Europa y el peligro de la desmemoria
Nieta de un miembro del NSDAP y de un gendarme de la Francia de Pétain, desvelar un pasado que no se debe olvidar es la intención de Géraldine Schwarz en 'Los amnésicos'
11 mayo, 2020 06:10Al abrir este libro el lector queda sumergido en una atmósfera de emociones. Su autora, con talento wagneriano, levanta el telón y la tragedia entra en escena: Alemania ha quedado destruida en el combate iniciado por ella misma. El Ejército Rojo ha entrado en un Berlín destrozado. Hans Magnus Enzensberger, en el prólogo al libro de Marta Hillers, Una mujer en Berlín, nos recuerda que “más de cien mil mujeres fueron violadas en la ciudad en las postrimerías de la guerra”. Hannelore, la primera esposa de Helmut Kohl, fue violada por soldados rusos y tirada después por la ventana. Tenía doce años y le quedó una dolorosa lesión de por vida en la espalda y un trauma que quizá tuvo que ver con su posterior suicidio. No se queda ahí este inteligente, documentado y conmovedor volumen. Desde la inconmensurable tragedia desprendida de la Segunda Guerra Mundial traza una curva que se cierra en 2018 con los problemas derivados de la llegada de refugiados a la Unión Europea.
Géraldine Schwarz (Estrasburgo, 1974) es una periodista francoalemana afincada en Berlín. Antigua corresponsal de AFP, colabora con el diario francés Le Monde y en un programa de contenido político de la televisión pública alemana, Deutsche Welle. Ha realizado documentales para France Télévisions. Con todo, la espoleta de un texto traducido en tiempo récord a diez idiomas, merecedor del Premio al Libro Europeo 2018, el Winfried Preis 2019 y el Premio Internazionale NordSud 2019, ha sido ser hija de padre alemán y madre francesa. Hijos a su vez de un miembro del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) y de un gendarme en los tiempos en que la Francia de Pétain aceptaba campos de concentración y enviaba judíos a los campos de exterminio nazis.
Nieta de un miembro deL nSDAP y de un gendarme de la Francia de Pétain, desvelar el pasado enterrado bajo las ruinas del Tercer Reich o la propaganda de De Gaulle es la primera intención de Schwarz
Desvelar el pasado que los abuelos de Géraldine Schwarz creían enterrado bajo las ruinas del Tercer Reich o la propaganda de De Gaulle y la Resistencia francesa es el primer escalón de esta obra. Karl Schwarz, un tranquilo y vividor habitante de Mannheim, al amparo de “la arianización de los bienes judíos” compra en 1938, al precio marcado por el gobierno alemán, una pequeña empresa de productos petrolíferos a Julius y Siegmund Löbmann. Los Löbmann, una familia culta y acomodada, y un linaje de empresarios judíos que, como tantos otros, “amaban profundamente a Alemania”, perciben tarde la llegada de un cataclismo ante el cual el mundo cierra los ojos. En julio de 1938, dado el empeoramiento de la situación alemana, Franklin D. Rooselvelt organizó una conferencia internacional para acoger refugiados judíos. Se saldó con un rotundo fracaso. Incluso Estados Unidos se negó a elevar su cuota de inmigrantes: 27.370 visados al año para Alemania y Austria.
Enviados a campos de concentración, primero en Francia y después en Alemania, los Löbmann sufren en carne propia los estragos mortales del antisemitismo nazi. Julius consigue escapar a Estados Unidos y curar su soledad con un nuevo matrimonio. En 1948, en virtud de una ley instaurada en la zona de ocupación americana para reparar a los judíos expoliados bajo el nacionalsocialismo, reclama una indemnización que Karl Schwarz pagará pensando que es objeto de una venganza. Constituida la República Federal Alemana, su canciller Konrad Adenauer comenzó a pagar las “reparaciones”. Primero, restitución de bienes y dinero robados a los judíos y después compensación por los daños “no materiales”: la muerte de un familiar, el encarcelamiento o la tortura. Con el tiempo, la RFA pagó daños causados en el extranjero, sobre todo a Francia e Israel. Mientras tanto, la República Democrática Alemana, ocupada por los soviéticos, ignora su pasado antisemita en un ejercicio de amnesia, al igual que Austria.
