El roce del tiempo. Bellow, Nabokov, Hitchens, Travolta,Trump y otros ensayos (1986-2016)
Martin Amis
19 abril, 2019 02:00Martin Amis. Foto: Isabel Fonseca
Martin Amis (Oxford, 1949) es un snob y un antipático. Lo sabe y le gusta. Su pasión es irritar, perturbar, desconcertar. A veces sus sarcasmos están plenamente justificados. En El roce del tiempo, una colección de ensayos aparecidos entre 1986 y 2016, se despacha a gusto con Donald Trump. "Narcisista patológico", "emocionalmente primitivo e intelectualmente bárbaro", Amis pronostica que su desorden interior se agudizará cuanto más se aproxime al poder, el "afrodisiaco supremo", según Henry Kissinger. Publicado en 2016, cuando Trump aún no se había convertido en presidente de los Estados Unidos, el reportaje de Martin Amis escarba en las miserias del Partido Republicano. La ideología republicana no nace del corazón, el intelecto o -menos aún- del alma, sino de las entrañas. Trump admite sin rubor que se enorgullece de ser xenófobo, "como cualquier otro republicano honrado". En sus mítines "tipo Núremberg", presume de no saber nada de política. No se molesta en leer libros. Prefiere la televisión y las redes sociales. Su cerebro, advierte Amis, se convertirá en "un lodazal de testosterona"después de un par de días en la Casa Blanca.¿Se excede Martin Amis? ¿Es un provocador o un analista clarividente? Quizás las dos cosas. Sus textos surgen del "pecado natural del lenguaje" (T. S. Eliot): una mezcla explosiva de insumisión y promiscuidad. Amis no está obsesionado con la perfección o la elegancia. Cuando uno de los lectores de The Independent le reprocha haber acuñado el término "horrorismo" para describir el terrorismo yihadista, le contesta: "Váyase a la mierda". Después, añade: "Los atentados suicidas son un fenómeno nuevo y no se me ocurre mayor deshonra para la imagen de lo humano". Amis es camorrista y fanfarrón, pero no mezquino e insensible. Su durísimo reportaje sobre la industria de la pornografía no desemboca en el cinismo o la reprobación moral. Testigo de un rodaje protagonizado por Chloe, una estrella con un largo historial de adicción a las drogas, se marcha para no presenciar las escenas más degradantes. Ya sabe lo esencial sobre un negocio con unas cifras millonarias que superan la suma de las cantidades generadas por rock, el cine y la cultura: "el porno es un oficio proletario". Los actores que trabajan en las películas hardcore "pagan el alquiler con las muertes de los sentimientos". Conmovido, Amis finaliza su reportaje, enviando un mensaje de esperanza a Chloe, que se considera a sí misma una vulgar prostituta con el privilegio de escoger a sus clientes y rea- lizar un test preventivo de sida: "No, Chloe, no eres una prostituta. […] Eres como un gladiador. […] Los gladiadores eran esclavos, pero algunos de ellos consiguieron su libertad. Y tú, creo, conseguirás un día la tuya". Ser un antipático y un snob no implica ser un malnacido.
Su retrato de Diana de Gales corrobora esa impresión. La "princesa del pueblo" no hizo nada excepcional. No ejerció un liderazgo moral, ni promovió grandes cambios sociales. Su participación en campañas humanitarias no superó los niveles de compromiso de otras celebridades. Sin embargo, su muerte conmovió a todo Occidente, provocando una aflicción generalizada. ¿Por qué? "Diana era un espejo, no un faro. La mirabas y veías tu propia humanidad común y corriente, pero iluminada". Diana, "una prima donna en la era del karaoke", nos hizo sentir que todos podíamos ser estrellas en el firmamento de la fama. La fama es un dios que halaga y embriaga, pero que también mata. Diana murió por culpa de ese ídolo de nuestro tiempo, tan insaciable y letal como Cronos o Moloch. Se responsabilizó a los paparazi de su muerte, pero "fuimos nosotros quienes los enviamos a ese túnel a fin de alimentar nuestras necesidades ocultas". Isabel II de Reino Unido no es un espejo. Quintaesencia de lo mayestático y solemne, su imperturbabilidad no es un ejemplo de inhumanidad, sino de una humanidad sojuzgada por el implacable protocolo de la Casa de Windsor. Portada del Time a los tres años, se publicó su primera biografía al cumplir los cuatro. Siempre ha mantenido la compostura en público, salvo cuando fue bautizada. Detrás de esa calma y frialdad, hay un corazón que late, vibra y se aflige. Sus súbditos lo saben y por eso le tributan una incomprensible lealtad en una época donde el concepto de ciudadanía ha aniquilado a la vetusta noción de servidumbre. Ser monárquico "nos permite tomarnos unas vacaciones de la racionalidad".Martin Amis es un snob y un antipático. Lo sabe y le gusta. Su pasión es irritar, perturbar, desconcertar
El fútbol también nos libra del yugo de la razón. Martin Amis es un hincha del Manchester United. En 1999 viajó a Barcelona para presenciar la final de la Liga de Campeones. El adversario era el Bayer de Múnich. Amis cruzó el Canal de la Mancha con sus dos hijos, de catorce y doce años. Se inventó un pretexto para justificar su ausencia del colegio. Quería que sus cachorros disfrutaran de los gentíos con bufandas y gorros que chillan en los estadios. No es posible ser un buen inglés sin experimentar la alienación, el tribalismo y la nostalgia del imperio perdido. El fútbol se aprecia mejor en la televisión, pero te pierdes lo esencial: el fervor místico de la afición, esa turba de "gamberros y sociópatas proclives a la algarada". El motor del fútbol no es el espectáculo, sino el gentío, que te exige renunciar a tu identidad, dejar de ser un individuo para transformarte en una masa ululante. Amis admite que sintió "un placer escabroso" al contemplar a los teutones con la cara hundida en el barro. El fútbol es el "Saturno de la multitud". Participar en "la sensualidad atávica del hincha del fútbol", una síntesis exacerbada de las pasiones de la religión y la guerra, ayuda a culminar el proceso de maduración, siempre y cuando se entienda que al cabo de noventa minutos debes volver a "los confines de la individualidad".
Martin Amis dedica páginas chisporroteantes a Vladimir Nabokov, "poeta supremo de los sueños y la locura"; Saul Bellow, "paladín del ensueño egomaníaco"; Irish Murdoch, novelista superlativa de las catacumbas del inconsciente; Don DeLillo, astro "laureado del terror posmoderno"; Jane Austen, embaucadora irresistible, y Philip Roth, adalid de la introspección más despiadada. El roce del tiempo no tiene desperdicio. Es un festival de la inteligencia y la malicia, un canallesco ejercicio de lucidez, una bomba incendiaria contra la estupidez y la mediocridad. Sólo podía brotar de un tipo snob, antipático e iconoclasta, que detrás de su furor esconde grandes dosis de compasión y ternura.
@Rafael_Narbona