En las profundidades de la guerra civil
Entramos con el escritor Pedro Corral en el Búnker del Capricho, como parte de las visitas que organiza el Ayuntamiento de Madrid
3 diciembre, 2020 08:00Nadie diría que esa inquietante y misteriosa cavidad, anunciada por una puerta blindada que tiene el óxido de un barco hundido, pudiera hallarse bajo un jardín donde las élites ilustradas de Madrid habían gozado de los embelesos de la razón y los discretos placeres de los sentidos, entre tertulias sobre los enciclopedistas, conciertos bajo la dirección de Boccherini, bailes de máscaras frente a la exedra del jardín o fiestas en el palacete para celebrar el último lienzo de Goya adquirido por la anfitriona, la duquesa de Osuna, María Josefa Pimentel.
Entre el gozoso murmullo de la seda deslizándose sobre los miriñaques en los minuetos ejecutados en este pequeño paraíso de la Alameda de Osuna y el estremecedor retumbar de los bombardeos de la artillería y la aviación nacionales sobre Madrid, transcurre más de un siglo en el que fue ahondándose la sima abierta entre las dos Españas hasta el estallido final de nuestra contienda más cruenta.
Allí están, frente a frente, un luminoso palacete y un sombrío búnker que confirmaba el aterrador poder que aquellos dominios escondían
El Capricho, en el distrito de Barajas, uno de los más singulares tesoros del patrimonio histórico-artístico madrileño, propiedad del Ayuntamiento, es el principio y fin de un sueño que produjo monstruos. Allí están, frente a frente, un luminoso palacete y unos amenos jardines dieciochescos que celebraban la conquista por el hombre de los dominios de la razón y un sombrío búnker que confirmaba el aterrador poder que aquellos dominios escondían.
El descenso al búnker del general Miaja -que a mediados de 1937 trasladó allí su cuartel general como jefe del Ejército de Centro republicano desde los sótanos del Ministerio de Hacienda en la calle de Alcalá- es una auténtica inmersión en la atmósfera de un puesto de mando de la Guerra Civil. Parece que el aire que se respira en este espacio de dos mil metros cuadrados, construido a más de 15 metros de profundidad, es el mismo que respiraron los mandos republicanos en su lucha contra los sublevados.
Las baldosas blancas que cubren las paredes del pasillo y las diferentes estancias que se abren a un lado y a otro de éste -cinco salas de trabajo, zona de descontaminación, duchas, enfermería, sala de máquinas y almacén-, otorgan al búnker una agobiante apariencia de morgue, de lugar donde se disecciona la vida y la muerte ajenas, a golpe de teléfono y de órdenes tajantes.
Hasta tiene uno la sensación de que de improviso se va a ver envuelto en la tensión del centro neurálgico de una batalla de nuestra contienda, bajo una caótica sinfonía: órdenes a voz en grito, timbres de teléfonos, repique sobre el piso de las botas claveteadas de los enlaces portando órdenes a la carrera, golpes violentos de dedos índice sobre posiciones dibujadas en un mapa que no pueden perderse o que deben tomarse a cualquier precio…
Impresiona hoy ver en el Archivo Histórico Nacional esos mismos planos del Ejército de Centro, fechados en diciembre de 1937 en la “Posición Jaca”, que así se llamaba en clave el puesto de mando de El Capricho, con la situación de las fuerzas propias y enemigas en el frente de Madrid y Guadalajara. En un necesario proyecto de recreación del interior del búnker, que multiplicaría el atractivo de las visitas que ahora se organizan, al menos una copia de estos planos no debería faltar.
La “Posición Jaca”, ocupada primero por el general Miaja y después por el coronel Segismundo Casado como sucesivos jefes del Ejército de Centro republicano, fue también un escenario único del dramático epílogo de la guerra en la zona gubernamental. En mi novela La ciudad de arena, que narra el final de la contienda en Madrid, no falta la recreación de la actividad en el búnker cuando un enlace motorizado, el capitán Masip, llega para recibir órdenes de Casado. Al día siguiente, el 5 de marzo, Casado se sublevará junto con Miaja contra el gobierno de Negrín para intentar alcanzar un acuerdo de paz con Franco frente a la política de resistencia que propugnaba el fisiólogo socialista.
El descenso al búnker del general Miaja es una auténtica inmersión en la atmósfera de un puesto de mando de la Guerra Civil
En los sangrientos combates que siguieron al golpe de Casado se enfrentaron en Madrid socialistas, anarquistas y republicanos contra comunistas. A estos enfrentamientos se les llamó “la semana del duro”. Aunque algunos autores lo atribuyen a que los choques duraron cinco días, pese a que se prolongaron durante siete, en verdad aluden a un famoso eslogan con el que los madrileños Almacenes Rodríguez, en Gran Vía, 4, anunciaban antes de la contienda su semana de liquidación de productos en el mes de junio.
En esta guerra civil dentro de la Guerra Civil, que supuso la liquidación efectiva de la resistencia en la zona republicana, la “Posición Jaca” defendida por fuerzas de Casado fue asaltada y conquistada el 7 de marzo por la 300.ª División de Guerrilleros comunista, después de encarnizados combates, incluso en el interior del propio búnker. Una vez rendidas las tropas de Casado que lo defendían, tres oficiales de su estado mayor, los tenientes coroneles Joaquín Otero Ferrer, José Pérez Gazzolo y Arnoldo Fernández Urbano, serían fusilados por los comunistas en El Pardo días después, junto a un comisario político socialista, Ángel Peinado Leal, antes de que las fuerzas casadistas lograran imponerse finalmente.
He recorrido kilómetros de antiguos frentes de la Guerra Civil, desde el Ebro a Guadarrama, del Jarama a Belchite, de Brunete a Guadalajara, entre restos de trincheras, pozos de tirador, casamatas, chabolas y vivacs de tropa, y ante la vista de casquillos de bala, cargadores, fragmentos de bombas y granadas de mano, tinteros, latas de conserva, navajas de afeitar o cantimploras. Pero nada me ha conmovido tanto, por lo que tiene de inmersión en las profundidades de la Guerra Civil, como la visita a un puesto de mando subterráneo de tan extraordinaria fuerza de evocación como es el búnker de El Capricho, sabiendo que allí se decidía la suerte de miles de hombres de uno y otro lado.
Los destinos de todos ellos, con sus páginas de heroísmo y sacrificio, también con las de miedo y resignación, siguen hoy cifrados en unas líneas discontinuas trazadas en rojo y en azul, frente a frente, sobre el papel gris de un mapa superponible que un día fue desplegado frenéticamente en este búnker y que ahora duerme el sueño de los siglos en el fondo de un archivo.