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Juan Antonio González Iglesias: “Para lo esencial tenemos el silencio. Para todo lo demás está la poesía”

Tras cuatro años de ausencia, el poeta acaba de lanzar dos nuevos libros, 'Jardín Gulbenkian', último Premio Gil de Biedma, y 'La batalla de los centauros'

25 noviembre, 2019 02:12

Discípulo de Gil de Biedma “como casi todos los poetas actuales en español, porque es uno de los grandes modernizadores de nuestra poesía. Por otra parte soy discípulo de todos los buenos poetas que he leído, y él es uno”, González Iglesias recuerda ahora que cuando vivía en París organizó un homenaje al poeta catalán, junto al pintor David Medalla, que fue amigo suyo en Filipinas. "Mi intervención fue una impresión en gran formato de una captura de pantalla del ordenador. El Word en francés me había corregido cuando escribí el nombre del poeta y me propuso cambiar Jaime por J’aime. Expuse ese gran formato en el Musée d’Art Moderne de la Ville de Paris, que es el segundo centro de arte contemporáneo después del Pompidou. Ese golpe del lenguaje era más que azaroso. Resumía en una palabra, en su nombre mismo, la vida y la obra de Gil de Biedma".

Pregunta. ¿Cómo combina pasión y pensar en Jardín Gulbenkian (Visor), son acaso indisociables en su forma de entender la poesía y la misma vida?

Respuesta. El modo poético de estar en el mundo es así. Santa Teresa lo dijo muy bien: no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho. En esta época de intelectuales yo me veo como un corporal, un sexual, un sentimental, un pasional, en eso incluyo mi inteligencia, si la tengo… No distingo la piel del intelecto. Creo que en el pasado los seres humanos éramos así. Y estoy seguro de que en el futuro lo seremos. Lo cual no supone renunciar al pensamiento. Un poema, lo dijo Valéry, es una rotación completa del pensamiento. Y Saint-John Perse lo matiza muy bien: es pensamiento desinteresado.

P. ¿Cuándo, cómo descubrió que “si perdemos la poesía, todo va peor”? ¿No es una muestra de excesivo optimismo?

R. Temo que sea una muestra de pesimismo, porque lo último que nos queda por perder es una vida poética, algo que no costaba dinero ni esfuerzo, y que estamos perdiendo. Bastaba la educación. Vuelvo a lo anterior. Estamos rodeados de pensamiento interesado. ¿Por qué no liberarnos un poco, ser lenguaje, escuchar, leer?

"Hace poco, cuando otra persona me dijo que le había entrado sueño leyendo mis poemas, me lo tomé como un gran elogio. Valoro dormir bien por encima de todo"

P. ¿Qué poetas le han contagiado “el deber de la alegría”?

R. Desde siempre me inclino más por una serenidad luminosa o encendida que por la alegría. Más ahora. Tiendo a ser serio. Algunos poetas: Borges, Shakespeare, Virgilio, Juan Ramón Jiménez, García Baena, Alfonso Canales, María Victoria Atencia, Ungaretti… Me llega especialmente una línea humanística de la poesía, la que nos hace sentir ternura, empatía por los demás y por el mundo.

P. ¿Qué hace tan especial, tan mágico, al Jardín Gulbenkian, ese oasis en mitad de Lisboa, como para que “durante un segundo todo tuviera sentido” y estando tan lejos de muchas cosas, “estar cerca de todo”?

R. Cada vez que voy tengo la sensación de que es a la vez un punto ideal en el espacio y ofrece un momento, un kairós, un tiempo en el que todo puede ir a mejor, según la definición preciosa de los griegos. Noto que tiene lo mejor de la tradición (equilibrio, serenidad) y lo mejor de la modernidad (materiales sencillos, democratización de la belleza). También tiene lo mejor de Oriente y de Occidente. Es lo último bueno anterior a este caos pútrido de la posmodernidad, corrompido de relativismos. Me gusta mucho saber que su diseñador es un arquitecto que ha sido ministro de una república, presidente de un partido monárquico y fundador de un partido ecologista. Miré la fecha en la que sembró el jardín y es la del año en el que nací. Me tranquiliza pensar que somos coétaneos, que soy de la misma quinta que ese jardín. Así que muy a lo lejos también es un autorretrato. El hecho de que el jardín custodie una colección de arte me parece un fruto increíble de la cultura. Y que la colección, como el jardín, sea resultado del mecenazgo y de la amistad me conmueve especialmente. En la amistad entre Calouste Gulbenkian y el poeta Saint-John Perse he encontrado el mejor correlato contemporáneo de la amistad entre Mecenas y Horacio. Por último: el jardín recorta sobre la tierra un fragmento de mundo bien hecho que equivale al mundo entero, al menos mientras estamos dentro. El poema también, es exactamente lo mismo, solo que lo recorta en el lenguaje.

