Image: Locos, malos, peligrosos... Tóibín retrata a los padres de Wilde, Yeats y Joyce

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Letras

Locos, malos, peligrosos... Tóibín retrata a los padres de Wilde, Yeats y Joyce

15 marzo, 2019 01:00

Wilde, Yeats y Joyce

Decía Oscar Wilde que "los niños comienzan por amar a los padres. Cuando ya han crecido los juzgan y, algunas veces, hasta los perdonan". De padres e hijos, de resentimientos y ausencias, trata el último libro de Colm Toíbín, en torno a los padres de Wilde, Yeats y Joyce.

En un episodio del Ulises de Joyce, Stephen Dedalus entra en un debate literario que transita del padre de Hamlet al de Shakespeare pasando por la relación entre el arte y la vida. "Un padre es un mal necesario", dice Stephen. "¿Qué los vincula? Un instante de ciego celo". Al leer estas líneas, saltamos de Hamlet a las tensiones entre Stephen y Simon Dedalus antes de contemplar la relación entre el autor y su padre, John Stanislaus Joyce. Colm Tóibín (Enniscorthy, Irlanda, 1955) recorre un camino similar en Mad, Bad and Dangerous to Know. The Fathers of Wilde, Yeats and Joyce, su nuevo libro, en el que ofrece las biografías de William Wilde, John B. Yeats y John Stanislaus Joyce, los tres dublineses que engendraron a tres de los más grandes escritores que la lengua inglesa haya conocido jamás. Tóibín presenta un relato evocador y atractivo no solo de "tres pródigos padres", como él los denomina, sino del Dublín del siglo XIX y principios del XX como "un lugar escondido de sí mismo, misterioso y melancólico". Como sugiere esta deliciosa descripción, el propio Tóibín es un autor espléndido tocado por la gracia. Autor de novelas como The Master, Brooklyn y Nora Webster, en este libro pasa con agilidad de la biografía a la crítica literaria y el relato personal, con atisbos de él mismo recitando De profundis, de Wilde, en la cárcel de Reading. No obstante, las estrellas del espectáculo son los padres. Tóibín da por supuesto que los lectores conocen la obra de los hijos, y hasta el capítulo dedicado a Joyce no dedica demasiado tiempo a buscar conexiones entre la obra y las relaciones padre-hijo. De hecho, tampoco las esclarece demasiado. Más bien intenta reflejar las personalidades y el entorno social de los padres, proyectando una luz para que los lectores iluminen esas conexiones por sí mismos. El autor dispone de abundante material con el que trabajar. Por ejemplo, en el caso de William Wilde, antes de ser nombrado caballero en 1864, el padre de Oscar fue un destacado cirujano en Dublín así como un orgulloso nacionalista irlandés que se desenvolvía en los niveles más altos de la sociedad inglesa. Tóibín destaca que la ironía y la inconstancia eran necesidades políticas y sociales para los Wilde, que extrajeron una fuerza considerable de "su habilidad para obtener poder de dos bandos contrarios sin tener que obedecer del todo un conjunto de normas que ninguno de los bandos acataba". La relevancia que esto tuvo para la vida y la trayectoria profesional de su hijo, con sus ambigüedades y sus escurridizas lealtades, salta a la vista. "En las veladas que ofrecían sus padres", observa Tóibín, "la idea de lealtad, ya fuese a la corona o a las costumbres sexuales victorianas, nunca fue estable". William Wilde tenía varios hijos fuera del matrimonio, y en una ocasión fue acusado de violar a una paciente anestesiada, un caso que presagia el juicio a Oscar por un delito sexual tres décadas después. Más instructivos, quizá, sean los puntos de divergencia entre padre e hijo. Un detalle gracioso sobre William Wilde desvelado aquí es que, en contraste con el dandismo de Oscar, sir William era particularmente desaliñado. Visto así, el buen gusto de Oscar Wilde se puede considerar una reacción al legado de su padre. "En determinados momentos", escribe Tóibín, "puede que [a Wilde] tener padre le pareciese algo innecesario".