Karl, el abuelo, estaba afiliado al NSDAP por pura conveniencia, era, como millones de alemanes, un Mitläufer, término acuñado en el proceso de desnazificación para designar a quienes no estaban implicados en crímenes nazis: “una persona que sigue la corriente”. La abuela consideraba posible adorar a Hitler sin ser nazi. Ya viuda, marcada por las espinas del pasado, abrió una noche la ventana del hueco de la escalera y se precipitó al vacío.
Consciente de la necesidad de recordar, la Schwarz ciudadana europea se indigna ante la desmemoria de muchos habitantes de Austria o Italia
Los otros abuelos, los franceses, se dibujan sobre el contraplano del antisemitismo francés patente en hechos como la redada, a cargo de la gendarmería francesa, del Vél d’hiv. 13.000 judíos, cerca de un tercio niños, fueron arrestados en Paris. 8.000 quedaron detenidos cinco días en el Velódromo de Invierno sin comida y casi sin agua. De ahí partieron en trenes a campos de concentración y exterminio. Todo fue escandaloso, como cuando en “mayo de 1944, representantes judíos pidieron –a los Aliados– que bombardearan las vías férreas que unían Budapest con Auschwitz para detener las deportaciones de los judíos de Hungría y que destruyeran las cámaras de gas y los crematorios”. No hubo respuesta. (Auschwitz está en medio de una llanura y bombardear las líneas férreas era un sencillo problema militar).
Tras desvelar el universo mental y material de sus abuelos, la autora examina la generación de sus padres. Jóvenes que con otros valores éticos rechazarán a sus progenitores por su relación con el nazismo o el fascismo. Con ellos el genocidio se convierte en el centro de la memoria alemana. En 1979, la serie norteamericana Holocausto y, en 1985, Shoah el documental de Lanzmann remueven conciencias y la amnesia se va diluyendo. Del lado intelectual, el esfuerzo de Habermas es clave para imponer la idea de que el Holocausto es un punto central de la nueva identidad democrática alemana. La caída del Muro en 1989 y la desaparición de la RDA no hacen sino reforzar la renovada relación de Alemania con su historia.
El último tramo de Los amnésicos es el más autobiográfico. Vemos las dos culturas que marcan el crecimiento de la autora. Aparece la inquieta periodista que, consciente de la necesidad de recordar, viaja a Italia y Austria y se indigna con la desmemoria de muchos de sus ciudadanos. Explota de alegría la ciudadana europea cuando la Alemania de Angela Merkel decide, en solitario, acoger millón y medio de refugiados. Un optimismo que no oculta sombras, las amenazas islamistas o el rebrote del nacionalismo xenofóbo que, a lomos de partidos iliberales, asoma en el grupo Visegrad: Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia.
Heredero de una tradición de libros con perspectiva autobiográfica escritos por mujeres, el texto de Schwarz combina una capacidad para transmitir información y emoción que fascina al lector de principio a fin
Gran parte de los textos con perspectiva autobiográfica sobre la Segunda Guerra Mundial están escritos por mujeres. Ruth Andreas-Friedrich, Volkonski, Lore Walb, Ursula von Kardoff, Margret Boveri, Marie Wassiltchikoff, Christabel Bielenberg o Marta Hillers dejaron su inestimable testimonio. En la siguiente generación Helga Schneider con Déjame ir, madre (Salamandra, 2002) plantea un relato intimista que alcanza momentos de insoportables de tensión psicológica. Los hermanos Himmler (Libros del Silencio, 2008) de Katrin Himmler, sobrina nieta de Heinrich Himmler, es un claro precedente de Los amnésicos por planteamiento y cuidada documentación. Sin embargo, el texto de Schwarz es menos crispado, más multidireccional y combina una capacidad para transmitir información y emoción que fascina al lector de principio a fin.
Cierra el volumen un epílogo a cargo del historiador José Álvarez Junco que adecuándolo al contexto español, propone el consenso político conseguido en la Transición como eje de la nueva narrativa democrática española.