Locos, malos, peligrosos... Tóibín retrata a los padres de Wilde, Yeats y Joyce
Wilde, Yeats y Joyce
Decía Oscar Wilde que "los niños comienzan por amar a los padres. Cuando ya han crecido los juzgan y, algunas veces, hasta los perdonan". De padres e hijos, de resentimientos y ausencias, trata el último libro de Colm Toíbín, en torno a los padres de Wilde, Yeats y Joyce.
William Wilde, J. B. Yeats y John S. Joyce
John B. Yeats también ofrece a Tóibín la posibilidad de estudiar a un personaje complejo y excéntrico. Abogado de profesión, abandonó el Derecho para dedicarse a la pintura. Aunque alcanzó cierta fama como artista, boicoteó sus ambiciones debido a su paralizante incapacidad para acabar lo que empezaba. Era, en palabras de un testigo anónimo, "ese pintor que borra cada día lo que ha pintado el día anterior". Las perspectivas económicas de un artista que acaba pocos cuadros son más bien sombrías, y J. B. Yeats dilapidó una importante herencia antes de marcharse precipitadamente a Londres y, luego a Nueva York, a los 68 años, siete después de la muerte de su esposa. Allí siguió evitando pintar y escribió largas y apasionadas cartas que insinúan que le resultaba más fácil ser afectuoso desde la distancia. El patrón se repite a lo largo del libro: "En este mundo de hijos", dice su autor, "los padres se convierten en fantasmas, en sombras y ficciones".Tóibín pone de relieve el contraste entre la copiosa producción de W. B. Yeats como poeta con el magro currículo de su padre como artista, y en una interesante digresión cuenta que a Henry James (al que Tóibín habitó de manera tan memorable en The Master) le afectó una dinámica comparable. "Estuve atento -dice- a las similitudes entre ambas familias -los James y los Yeats-, y a la influencia similar que los padres ejercieron sobre sus famosos hijos". Una de las semejanzas es que los hijos "se especializaron, a diferencia de sus padres y quizá a pesar de ellos, en acabar casi todo lo que empezaban". Sobre el padre de Joyce -un bebedor autoritario pero poco preocupado por sus hijos, a los que maltrató hasta abandonarlos- es sobre el que Tóibín dispone de menos documentación. Paradójicamente, este capítulo es el más lleno de vida. Después de resumir los datos biográficos fundamentales acerca del matrimonio y la descendencia de John Stanislaus Joyce y su dificultad para conservar un empleo, Tóibín se ve obligado a indagar el efecto psicológico del padre sobre sus hijos. El autor explora unas memorias y un diario de Stanislaus, hermano de James Joyce, para al final dirigir su atención a los escritos del propio James y sostener que el esfuerzo por entender a su padre y compartir sus sentimientos le inspiró. "El propósito de James Joyce", dice, "era no solo rendir homenaje a la memoria de su padre, sino volver sobre sus pasos, penetrar en su espíritu, utilizar lo necesario de su vida para alimentar su propio arte". Este apasionante texto aúna las dotes novelísticas de Tóibín para la psicología y el matiz emocional y su talento como crítico con una prosa de gran elegancia. Por supuesto, cabe esperar que cualquier escritor irlandés que trate de Wilde, Yeats y Joyce se haya enfrentado él mismo a algún asunto "paterno". Sin embargo, en su papel de biógrafo, parece que al autor le preocupan poco los logros de los tres hijos, ya fuesen competitivos o rebeldes, a pesar de cierta envidia residual y de un orgullo ancestral por el hecho de que Wilde, Yeats y Joyce tuviesen la oportunidad de definir una literatura nacional. En el Dublín de principios del siglo XX, observa Tóibín con una pizca de melancolía, "todo escritor tenía que inventar un universo desde el principio". Es inevitable que este libro abra interrogantes sobre la naturaleza del vínculo paternofilial para luego esquivarlos en su mayoría, algo que habla en favor de su autor. Las vidas de los tres padres son tan diversas, y las obras de sus hijos tan diferentes, que resulta difícil extraer conclusiones generales sobre las relaciones padre-hijo o su influencia en el arte, y Tóibín suele ser demasiado sutil y prudente para intentarlo. Siempre comedido en su escritura, más inclinado a la insinuación que a la inflexión, en este libro demuestra su talento para el humor socarrón. ¿Es verdad, como asegura Stephen Dedalus, que el legado del padre a sus hijos se limite a un instante de celo? A veces sí, desde luego, pero otras la conexión es mucho más profunda y compleja, como deja claro este sabio y evocador libro de Tóibín. Por tensa, competitiva, fría o controladora que sea la relación, a veces hasta un padre imperfecto da alas a su hijo y le enseña a volar. © New York Times Book ReviewTóibín presenta un relato evocador y atractivo, no solo de "tres pródigos padres", también del Dublín del siglo XIX y principios del XX