"Para lo esencial tenemos el silencio. En el amor, en la amistad, ante la muerte… Pero un milímetro antes del silencio está la poesía, que es el lenguaje que llega más lejos"

P. El libro retrata un momento de paz, de plenitud, de armonía, en medio del tráfago diario. ¿Como puede el lector, el poeta, alcanzar algo así en estos tiempos en los que prima lo inmediato, el vértigo, la imagen indigesta?

R. Ahora está de moda aplicar recetas orientales, como si nosotros no tuviéramos una riquísima tradición en la búsqueda de la serenidad. Como enamorado de la cultura occidental, me atrevo a defender que leer un buen poema, recitarlo en silencio o en voz alta supera cualquiera de esas extravagancias. Eso lo dice Horacio en su Arte poética, busca “los momentos / serenos en que se abren nuestras puertas”.  Allí mismo defiende que el poeta “ayude y aconseje como amigo / a los buenos, modere a los furiosos / y dé  su amor a los que tienen miedo / de fracasar”. Me conformo con eso. Una larga línea de poetas nos han dejado sus textos para ayudarnos en este camino de la vida, que es un poco más difícil de lo que parece cuando lo empezamos. 

P. En plena era de internet, uno de sus poemas parece una provocación. “Un podcast sobre Dante a medianoche”: ¿Podemos, debemos refugiarnos en los clásicos contra  las miserias cotidianas? ¿Dónde reside el secreto de su asombrosa actualidad?

R. La belleza nos protege, es algo objetivo. El secreto de los clásicos, Dante entre ellos, es muy fácil: escribieron pensando en el pasado y en el futuro, no sólo en lo inmediato de sus contemporáneos. Pensaron en todos los seres humanos. Por eso descansamos en ellos. Yo me dormí oyendo los versos de Dante y oyendo el comentario que un profesor hacía de ese pasaje. No sé si puedo añadir que una amiga mía, directora de una importante biblioteca, me contó que se quedó dormida leyendo una traducción que hice de un poema de Virgilio. Me lo dijo como algo muy bueno. Así que hace poco, cuando otra persona me dijo que le había entrado sueño leyendo mis poemas, me lo tomé como un gran elogio. Sea como fuere, si conseguí que se durmieran es mucho, porque yo valoro dormir bien por encima de todo, como cualquier otra persona sencilla.

P. Escribe: “Hay cosas que deber ser incomunicadas”. ¿Como cuáles?

R. Me veo incapaz de nombrarlas. Para lo esencial tenemos el silencio. En el amor, en la amistad, ante la naturaleza, ante la muerte… Pero un milímetro antes del silencio está la poesía, que es el lenguaje que llega más lejos.

P. En otro poema proclama que leer es mejor que escribir, mejor que hacer, mejor que todo. ¿En qué poemas ha encontrado usted esa felicidad?

R. Leer es una actividad tan increíble que creo que no es una actividad. De hecho en ese poema, que dedico a la memoria de Carmen Jodra, repito unas palabras con las que Cristo premió a los que prefieren la vida contemplativa: “ha elegido en verdad la mejor parte. / No le será quitada.” Algún soneto de amor de Shakespeare o de Lorca basta para sostener lo que digo. Lo del sueño que decíamos antes es otra especie de actividad que no es actividad.

