemocráticas de izquierdas y de derechas. Mientras sus adversarios se tiraban los trastos y dejaban que los problemas del país se agravasen, los fascistas ofrecían a los votantes explicaciones sencillas para sus problemas, en la forma de enemigos como las malvadas potencias extranjeras o los judíos, y soluciones sencillas para los mismos, en concreto la sustitución de las democracias débiles y poco receptivas por dictaduras fuertes que verdaderamente respondiesen al “pueblo”. Adolf Hitler explicó una vez: “Les diré lo que me ha llevado al puesto que ocupo. Nuestros problemas políticos parecían complejos. El pueblo alemán no entendía nada de ellos. (...) Yo, en cambio, (...) los reduje a su forma más simple. Las masas se dieron cuenta de ello y me siguieron”. Albright encuentra dinámicas similares en muchos otros casos. En Checoslovaquia, su país de nacimiento, después de la Segunda Guerra Mundial, la debilidad del presidente del país, Edvard Benes, posibilitó la toma de poder del Comunismo. En la Hungría moderna, la corrupción y la deshonestidad del partido socialista en el gobierno allanaron el camino a Orban. En Rusia, la incapacidad de Boris Yeltsin para frenar el vertiginoso declive económico del país o el saqueo voraz de los recursos por parte de los oligarcas facilitó la llegada al poder de Putin. Por último, los ejemplos de Albright revelan un tercer factor en el auge del fascismo: la complicidad de los conservadores. Tanto en la Italia como en la Alemania de entreguerras, los conservadores creían que podrían controlar el fascismo y utilizar el apoyo popular del que este gozaba para alcanzar sus objetivos. El rey Víctor Manuel III, en Italia, y el presidente Paul von Hindenburg, en Alemania, fueron persuadidos por consejeros conservadores de que entregaran el poder a Mussolini y a Hitler, respectivamente, pese a que ninguno hubiese ganado una mayoría electoral. De modo que, ¿dónde nos deja esto hoy en día? Hay paralelos preocupantes: aunque la situación no es tan terrible como la del período de entreguerras, la democracia occidental se enfrenta actualmente a desafíos importantes. Para evitar que estos deriven en el tipo de crisis de que se alimenta el fascismo, Albright espera que los antifascistas aprendan de la historia. En Estados Unidos esto significa que demócratas y republicanos deben volver a trabajar juntos para solventar los problemas del país, y los Republicanos no deben permitir que el fervor de los seguidores de Trump les impida ver el peligro que este representa para la democracia. Hay también paralelismos y lecciones internacionales. Durante los años de entreguerras, los problemas de Europa se vieron empeorados por la retirada de Estados Unidos de la escena mundial; Albright teme que el aislacionismo, el proteccionismo y la afición a los dictadores de Trump estén erosionando, de forma mucho más grave, la capacidad de Estados Unidos para liderar y ayudar a resolver los desafíos internacionales, al aumentar las divisiones en Occidente y envalentonar de este modo a las fuerzas antidemocráticas. Pese a todo esto, Madeleine Albright alberga esperanzas. Concluye su libro citando a líderes como Abraham Lincoln y Nelson Mandela, quienes ayudaron a sus países a superar períodos de intensa violencia y división. Podemos superar los problemas de la democracia, nos asegura Albright, pero solo si no la damos nunca por sentada y reconocemos las lecciones de la historia. “Es fuerte la tentación”, señala la autora, “de cerrar los ojos y esperar a que pase lo peor, pero la historia nos enseña que para que la libertad sobreviva, debemos defenderla, y que si queremos que las mentiras cesen, debemos sacarlas a la luz”. © The New York Times Book Review