William Wilde, J. B. Yeats y John S. Joyce

John B. Yeats también ofrece a Tóibín la posibilidad de estudiar a un personaje complejo y excéntrico. Abogado de profesión, abandonó el Derecho para dedicarse a la pintura. Aunque alcanzó cierta fama como artista, boicoteó sus ambiciones debido a su paralizante incapacidad para acabar lo que empezaba. Era, en palabras de un testigo anónimo, "ese pintor que borra cada día lo que ha pintado el día anterior". Las perspectivas económicas de un artista que acaba pocos cuadros son más bien sombrías, y J. B. Yeats dilapidó una importante herencia antes de marcharse precipitadamente a Londres y, luego a Nueva York, a los 68 años, siete después de la muerte de su esposa. Allí siguió evitando pintar y escribió largas y apasionadas cartas que insinúan que le resultaba más fácil ser afectuoso desde la distancia. El patrón se repite a lo largo del libro: "En este mundo de hijos", dice su autor, "los padres se convierten en fantasmas, en sombras y ficciones".

Tóibín presenta un relato evocador y atractivo, no solo de "tres pródigos padres", también del Dublín del siglo XIX y principios del XX

Tóibín pone de relieve el contraste entre la copiosa producción de W. B. Yeats como poeta con el magro currículo de su padre como artista, y en una interesante digresión cuenta que a Henry James (al que Tóibín habitó de manera tan memorable en The Master) le afectó una dinámica comparable. "Estuve atento -dice- a las similitudes entre ambas familias -los James y los Yeats-, y a la influencia similar que los padres ejercieron sobre sus famosos hijos". Una de las semejanzas es que los hijos "se especializaron, a diferencia de sus padres y quizá a pesar de ellos, en acabar casi todo lo que empezaban". Sobre el padre de Joyce -un bebedor autoritario pero poco preocupado por sus hijos, a los que maltrató hasta abandonarlos- es sobre el que Tóibín dispone de menos documentación. Paradójicamente, este capítulo es el más lleno de vida. Después de resumir los datos biográficos fundamentales acerca del matrimonio y la descendencia de John Stanislaus Joyce y su dificultad para conservar un empleo, Tóibín se ve obligado a indagar el efecto psicológico del padre sobre sus hijos. El autor explora unas memorias y un diario de Stanislaus, hermano de James Joyce, para al final dirigir su atención a los escritos del propio James y sostener que el esfuerzo por entender a su padre y compartir sus sentimientos le inspiró. "El propósito de James Joyce", dice, "era no solo rendir homenaje a la memoria de su padre, sino volver sobre sus pasos, penetrar en su espíritu, utilizar lo necesario de su vida para alimentar su propio arte". Este apasionante texto aúna las dotes novelísticas de Tóibín para la psicología y el matiz emocional y su talento como crítico con una prosa de gran elegancia. Por supuesto, cabe esperar que cualquier escritor irlandés que trate de Wilde, Yeats y Joyce se haya enfrentado él mismo a algún asunto "paterno". Sin embargo, en su papel de biógrafo, parece que al autor le preocupan poco los logros de los tres hijos, ya fuesen competitivos o rebeldes, a pesar de cierta envidia residual y de un orgullo ancestral por el hecho de que Wilde, Yeats y Joyce tuviesen la oportunidad de definir una literatura nacional. En el Dublín de principios del siglo XX, observa Tóibín con una pizca de melancolía, "todo escritor tenía que inventar un universo desde el principio". Es inevitable que este libro abra interrogantes sobre la naturaleza del vínculo paternofilial para luego esquivarlos en su mayoría, algo que habla en favor de su autor. Las vidas de los tres padres son tan diversas, y las obras de sus hijos tan diferentes, que resulta difícil extraer conclusiones generales sobre las relaciones padre-hijo o su influencia en el arte, y Tóibín suele ser demasiado sutil y prudente para intentarlo. Siempre comedido en su escritura, más inclinado a la insinuación que a la inflexión, en este libro demuestra su talento para el humor socarrón. ¿Es verdad, como asegura Stephen Dedalus, que el legado del padre a sus hijos se limite a un instante de celo? A veces sí, desde luego, pero otras la conexión es mucho más profunda y compleja, como deja claro este sabio y evocador libro de Tóibín. Por tensa, competitiva, fría o controladora que sea la relación, a veces hasta un padre imperfecto da alas a su hijo y le enseña a volar. © New York Times Book Review