“En esta época de intelectuales yo me veo como un corporal, un sexual, un sentimental, un pasional, en eso incluyo mi inteligencia, si la tengo… no distingo la piel del intelecto”


P. Por cierto, a estas alturas, ¿sabe ya qué es el triunfo para un poeta?

R. Yo no uso la palabra triunfo para un poeta, porque me recuerda el general romano en el desfile, cuando le recordaban que no se ensoberbeciera, pero sé lo que es sentir el cumplimiento de algo que percibo como destino. Recibo respuestas emocionantes de personas admirables, a las que me gustaría amar una a una, aunque de algún modo lo hago en los poemas. He recibido algunos premios que me han dado seguridad y fuerza para seguir. En lo minoritario y lo casi secreto, que es mi camino, estoy teniendo la suerte de que todo salga mejor de lo que me esperaba.

P. Reivindica la lectura cuando muchos profesores de escritura se quejan de que muchos aspirantes a autores no leen nada y sólo les importa publicar…

R. A escribir se aprende leyendo, no escribiendo. Tras la lectura viene la escritura, sale sola. Sin haber leído a buenos autores saldrán extraños disparates, que tendrán éxito porque la época valora mucho lo monstruoso. Pero las cosas no son tan sencillas, curiosamente algunos talleres de escritura se están convirtiendo a veces en talleres de lectura. Son un refugio para que se enseñe la literatura con amor por parte de profesor y de estudiante, sin la rigidez historicista. Muy a menudo la literatura se ha convertido en historia de la literatura, sobre todo en la universidad. Eso hasta hace poco, porque ahora es todavía peor: sociología de la literatura, política, estudios culturales, todo menos el texto maravilloso, el lenguaje palabra por palabra, el logos en sí mismo. Así que, cuando demos la vuelta completa, nos va a acabar pasando que la enseñanza de la literatura se de en las asignaturas de creación literaria, como pasa en el mundo anglosajón. Se leerá para escribir, pero se leerá con gusto. La escritura será la salvación de la lectura. Una paradoja más que a los lectores de poesía no nos sorprende. El problema es que ahora estamos a medio camino de esa vuelta.

P. Es profesor de Filología Latina en la Universidad de Salamanca: ¿cómo contempla los sucesivos cambios de planes de estudios que solo coinciden en despreciar los saberes clásicos?

R. Ser profesor en la Universidad de Salamanca, además de Filología Latina, me proporciona una especie de atalaya ideal para esto. El desprecio de las lenguas y las culturas clásicas es un síntoma de nuestra época, que al mismo tiempo destierra la poesía, la historia y la filosofía, al menos en sus formas nobles. Otra cosa son las divulgaciones. Si todo son divulgaciones, vamos a lo vulgar, al vulgo. Lo cual es peligrosísimo. Un pueblo, para serlo de verdad políticamente, necesita estar bien formado. Si no, es eso, es vulgo, una masa caótica, imprevisible, sumisa a las modas y a los demagogos. En lo individual, el trato con las personas poéticas es infinitamente más grato que con las personas que están sin desbastar. La conclusión es fácil: urge restaurar la poesía en la educación y en la cultura, pero primero en la educación, porque, si no, su presencia se dará en formas ajenas a nuestra cultura. Y creo que ésta también merece un respeto, como lo merece la naturaleza y lo merecen las otras tradiciones.

“Recuerdo los años de mi juventud, cuando había libertad para decir y hacer lo que uno pensaba, y me parece un sueño todo aquello”

P. ¿Se sigue sintiendo “un hombre en creciente desacuerdo / con su época”? ¿No ha mejorado con los años ese desamor?

R. Soy un hombre ya en desacuerdo absoluto con mi época. En lo esencial, es la consecuencia lógica de la poesía –que es un desajuste con el mundo, engendra cercanías y distancias que no son las comunes– y de haberme formado con los clásicos. En lo accesorio, recuerdo los años de mi juventud, cuando había libertad para decir y hacer lo que uno pensaba y me parece un sueño todo aquello. Me desasosiegan el nuevo puritanismo, los absurdos, los retrocesos antimodernos de los posmodernos, las modas grotescas, el cinismo, la repetición de errores históricos, la falta generalizada de amor, las mil formas de egoísmo y las diez mil formas de odio… Mi mundo es otro. La poesía me ayuda a construirlo. En ese sentido sí he mejorado, sigo confiando en el futuro, sin más razones que la esperanza poética.

