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Letras

Mediocracia. Cuando los mediocres llegan al poder

Alain Deneault presenta en España este ensayo que alerta de cómo el gobierno de los mediócratas se ha consolidado como clase dominante

18 septiembre, 2019 03:00

Alain Deneault

Traducción de Julio Fajardo. Turner. Madrid, 2019. 240 páginas. 19,90 €

Alain Deneault (Outaouais, Quebec, 1970) alterna la docencia entre la Universidad de Quebec y el Colegio Internacional de Filosofía de París. Conocido por su crítica a las tramas de evasión y paraísos fiscales, su prolífica obra se ha abierto en los últimos años a una visión global de grandes problemas sociopolíticos.

Antes de entrar en el contenido de Mediocracia conviene recordar que mediocre es un adjetivo derivado del latín mediocris. El diccionario de la RAE lo define con estas palabras: “de calidad media”, “de poco mérito, tirando a malo”. Pancracio Celdrán en su excelente El gran libro de los insultos (La Esfera de los Libros, 2008), denomina mediocre a una “persona o cosa que no sobresale ni merece ser notada; ramplón y corriente; que carece de brillo; adocenado, vulgar, del montón”.

Mediocridad, la característica de lo mediocre, significa estar en la media. De ahí que mediocracia –fijando ya el término en los seres humanos– pueda entenderse como el grupo social formado por quienes no están ni arriba ni abajo: los conformistas. Sin embargo, el sufijo cracia, derivado del griego krátos, indica control, poder, sistema o, sobre todo, gobierno.

Para Deneault, nos encontramos en un momento histórico en el que ha cristalizado un peligroso fenómeno social: la mediocracia. El gobierno de los mediócratas se habría consolidado como una clase dominante, paradójicamente, al servicio del poder. Para tomar las riendas les habría bastado con ser sumisos. Acatar las normas establecidas con una sonrisa, reverenciar a los poderosos y, si hace falta, mirar hacia otro lado cuando las tropelías del orden político o económico se hacen evidentes. Bastaría con seguir el juego a un sistema cuyo funcionamiento exige una mediocridad expansiva capaz de expulsar del terreno a los mejores.

Según Deneault, la mediocracia se ha consolidado como una clase dominante paradójicamente al servicio del poder

Para hacer inteligible la plaga mediocre, Deneault construye una tipología de cinco figuras conceptuales encabezadas por el hombre “roto”. En mi opinión, el personaje central de Serotonina de Houellebec encajaría en esta primera clasificación referida al ser humano víctima de sus propias contradicciones. La segunda tipología se refiere al “mediocre por defecto”. Un sujeto que cree a pie juntillas las mentiras que le cuentan desde arriba. La tercer figura es la del “mediocre entusiasta”. Maestro en intrigas, siempre está disponible porque no acaba de creer en nada. La cuarta figura se alimenta de quienes son mediocres a su pesar. Gente con familia y una hipoteca que pagar. Personas que pese a percibir su servidumbre aguantan la incomodidad cognitiva producida por la situación. En la quinta figura entran los que inicialmente resisten, los valientes que denuncian las operaciones de las instituciones de poder. Los que se oponen hasta que un día el sistema les hace una oferta tentadora y caen del caballo para incorporarse a las ventajas de la proximidad al privilegio.

Tras fijar el concepto de mediocracia y establecer su tipología, Deneault analiza zonas e instituciones que han sido invadidas, permeadas por el gobierno de los mediocres. En primera fila aparece una universidad siempre dispuesta a ser manipulada con tal de conseguir subvenciones. Las luchas internas entre profesores, los abusos que sufren doctorandos y jóvenes investigadores acaban creando perversas estructuras jerárquicas que dificultan la creatividad. Una estructura que recuerda los criterios de obediencia que The Wire muestra entre los traficantes de drogas de Baltimore.

La universidad habría quedado a la deriva al convertir a sus profesores en “expertos” al servicio del poder. Una sumisión que se extiende al poder político: “Todos los gobiernos saben que pueden contar con la ayuda de académicos de fortuna para hacer declaraciones por televisión”. Por si esto fuera poco, Deneault pone en duda la capacidad de la universidad para transmitir conocimiento.

Pasada la lupa por la vida académica, el análisis se centra en la oligarquía mundial, la economía de la avaricia, los grupos de presión, la corrupción y los desmanes fiscales del capital financiero. Páginas adelante, el lector se adentra en consideraciones en torno a la relación de la cultura y el arte con el dinero. Aquí tropezamos con la zona más débil del libro. Nuestro autor, desde su perspectiva colectivista, no acaba de entender la individualidad del acto creativo.

Se cierra este libro con un largo epílogo en el que se pone sobre la mesa el objetivo real de este volumen: cambiar el mundo capitalista. Girar del sujeto individual al colectivo. Reconstruir el mundo con referencias colectivas y entronizar la compleja noción de pueblo. Ahora bien, ¿cómo se hace? Difícil desde la posición de izquierda radical en que se sitúa Deneault. Una izquierda que desconfía de la “admiración de Tony Blair por los generadores de riqueza”, de la política de austeridad del socialdemócrata alemán Gerhart Schröder o del sindicalismo del socialista Michel Rocard.

La perspectiva radical de Deneault es minoritaria pero no solitaria. Naomi Klein en Decir no no basta (2017), Ernesto Laclau con La razón populista (2005) o, por no alargar la lista, Pierre Rosanvallon con El buen gobierno (2015) arropan y conforman una visión que podrá ser criticada pero no desdeñada. Aunque estas páginas no indican cómo resolver el problema de la mediocracia siempre quedara la pregunta: ¿será la mediocracia la antesala de la revolución? Solo por eso valdría la pena poner este libro en nuestra mesilla de noche