P. Sea sincero: ¿qué le parecen los jóvenes ciberpoetas que llenan teatros con poemas que algunos consideran ripiosos?

R. Seré sincero: no los conozco. Veo con pesar que digo lo mismo que el superior de los Capuchinos de Viena, cuando van a enterrar a los miembros de la familia imperial austríaca. Le enumeran los triunfos y títulos de esos príncipes Habsburgo y él responde: “No los conozco”. Aunque al final los deja entrar, eso es cierto.  También estoy seguro de que no me conocen a mí, cosa buena al menos para ellos. Así que voy a hablar de oídas (porque oigo mucho hablar de ellos) y un poco a tientas, un mucho. Si no los conozco, posiblemente  será porque son jóvenes que hablan a un público joven.  En algún momento la poesía tenía que dar el salto a la cultura de masas, parece que con ellos lo ha hecho, lo cual es un acontecimiento y es bueno, porque la poesía es muy necesaria y no puede vivir atrapada en lo sublime. Si en la educación no se transmite la literatura culta, surgirán formas forzosamente ajenas a la línea noble. Es como la constitución de Roma: Senatus Populus Que Romanus. Hay senado y hay pueblo. Y lo cierto es que todo poeta sueña con llegar al pueblo. Lo ideal sería que hubiera sitio para todos, y un sitio adecuado. Imagino que no todos son populares. Por otra parte, hay dos grandes poetas populares a los que admiro con todo mi corazón: Gloria Fuertes en España y Jaime Sabines en México. Ya sé que parece que no tiene nada que ver. Sin embargo, ese es el camino, conciliar lo culto y las multitudes. Llenar teatros no es nada malo, lo hicieron Juan Ramón Jiménez y Lorca, que fueron dos poetas selectos que llegaron al pueblo. Lo mismo hizo Antonio Machado. Si algunos poetas son ripiosos, que supongo que no lo serán todos, deberían dejar de serlo cuanto antes.
Quizá estos ciberpoetas estén consiguiendo ser juglares para las masas, goliardos de los teclados o de youtube, como ya hizo antes la música pop. Si hay grupos indies que cantan a Góngora, ¿por qué un ciberpoeta no va a hacerlo en un teatro? Cantar a Góngora, quiero decir. Una vez que han llenado el teatro de público enamorado de la poesía, ya pueden despegar.  Me gustaría añadir que la primera vez que oí hablar de esta nueva promoción de poetas fue hace unos años, en un encuentro en el Museo del Prado que organizó Radio Nacional de España. A mi lado estaba uno de ellos, que resultó ser un gentilhombre alternativo, no sé expresarlo mejor. Tuve la sensación de estar sentado junto a un auténtico poeta. Por cierto, tenía nombre latino, de poeta medieval con un destello semibárbaro.  

Leer

in memoriam Carmen Jodra

Recostada en el olmo, la que lee

a la orilla del Tormes, ha elegido

la mejor parte. Tiene entre sus manos

el lenguaje. Ha elegido muchas cosas,

la hora, el libro y el lugar en sombra,

el agua y no hacer nada, o no hacer nada

más que leer, dejarse ser. Leer

es mejor que escribir, mejor que hacer,

mejor que todo. Es una primicia.

Escucha ese silencio que le dice.

Ha elegido en verdad la mejor parte.

No le será quitada.

Primera noche de verano

para José Mateos

Primera noche del verano. Lleno

un vaso de cristal que bien podría

estar en el museo de arte romano

por rudo, irregular, sólido y bello,

de agua fría. Lo bebo como otros

beben costoso vino, paladar

adentro va dejando por el cuerpo

el rastro vivo de su transparencia

y su frescura. Es uno de los nombres

de Dios y así lo siento. Estoy muy lejos

de muchas cosas ya, cerca de todo.

Lo sencillo

para Amalia Bautista

Lo sencillo está diseminado por el mundo.

A veces no se ve, porque es diáfano.

Su lugar es la rutina tanto como el acontecimiento.

No necesita explicación porque ya está desplegado.

Estaba antes y estará después.

Vuelve verdaderamente inolvidable

el encuentro con otro ser humano.

Convierte las cosas en momentos.

A pesar de lo que pudiera parecer,

lo complicado no prevalecerá.

@nmazancot